La inmensa mayoría de los que llenamos la plaza de Cuatro Caminos entramos en un éxtasis inmensamente catártico como pocas veces hayamos gozado en una plaza de toros. Yo al menos, que llevo vistas más de quincemil corridas en mi ya muy larga vida, solamente recuerdo otra cuasi reciente ocasión, también con la firma del mismo autor, Enrique Ponce, y aquí mismo hace dos años. Solo que en aquella ocasión, el toro de Miranda y Moreno fue un extraordinario ejemplar y el de ayer de Garcigrande, aunque precioso de hechuras y de original pelaje – negro girón bragado meano corrido rabicano – planteó un serio problema: su en principio renqueante comportamiento. A tal punto, que en su salida al ruedo, provocó no pocas protestas de los que intuyeron que con tal defecto motor apenas hubiera podido lucirse el grandioso maestro valenciano. Pero precisamente gracias su grandiosidad magistral, surgió el inmenso milagro hasta tal punto que el toreo entró de lleno y definitivamente en medio de la más brillantes de las Bellas Artes.
Y, a ver, ¿quienes serían capaces de atreverse a minusvalorar tal portento? Pues los hubo aunque muy pocos solo que cayendo en el mayor de los ridículos. Los hubo a grito pelao inaudible salvo para los que les tuvimos muy cerca de nuestra localidad y, luego, por lo leído anoche en algún periódico del que, si yo fuera su director, mandaría a hacer gárgaras al atrevido autor del dislate. ¡Hombre, por favor…! porque, tan osado, uno no lo había visto nunca.
Y todo porque el otro gran maestro de la tarde, don Julián López, todavía llamado El Juli pese a sus veinte años de alternativa, tuvo una tarde redonda solo que para nada genial artísticamente hablando. En tal versión llevamos vistas centenares de veces al espada madrileño. De ahí que, al sumar un par de orejas, igualó en número a las dos que Ponce cortó del quinto llamado “Ordenante”. Un toro que, si hubiera caído en las manos de cualquier otro torero, apenas hubiera servido para darle media docena de malos pases. Las otras dos orejas, una de cada uno de los lidiados en tercer y sexto lugares, se las regalaron y no sé por qué al tan pronto alicaído Ginés Marín, tan lleno de ganas como falto de aciertos salvo en las poquísimas ocasiones en las que se acercó algo a sus mejores tardes, aquellas que nos hicieron concebir un fabuloso futuro para el jovencísimo matador.
Y por mi parte, ni una sola linea más en esta entredilla para estos dos colegas del emperador del toreo más duradero, inmerso dichosamente en tan insólito e incomparable crecimiento como supremo artista. Jamás ha habido un caso igual en toda la historia del toreo. Dejemos pues las cosas claras y el chocolate espeso.
Y el sueño se hizo otra vez realidad:
Inconmensurable faenón de Ponce en la tarde más redonda.
Santander. Plaza de Cuatro Caminos. Jueves, 26 de julio de 2018. Quinta de la feria con lleno en tarde en principio muy muy nublada y finalmente despejada.
Seis toros de Garcigrande y Domingo Hernández (tercero), de justas hechuras y encornaduras en lineas generales. Dieron juego ciertamente desigual aunque más o menos manejables en conjunto, sin que ninguno terminara de romper totalmente pese a su buena condición salvo el pésimo de imposible lucimiento que abrió plaza
Enrique Ponce (celeste y oro): Estocada caída, silencio. Estocada tendida y algo atravesada de la que salió empitonado en un muslo sin mayores consecuencias que un doloroso hematoma, aviso y dos orejas que paseó en medio de un general delirio.
El Juli (tabaco y oro): Estocada trasera desprendida, oreja con petición de la segunda. Pinchazo y estocada caída, aviso y oreja.
Ginés Marín (ceniza y oro): Estocada desprendida, generosa oreja. Estocada, aviso y generosa oreja.
Los tres matadores salieron de la plaza en hombros.
Destacaron en la brega Mariano de la Viña, Jocho, Álvaro Montes y Sergio Aguilar y asimismo en palos, como también Antonio Manuel Punta.
