España se desmorona en un proceso de balcanización estructural muñido en ese bálsamo de fierabrás que llaman Consenso Constitucional. El pueblo español se empobrece hasta en sus actos más cotidianos: encender la luz, poner la lavadora, hacer la compra, llenar el depósito del coche, tomarse una caña... España arde por sus cuatro puntos cardinales, literal y metafóricamente, y Pedro Sánchez se fotografía entre cenizas y pobres echándole la culpa de todo al franquismo, a Putin y al cambio climático, y nos presenta un balance de su gestión gubernamental que no mejoraría ni las res gestae de la mitológica Arcadia Feliz.
Pedro Sánchez es una broma, una broma de la peor especie, que son las que gastan las urnas. Todo él y su Gobierno de disparate y esperpento son una broma que ya dura demasiado. Una broma larga como una condena, pesada como una derrota y sucia como una camiseta de Pablo Iglesias. Pedro Sánchez es una broma patibularia que ha incendiado España convirtiéndola en el ninot de su ansia de poder con su charanga de snobs papanatas, de progresistas de la hoz y el martini y de separatistas cuya relación con España se basa en la más pura y elemental de las emociones: el odio. Esa es la verdadera Arcadia Feliz de Pedro Sánchez, al que hace más de dos mil años Cicerón definió muy bien.
Platón decía que en la vida hay tres tipos de personas: el héroe, que participa y goza de la gloria de la victoria. El espectador, que se queda al margen y observa. Y los ladrones, que se aprovechan de las circunstancias. Hoy, en España, no hay héroes. Sí hay muchos espectadores que, con el cuerpo espesado por el tocino de la ignorancia y de la pereza, votan, pagan y callan. Y hay, eso sí, ladrones, muchos ladrones que nos roban a diario el pasado y el futuro a cambio de ofrecernos un presente gestionado por el Cónsul Antonio Híbrida, “mitad hombre mitad imbécil. Aunque de la primera mitad, yo tampoco estoy seguro” .
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