Leo Messi, en su despedida del FC Barcelona. | EFE
Hoy me entero por boca del que manda en el Barcelona que no es que aquellas lágrimas fueran fingidas, que no es que Messi estuviera forzando como lo hacía Adam con su esposa Amanda en la genial La costilla de Adán, no, sino que aquellas lágrimas sentidas no eran en realidad fruto de la pena surgida por tener que abandonar su casa deportiva tan abruptamente sino porque el jugador sabía que se acababa para él un ciclo y no sólo futbolístico sino también personal.
Hoy me entero por boca del que manda en el Barcelona que no es que aquellas lágrimas fueran fingidas, que no es que Messi estuviera forzando como lo hacía Adam con su esposa Amanda en la genial La costilla de Adán, no, sino que aquellas lágrimas sentidas no eran en realidad fruto de la pena surgida por tener que abandonar su casa deportiva tan abruptamente sino porque el jugador sabía que se acababa para él un ciclo y no sólo futbolístico sino también personal. Cuando he dicho que hoy me he enterado por boca del que manda en el Barça del sentido original del llanto del crack habrá quien haya pensado en Laporta, pero quía. Laporta es una foto, un cromo, es el muñeco que otros han puesto ahí o bien porque no tienen tiempo que perder o bien porque no se quieren quemar. Como Laporta es preso de sus avalistas, quien más manda en el club tiene que ser a la fuerza la persona que más avala, y ese ciudadano se llama José y se apellida Elías. Elías ha dicho algo que tiene mucho sentido, y que muchos dijimos antes que él, y es que a Messi habría que haberlo vendido cuando pidió irse por burofax, para añadir a continuación que había que hacer un equipo nuevo y con Lionel dentro no se podía de ninguna de las maneras, que Messi ya tenía una edad que no le permitía estar en un vestuario de la exigencia del culé y que las lágrimas que enjugaron el pañuelo arrugado pero en buenas condiciones subastado después por un millón de euros eran el compendio de muchas cosas y no del sufrimiento por el adiós. O sea, el que manda en el Barcelona ha puesto literalmente a parir a Messi.
Naturalmente, y tras el banderazo de salida de Elías, todos los portales culés se han puesto manos disciplinadas a la obra para repicar la buena nueva: "Elías cuestiona...", "Elías aclara..." De un tiempo a esta parte, exactamente desde el 8 de agosto de este mismo año a eso de las 4 de la tarde, tengo la sensación de que los mismos que reclamaban que a Messi había que darle todo lo que pidiera porque era más importante que el propio club, los mismos que pedían que a Messi se le levantara una estatua ecuestre en mitad del césped y que el campo llevara su nombre, los mismos que exigían la santidad para el argentino y estaban dispuestos a dar testimonio de los milagros llevados a cabo por Lionel, esos mismos son exactamente los que ahora abanderan la manifestación a favor del nuevo orden económico blaugrana, asienten cuando se les pregunta si lo mejor era que Messi se fuera y reniegan de él no tres veces, como hizo Pedro con Nuestro Señor Jesucristo, sino tantas como millones desveló El Mundo que cobraba el astro argentino, o sea quinientas cincuenta y cinco. O lo que viene a ser lo mismo y define mejor que ningún otro el sabio refranero español: "El muerto al hoyo y el vivo al bollo". Hay tanto vivo en el Barça y han dejado tantísimos muertos a sus espaldas estos vivos que hoy uno de los grandes de Europa muere por encima de sus posibilidades, que es lo que dijo Oscar Wilde cuando, próximo a espicharla, pidió un champagne y un caviar que sabía que ni en sueños podría pagar. Debe ser que el genial poeta irlandés pensó que para lo que le quedaba en el convento se cagaba dentro.
Lo próximo será que Mundo Deportivo descubra que Messi es madridista. Como el PP con Ayuso, no me cabe la menor duda de que ya hay personal buscándole las cosquillas a Lionel, un lío de faldas, una multa de tráfico, un perro abandonado en la gasolinera, una ventosidad en un acto público, qué sé yo, algo, lo que sea. Tantos años de peloteo, lustros de lisonjeo, décadas de masajes con final feliz para concluir que en realidad Messi ni era tan bueno ni tan necesario y que, ahora, el imprescindible es un tipo de 38 años que se presenta descalzo ante su afición y ésta corea su nombre, "¡Alves, Alves, Alves!". Échese abajo la estatua del usurpador y eríjase una nueva en honor del carioca de las gafas estrafalarias, que además no cobra. ¡Qué tropa, Dios Mío, qué tropa!
Arrugado pero en buenas condiciones
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