La terna sale a hombros de Cuatro Caminos
La banda de música no fue dirigida ayer por la señora que venía haciéndolo en la feria. Ignoro quien fue el responsable de esta sustitución. Un gran acierto. Fue un joven director quien manejó el conjunto musical con bellos pasodobles y con La Misión de Morricone durante el faenón de Ponce, tal cual hace dos años en esta misma plaza. Ponce, ya se sabe, es el único torero capaz de acompasarse cual estrella de gran ballet a piezas sinfónicas. Y eso a algunos les encocora porque saben que la mayoría del escalafón no son ni serán nunca capaces de lograrlo. De ahí que sus palabras rechinen enojadas. Dan pena. Pero bueno, ya se sabe que hay gente “p´ató“…
Enrique Ponce no tardó en pasaportar al toro que abrió plaza. Un toro que desentonó mucho de los demás y a Dios sean dadas las gracias aunque el cuarto pasó a la historia no solo por su pelaje, lo hizo por la inmensa faena que llevó a cabo el gran maestro valenciano de la que ye hemos escrito y seguiremos escribiendo y hablando. Fue una de esas obras que permanecerán en el recuerdo de cuantos la vimos, incluidos sus pocos detractores a los que les dolerán las tripas hasta el final de sus días.
Enrique, como tantas veces, fue el único que, nada más saltar al ruedo, vio las posibilidades que llevaba dentro “Guardaperros” que pasó de cojitranco a sumiso en medio del asombro de los espectadores, olvidados de su inicial disgusto hasta verse más y más inmersos en un estado de emoción incontenible y alcanzar el éxtasis. Claro que bajo las elegantísimas y templadísimas formas poncistas, como siempre estuvo el sabio profesor de profesores. Máximo catedrático de la ciencia, de la técnica y del progresivo sentimiento artístico, pues solamente los toreros capaces de llevar a cabo la portentosa simbiosis logran alcanzar tamaños monumentos que, en el caso de Ponce, apenas ya no nos sorprenden. Tanto es así, que si Ponce solamente consiguiera tales portentos muy de vez en cuando, habría sido considerado solamente como efímero gran artista. Pero los aficionados ya estamos tan acostumbrados a los milagros de su insólita maestría a las que apenas le damos toda la importancia que tienen.
La majestuosidad no suele ser método sino algo meramente ocasional. Por eso, la frecuencia con la que Ponce torea como torea, apenas cabía en nuestros pensamientos porque hasta llegar él, cada vez que ocurría algo parecido lo tomamos como si fuera un premio de la lotería o un acierto total en una quiniela. Y es que con Ponce los premios gordos están cuasi asegurados cada tarde. Repetir lo irrepetible ha convertido a Enrique en un semidiós que, además, como persona es un ángel caído del Cielo.
El Juli, claro estuvo como cada vez que torea junto a Ponce, salió a por todas aunque a sabiendas de lo imposible de su ostensible propósito y eso le honra pues es de los que son inasequibles a cualquier desaliento. Yendo a lo suyo, nos obsequió con el único quite digno de tal que vimos a lo largo de la tarde. Fue por prodigiosas zapopinas en la lidia del segundo toro. A la postre, el quinto toro fue mejor del envío. Tanto, que Julián se pasó de metraje en su eterna faena y el animal llegó a la muerte descolgado de cuello. De ahí el pinchazo previo a la estocada que le impidió cortar la segunda oreja.
Cada vez que veo este año a Ginés Marín más me duele su bajón. Tras su fantástica faena en la feria de San Isidro del año pasado y por cuanto venía prodigando desde sus años novilleriles, era el principal elegido para participar en los banquetes de las figuras. Esta temporada, para su desgracia y para la nuestra, está dilapidando su privilegiada situación. Dudo que el año que viene le veamos en los mejores carteles como en el actual. Ojalá que se se le despeje la cabeza y que vuelva a su mejor ser. Ayer hasta abusó del toreo de rodillas que no le va – no le iba – para nada. En fin…
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