Como digo, días pasados se conmemoró dicha efeméride en Valencia, ciudad en la que reside desde hace tantísimos años que, para muchos, Julián García nació a la vera del Turia cuando, como es sabido en su biografía, el diestro afincado en Valencia es manchego de nacimiento pero más valenciano que la mayoría de los que viven en la tierra de Blasco Ibáñez. Como diría un refrán popular y es muy cierto: No eres de donde naces, sino de donde paces. Y ese fue el caso de este diestro singular. Lo de emigrar, en aquellos años era algo muy frecuente porque en los pueblos de Albacete como en cualquier lugar de España, el futuro era muy negro y, la única opción no era otra que ir a cualquier ciudad que, sin lugar a dudas allí si había medios de vida, lo que hizo la humilde familia del diestro con acertado criterio.
En realidad, fue en el año pasado cuando Julián García cumplió sus bodas de oro en el toreo pero dadas las circunstancias que todos sabemos, todo se pospuso para este año que, como digo, ha sido un acto apoteósico en el que le rindieron pleitesía a un torero heterodoxo que nunca engañó a nadie, que dio todo lo que tenía y mucho más, de forma muy concreta su desprecio a la su propia vida retando siempre a la muerte por aquella gallarda forma que tenía para enfrentarse a los toros de la vacada que fuere, pero siempre con su verdad como bandera.
¿Fue Julián García, en su tiempo, un iconoclasta en el toreo? Por supuesto que sí, sin lugar a la más mínima duda. Los que somos sus contemporáneos le recordamos con especial cariño porque sus formas, alejadas de la más pura ortodoxia calaban en el corazón de las gentes porque todo el mundo podía palpar que, dentro de un ruedo un hombre se estaba jugando la vida de verdad, sin mácula alguna. Julián García nunca necesitó de exquisiteces, sabedor de que no estaba tocado por la varita mágica del arte pero, en contrapartida entregaba todo su ser a favor del fervor mismo por la causa por la que luchaba que no era otra que encandilar a los aficionados con lo que otros eran incapaces de hacer.
Verle ahora, tantísimos años después gozando de esa salud de hierro con la que aparentemente vive, con esa sonrisa de la que es portador y que jamás le abandonó, todos esos valores siguen vivos dentro de ese ser espléndido y rotundo que atiende por Julián García que, sin tener que imitar a nadie, con su valor, arrestos, personalidad y desprecio a la muerte le granjearon un buen vivir y un mejor hacer.
Dios quiera que siga vivo durante muchísimos años más para que los aficionados sigamos contando sus glorias que, en la actualidad, todas pasan por saberle vivo y dichoso. Y sabemos lo que decimos porque, a estas alturas de la vida, matadores con más de cincuenta años de alternativa nos quedan poquísimos que, en realidad, son auténticas reliquias para los aficionados que les recordamos con inusitado cariño y, Julián García no escapa de este afecto que podemos sentir hacia esos hombres que tantísimas veces se jugaron la vida y, pasados los años siguen junto a nosotros.
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