“Qué raro —decía un ratoncito a otro entre los barrotes de una celda vacía—, las nueve de la noche y Cagancho sin venir.”
Es difícil escuchar hoy día, como símbolo de grandeza, la expresión “quedar como Cagancho en Madrid” o “armar la de Cagancho en Las Ventas”. En cambio, sí es muy común la frase “quedar como Cagancho en Almagro”.
Fue el 25 de agosto de 1927 cuando Cagancho se anunció en los carteles de la feria de Almagro. Con toros de Pérez Tabernero, formaban terna con él Antonio Márquez y Manuel Pozo, Rayito. Para un pueblo como aquél, el gitano de los ojos verdes era la gran atracción de la tarde, ya que por aquel año estaba en su cénit.
Según la crónica de ABC, en su primer toro (tercero de la tarde), colorado claro y bragado oscuro, estuvo nuestro desganado y muy precavido. ¡Es mucho 14 pesetas por ver a este señor!, grita la gente. Los de su cuadrilla trabajan como héroes: deben cobrar el dinero de su maestro. Cagancho despliega una muleta telonaria y baila un charlestón. Con la muleta en la mano y la espada en la derecha hace la siguiente tontería: da un pinchazo al estilo de Rafael El Gallo. De la bronca participa la cuadrilla. Una estocada contraria, un pinchazo, otro, otro y, por fin, descabella al quinto golpe. Bronca y almohadillas al redondel.
En el sexto y último de la tarde se completó el desastre. El toro era negro y muy bravo, con buenas defensas, cuestión suficiente para que Cagancho se pegue a tablas. En medio de un lío horroroso, la res toma tres varas, derriba una vez y mata un jaco. La cuadrilla torea de un modo escandaloso, ayudada por Márquez, mientras Cagancho aguanta impávido la bronca. Contagiados los banderilleros del miedo del maestro. banderillean a la media vuelta, de cualquier modo. Y ahora viene lo bueno. el catastrófico Cagancho, derrochando frescura, da unos pases con el pico de la muleta, arrea un sartenazo y, ya en franca derrota, el torero huye del animal y se lanza al callejón de cabeza. Pincha desde el callejón. Metido en un burladero, con una caradura inaudita, se queda esperando que se lleven el toro al corral. Mientras tanto, la cuadrilla da un lamentable espectáculo. Provistos de estoques y puntillas tratan de acabar con el animal que, para vergüenza de su matador, decidió no morirse. Como no se llevaban el toro al corral, dicen que Cagancho pinchó nueve veces más y entró a descabellar cinco.
Estando el toro aún en la plaza, Cagancho, espada en mano, intentó marcharse, siendo detenido por los gritos de un público irritado. Un espectador le agarró del cuello y, arrojándole en dirección contraria, le gritó: ¡Al toro, coño! Otro le arreó una hostia en pleno carrillo. Y allí estaba Cagancho, en medio de un ruedo lleno de gente que le rodeaba para darle una paliza. Providencialmente, la Guardia Civil se echó al ruedo para proteger al espada.
“Así es la vía. Yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue zé”
Fue necesaria la carga de un destacamento de caballería para convencer al público de que se tranquilizara un poco. El Gobernador mandó detener al torero gitano, que salió de la plaza recibiendo golpes por todos lados, siendo recluido en el ayuntamiento a la espera de poder sacarlo del pueblo. Su multa fue de quinientas pesetas.
Tuvo que armarse una muy buena para que desde entonces este episodio se convirtiera en el dicho “quedar como Cagancho en Almagro”, aunque, en palabras de su protagonista, no fue para tanto: “Así es la vía. Yo quería quedar bien, pero lo que no pue zé, no pue zé”.
Las anécdotas forman parte de la historia taurina y son tan nuestras que muchas son parte de la propia realidad frente al toro.
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