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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 27 de septiembre de 2010

El Cid y su cuadrilla / Por José Ramón Márquez

¡Cómo está el patio!



El Cid y su cuadrilla

José Ramón Márquez

Otra vez Luque. Le he visto ni sé las veces torear, es un decir, por el norte, por el sur, por el este y por el oeste. En Madrid, sin ir más lejos, este año le he visto matar doce toros, que se dice pronto, doce toros y ni un detalle, y si sumamos las demás tardes de por aquí y por allá, pues ya ni sé los toros que le he visto matar este año, a lo mejor veinticinco o más. El resultado, una hecatombe, un fiasco como la copa de un pino, tarde a tarde y toro a toro. Bueno, está claro que no estábamos en La Maestranza por Luque, que era por El Cid por lo que nos bajamos hasta Sevilla.

Cid, el de la buena suerte que le dicen ahora. Antes era lo del bache; ahora que parece que lo del bache era un cuento o lugar común para ir llenando el folio, pues hemos cambiado a lo de la suerte, que hay que ver la suerte que tiene este hombre en los sorteos, que no sé como no se compra El Cid un décimo de los ciegos en todos los sitios en que torea, que seguro que le toca, con la suerte que tiene. Aunque creo que el décimo que lleva Cid con él a todas partes se llama Rafael Perea, se llama José Alcalareño, se llama David Pirri, se llama Manuel Jesús Ruiz y se llama Juan Bernal, que ayer sin ir más lejos dio una lección de cómo se pica; porque una cuadrilla buena es la mejor compañía que un torero puede desear en este mundo, que nunca ha habido un gran torero con una cuadrilla mediocre. Yo creo que la birria de encierro que mandaron ayer los Lozano a Sevilla, el gordito, el chiquitín, el que se tapaba por la cara, el de la obesidad mórbida, el malas pulgas y el en tipo, toros de pega que ni se arrimaban a las tablas de salida y que tenían más interés en volver sus grupas hacia el oscuro chiquero que en embestir y vender caras sus vidas. La verdad es que los Alcurrucén fueron igual de malos o de buenos para los dos toreros: a uno medio le sirvieron los tres, a cada uno le sacó algo, y al otro prácticamente no le sirvió ninguno. Cosas de la suerte, dicen por ahí. Cosas del oficio bien aprendido y de las buenas compañías, digo yo.

A El Cid siempre le pasa igual, que le pierde la honradez. A su primero, Alcachofito número 241, le toreó despacio y metiéndole en el saco por la izquierda, que era su gran pitón; la banda comienza a tocar y el torero no renuncia a pasar al toro por redondos; entonces el toro le protesta en la primera serie y la segunda medio se la traga, lo justo para que la faena baje de intensidad. Quedan ahí los naturales citando con el medio pecho, arrastrando la muleta, mandando y templando muchísimo. Tres series para que Luque alucine viendo que el toreo es justamente lo contrario de lo que le han enseñado. Algunos despistados aplauden al toro en el arrastre. En su segundo, Socarrón número 339, que se le frenó feamente a Boni al recibirlo de capa y al que ahormó con cuatro lances y con esa sabiduría que él tiene, El Cid dictó dos soberanas series con la derecha que son la explicación del toreo en redondo, largo, mandón y templadísimo. Guante de seda en mano de hierro. Le toca la banda otra vez y se descompone la faena tras un achuchón del toro. Lo cierra hacia el tercio con una alegría totalmente sevillana que podría haber firmado Paco Camino refrendada con dos soberanos pases de trinchera de un enorme poder de torero cuajado y en plenitud. Algunos despistados aplauden al toro en el arrastre. El tercero, Barbero número 318, lo brinda al público y desde el inicio de la faena le plantea otra vez su mando y su temple, hasta que el toro se raja. Aguanta un parón tremendo, tragando como un novillero, pero el toro ha cambiado. Mi amigo Sergio dice que El Cid le ahogó la embestida, y como la suya es opinión que aprecio, lo pongo aquí, aunque yo creo que simplemente el toro se desengañó, por su descaste y por su mansedumbre, que no es El Cid torero de encimismos.

Para que no se diga que sólo hablamos del que nos gusta, citaremos aquí una verónica que dio Luque al sexto, Ringo-Llano II número 328, totalmente en el estilo de Curro Romero, y el inicio de su faena a ese toro. No es que estuviese cruzado con el toro, pero esos tres o cuatro muletazos de principio rematando atrás, es el mejor toreo que le he visto nunca a Luque. Luego se tiró por el camino del destoreo contemporáneo, y no veas cómo bramaba el graderío, dando la razón a la crítica más integrada y dañina, como si aquello fuese algo

Manuel Jesús El Cid y Daniel Luque

Lo de Luque

Lo el Cid

Y la alegría de David Saugar Pirri

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