La eternidad
Pla Ventura
Toros de Lidia / 10 septiembre, 2022
Si eres figura del toreo quedas en la historia de la tauromaquia por un rato pero, si tienes la “suerte” de que te mate un toro, entrarás a forma parte de la historia, pero para toda la eternidad. Pongamos como ejemplo a Manolete, por citar uno de los grandes, o al propio Joselito de aquellos años veinte. Del primero hemos cumplido ahora setenta y cinco años de su óbito y, a día de hoy, cada año se le recuerda en Linares un 28 de agosto. Idéntica circunstancia podemos aplicar a Joselito que, cien años después, el ídolo sigue vivo, que se lo pregunten a Domingo Delgado de la Cámara que ha escrito una ucronía bellísima al respecto de dicho diestro.
La máxima que cito por aquello de quedar en la inmortalidad para siempre cuando un toro mata a un torero, por dramático que nos parezca, si analizáramos el sentir de todos los toreros, todos querrían morir en las astas de un toro. No es que sea un deseo para nadie pero, sabedores de que todos tenemos que entregarle nuestra alma a Dios, en el caso de los toreros, qué mejor que hacerlo en el ejercicio de su profesión y llenos de gloria. ¿Se acuerda alguien de la muerte de Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Cagancho, Luis Miguel Dominguín, incluso del propio Juan Belmonte que se suicidó cuando entendía que su vida no tenía sentido? He nombrado a los que fueron relevantes como diestros o matadores de toros pero, todos se fueron sin dejar el menor rastro o, lo que es peor, un recuerdo eterno.
Si se quiere pasar a la posteridad no queda otra opción que morir en la plaza puesto que, es un hecho de tanta relevancia que, a poco que un torero alcance un mínimo de gloria artística, ese hecho luctuoso le convierte en héroe legendario para generaciones venideras, es el caso de Manolo Granero que, con un año de figura del toreo, con apenas veinte años resultó muerto en Madrid y, entre otros, cien años más tarde, un historiador de la talla de José Luis Cantos Torres le inmortaliza de nuevo por si quedaba algún resquicio de duda. Caso idéntico al que le sucedió a José Cubero Yiyo que, siendo un chaval, un toro segó su vida para siempre en la plaza de Colmenar Viejo, razón de peso para que tenga varios monumentos en dicho pueblo e incluso en Madrid, con libro que le inmortaliza incluido. ¿Olvidaremos alguna vez a Iván Fandiño? Seguro que no. Fijémonos que, entre otros de los muchos que compartieron cartel con Fandiño, tenemos a David Mora que, lleno de vida, ni le llaman para torear un solo festejo.
Si nos acercamos y cruzamos el charco para marcharnos a México, allí vive el diestro más emblemático de los últimos cincuenta años, nada más y nada menos que Eloy Cavazos que, quiera Dios que viva durante muchísimos años más pero, cuando muera nadie se acordará de él, todo lo contrario de lo que le sucedió a Rodolfo Rodríguez El Pana que, sin llegar al estrellato, por su genialidad y por haber muerto como consecuencia de las astas de un toro, en México se le recuerda a diario, incluso en España, el país que le acogió como si fuera un español más, gozando, entre otras muchas cosas, de la amistad y admiración de su compinche como él le definía, el maestro Carlos Escolar Frascuelo.
Recordemos que, Juan Belmonte, la mítica figura de la torería de los años veinte junto al nombrado Joselito, a estas alturas de su vida solo se le recuerda por dos hechos muy concretos; primero porque Manuel Chaves Nogales escribió el libro más hermoso que se recuerda en el que se biografía a Juan Belmonte, es decir, un dato para ser leyenda, para entrar en la historia mítica de la torería y, en segundo lugar, el hecho de que se pegara un tiro para suicidarse como “Dios” manda. Si de privilegios hablamos, Ignacio Sánchez Mejías es otro torero que será recordado eternamente, sencillamente porque entregó su vida en la plaza de toros de Manzanares. Como vemos, solo la muerte repentina, la inesperada es la que glorifica eternamente a los toreros. ¿Se acuerda alguien de Paco Camino? Nadie. Pues el maestro sigue vivo en Arenas de San Pedro.
--En la imagen, Rodolfo Rodríguez El Pana, el único torero en la historia que, sin ser figura del toreo logró la inmortalidad y, lo que es mejor, tras su muerte forjó todavía más su leyenda, aquella que promulgó en vida dada su genialidad.
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