la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 4 de septiembre de 2010

«Adiós, Papá, tráeme colas» / Por Ignacio Ruiz Quintano

Penúltimo rabo en la reciente feria de Ciudad Real
El último lo cortó ayer en Melilla

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"Adiós, papá, tráeme colas"

-El torero más importante de la historia en números redondos

cumple hoy en Ronda dos mil corridas-

Día 04/09/2010
EL primer artículo que me ha emocionado en mucho tiempo no contiene los nombres de Zapatero ni Rajoy, que son las negritas que hay que bailar para que el algoritmo de Google te admita en el club de los que «están en la pomada». Lo publicó el otro día David Gistau, al hilo de los veinticinco años de la muerte griega de Yiyo, el madrileño de Burdeos, en Colmenar Viejo, entre las astillas —la memoria hecha astillas—, poco después, de «un terremoto en México y una explosión de gas en Gijón».

Me gustan los toros y he tenido el privilegio periodístico de redactar los pies de portada de ABC en las muertes de Paquirri y Yiyo. «Un pie ABC», pedía el director, queriendo decir un pie literario. El primero, sobre Paquirri, salió de un tirón. El siguiente, sobre Yiyo, trabajado en la mesa de la sección de Religión, entra las de Cultura y Huecograbado, en la calle de Serrano, mientras Luis García, que venía con la noticia de la plaza, te hincaba, a modo de cuerno, el dedo índice en el costillar, como representación de la cogida funeral, originó una discusión académica sobre complementos directos e indirectos en el título: «El toro que ha de matarle está comiendo yerba». ¿«Matarle» o «matarlo»? El director impuso su criterio y, ahora que han pasado veinticinco años, veo esos pies y veo que, salvo «matarle», eran buenos.

Y al cabo se presentó en Madrid Enrique Ponce, que entonces nos pareció una encarnación del pequeño príncipe de Saint-Exupéry dibujando faenas en el arenal de las Ventas con la sencillez con que el cuentista aviador dibujara corderos y boas en el desierto del Sahara. El caso es que, si a Tácito se le escapó la Crucifixión, cosa que intrigaba mucho a Borges, a uno no se le escapó la aparición del torero más importante de la historia en números redondos, que hoy, en Ronda, a sus treinta y ocho años, cumple dos mil corridas.

Dos mil corridas suponen cuatro mil toros de cada uno de los cuales ha aprendido, cada tarde después de dos mil tardes, a volver a casa entero, donde cuatro horas antes una niña de dos años se ha despedido de él con una exigencia taurina —dos orejas y rabo— maravillosamente saint-exuperyana:

—Adiós, papá, tráeme colas.

¿No nos dejó prometido Ramón que el que más tardes de circo tenga en su haber antes entrará en el Reino de los Cielos? En el Reino de Ponce ya hay dos mil tardes de toros, ese circo supremo. Que un financista está al alcance de cualquier pueblo, pero un torero determina el orgullo de una raza que, inclinada de su estrella, va por la senda de la caballería andante, y siempre honrará más pertenecer a un pueblo de toreros que a uno de financistas.

ABC

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