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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 28 de septiembre de 2010

¿De qué se quejan, si los trajeron ellos debajo del brazo? / Por José Ramón Márquez



 Impulsivo, un pavo sevillano de Partido de Resina
lidiado por un pobre el 25 de Abril en Madrid
para cuatro turistas.
Si querían hacerse los importantes, ¿por qué no lo pidieron Morante y Julián?


José Ramón Márquez


Martes, 28 de Septiembre de 2010
Tenían a sus pies el campo bravo. Podían haber dicho Miura, Pablo Romero, Victorino Martín, Dolores Aguirre, Palha, Murteira, Conde de la Corte, Cebada Gago, Conde de la Maza, Celestino Cuadri, Baltasar Ibán, José Escolar, Juan Luis Fraile, Flor de Jara o Moreno Silva, pero dijeron... Zalduendo. ¿No es el más grande Julián? ¿No dicen que puede con todo? ¿Entonces por qué dijeron Zalduendo? Pues ellos sabrán. Por el tipo, dirán ellos, quizás, o más bien por el tiparraco, diría yo.

Ahora, después del naufragio, se andan rasgando las vestiduras porque los toros, los que pasaron, eran bobos y blandos, despojos asquerosos, toros antitaurinos. Con la de viajes que habrán hecho todos ellos a Cáceres, a la finca, que allí se habrán ido en procesión todos los padres, todas las madres y los perritos que les ladren, a darle vueltas a la corrida, que si el veintisiete, que si el burraquito, que si el negro aquél; vueltas y vueltas para caer en la bosta. Toros de Zalduendo, dicen. ¿Toros? ¡Qué va! Toros es otra cosa, que yo los he visto y no son así.

Es que ellos no querían toros, que lo que querían eran unos peluches de cuerda que se prestasen a las paridas ésas que van sembrando por las plazas; lo que querían era material más o menos bovino para hacerle posturas; lo que querían era abusar de unos pobres bichos indefensos y llevarse la gloria y los aplausos por la cara, como acostumbran.

En cierto modo, sin embargo, lo que pasó el domingo en Sevilla es como una venganza del viejo Zalduendo, Don Fausto Joaquín de Zalduendo de Caparroso, como una maldición que caerá sobre quien ha profanado el hierro, la divisa y la antigüedad de una vacada para transformarla en un hazmerreír, en una burla del toro bravo, en un hato ridículo de charoleses de lidia. Y encima, los tíos se ponen dignos y se quejan del ganado, que como están muertos no pueden defenderse y contar las sevicias que con ellos hicieron. ¿Pero de qué se quejan, si los trajeron ellos bajo el brazo?

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