Consideración, acompañada de cierta sumisión, con que se trata a una persona o una cosa por alguna cualidad, situación o circunstancia que las determina y que lleva a acatar lo que dice o establece o a no causarle ofensa o perjuicio.
Está clarísimo, consideración ante los demás para no causarles ofensa o perjuicio. Eso era el respeto antaño. Y digo que lo era pronunciándome en tiempos pasados porque en la actualidad, la vorágine en la que vivimos, la aberración con la que sentimos y el odio que se instaló dentro de nuestro ser, todo ello ha venido a provocar que, aquel respeto desmesurado que nos profesábamos unos a otros, todo haya quedado como un triste recuerdo en la sociedad actual que, tiene más fuerza el que grita que aquel que es capaz de respetar.
Todas las situaciones de la vida, sus hechos, cosas, festejos, acontecimientos de cualquier nivel, todos han tenido sus detractores; digamos que, gente que no comulgaba necesariamente con los demás en sus ideas pero que, mediante el respeto todos éramos capaces de entendernos. Nadie está obligado a que le guste la fiesta de los toros, o el propio fútbol. Digamos que, todos estamos en nuestros derecho de elegir libremente aquello que nos guste o entretenga pero, siempre, sin denostar a los demás que, como se demuestra tienen un gusto distinto al nuestro. De este modo fuimos capaces de convivir durante muchos años y la traducción de aquella forma de vida no era otra que el más puro respeto que nos entregábamos.
Alguien, si del tema hablamos, como he escuchado alguna vez por ahí, siempre han dicho que la sociedad es un cambio permanente; es decir si gira la tierra, es casi lógico que todos nos movamos en derredor de la misma, de ahí los cambios que pudieran existir. Hemos avanzado en muchas materias, tales como la sanidad, los medios de transporte, las nuevas tecnologías que, a fin de cuentas, son los cambios a los que aludimos. Muchos avances, es cierto, pero hemos retrocedido en lo elemental, lo más básico, lo que le daba sentido a la vida por su armonía en todos los órdenes. Se perdió el respeto, la educación, la dignidad de cada cual, el orgullo de la honradez, valores todos que, aunados nos hacían sentir una felicidad inusitada.
Todos los males han llegado por culpa de la política que, desde sus poltronas, han instigado a esta sociedad frágil para convertirla en una manada de borregos que, su única palabra es el que les dan en el guión que les entregan desde los púlpitos de la política.
¿Qué sucedió? La gente, en manada, se dejó llevar por esas corrientes mortecinas y, al paso, la gran mayoría han quedado anulados en su pensamiento, sentir y actuar. Esa hecatombe que ha arrasado al mundo es la que ha propiciado que en el camino se quedaran todos los valores esenciales de nuestra existencia, todo ello por culpa de los gurús de la política que han convertido al hombre libre en un autómata que, como es lógico, no piensa ni razona, se deja llevar y de tal modo vivimos.
Mientras que, hace más de dos mil años, Moisés anduvo más de cuarenta años por el desierto para llegar finalmente a la Tierra Prometida y liberar a su pueblo, en la actualidad, esos políticos a los que aludo son los que han llevado al pueblo a la miseria, la barbarie y lo que es peor, la desesperanza al comprobar que todo aquello que les prometieron era pura mentira y, no contentos con ello, les lavaron el cerebro para que no piensen, que no decidan como decidíamos nosotros en nuestra juventud, lo que viene a demostrar que, hemos pasado de ser seres humanos, a autómatas manejados por los ordenadores de la política y que todos hagamos lo que los demás nos dicen, siempre a su imagen y semejanza.
La catástrofe está servida y, lo que es peor, no tenemos escapatoria. ¿Quién instala ahora en nuestra sociedad aquellos valores de antaño que se perdieron entre el vacío y la locura de nuestros políticos? Tarea imposible. Solo nos queda, como tabla de salvación, como diría el inolvidable Facundo Cabral, tratar de cuidar nuestro árbol, el que tenemos cerca, todo con el esperanzador sueño de que un día comprobemos que el bosque siga siendo maravilloso.
--En la imagen, el maestro Facundo Cabral, el que nos hablaba del respeto, de la vida, del humanismo, de la verdad, de la esperanza y, sin duda, del amor.
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