Sí, los cuatro triunfadores de las eliminatorias regionales que habían tenido lugar en Andalucía, Madrid, Castilla-La Mancha y el Norte: Manuel Diosleguarde, Jorge Martínez, Isaac Fonseca y Manuel Perera concurrieron al último enfrentamiento (sin librar una semifinal), con mucho espíritu deportivo, respeto por los contrarios, juego limpio y estoico esfuerzo. Pero evidentemente no con la consigna olímpica del barón Pierre de Cubertín: “Lo importante es competir no ganar”.
No era posible, aunque lo sigan diciendo, eso ha sido derogado universalmente por el pragmático imperio del deporte-negocio (sport-bussines), representado en el otro lema no menos célebre del coach del fútbol americano Vince Lombardi: “Ganar no es lo importante, es lo único”.
Lo confirmaban durante la premiación los rostros de los jóvenes, quienes hicieron énfasis en su tenacidad, duros entrenamientos y planificación previa. El ganador pleno de gozo y los derrotados con evidente desazón. Era lógico. Mas hay que decir en justicia que cuando el encuentro se decide por los tantos anotados u orejas, aunque todos hayan competido con denuedo, no existe igualdad de condiciones. No puede haberla pues cada toro es un mundo, y esto en esencia es lo que diferencia la corrida de una justa deportiva.
Los norteamericanos, cuya cultura es hoy la verdaderamente globalizada, tienden a concebir el toreo como un deporte (juego, competición, enfrentamiento físico), no como un arte. Ya se nota. Y aunque asimilar lo uno a lo otro pueda ser bienintencionado, sonar “modernizador” y atraer temporalmente interés público, me parece artificioso, irreverente y vulgar.
Yo por mi lado, anacrónico aficionado, he creído siempre que el sin par, muy culto y ritual arte de torear pende más de la inspiración que de la transpiración. Misma filosofía contenida en una de las históricas respuestas que soltó el ingenioso torero don Rafael Gómez Ortega “El Gallo”. La dio hace más de un siglo, cuando precedido de su gloria llegó turista en barco a Nueva York.
La curiosidad de los reporteros estadounidenses que aguardaban al insigne matador se tornó en estupor al ver descender por la escalerilla del transatlántico un hombrecito bajo, calvo y de aspecto endeble.
–Pero mister, ¿Cómo se entrena usted para luchar con tantos toros enormes y bravos? –preguntaron a coro.
Y “El Gallo” circunspecto les contestó –Fumando puros.
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