'..Varapalo es una palabra del viejo deporte. Duro varapalo. Hemos de recurrir al tono añejo porque lo vivido no tiene parangón y ni los más viejos del lugar recuerdan, ni los en los anales hay registro de tamaña debacle... vale, ya dejo de hablar así...'
HUGHES
Pura Golosina Deportiva
Después de la humillación en los despachos con la cautelar de Dani Olmo, la humillación en el campo. O cómo convertir la Supercopa Arábiga de España en un desastre de imagen y un varapalo deportivo serio. Varapalo es una palabra del viejo deporte. Duro varapalo. Hemos de recurrir al tono añejo porque lo vivido no tiene parangón y ni los más viejos del lugar recuerdan, ni los en los anales hay registro de tamaña debacle... vale, ya dejo de hablar así...
Pero no, no lo hay. Yo no recuerdo algo igual. Que el Barcelona te meta un 0-4 a finales de octubre, y cinco a principios de enero, que fueron cinco pero pudieron ser más.
Se cumple ahora el 30 aniversario del 5-0 con el que el Madrid de Valdano devolvió la manita, la manita tonta de Bruins Slot al Barça de Cruyff. Era un Madrid más pobre, cogidito con alfileres, pero ciertas cosas se tenían en cuenta. Pasaban muchas cosas malas, pero esto no. Esto no pasaba.
No se puede admitir la criminalidad culé, resignarse a ella, aunque eso sería otro tema, ni dos palizas seguidas de este calibre. Hay algo grave que no se debería dejar pasar (algo grave que exigiría despido o harakiri). Pero el hombre es animal que no aprende de sus errores, y si no, que se lo pregunten a Roberto Carlos, que ahí estaba en el palco como testimonio vivo.
El partido quita las ganas de escribir. El Madrid salió con orgulloso "bloque bajo", es decir, en la cuevita, aunque eso no evitaba las llegadas del Barcelona, que fueron inmediatas y ya no dejaron de llegar. Pudieron marcar en el primer minuto, en el cuarto... lo evitaba Courtois y entonces no parecía muy grave porque el Madrid marcó con un golazo de Mbappé, un contragolpe que inició Vinicius y acabó la Tortuga como en sus mejores tiempos. En ese momento, ingenuos, infelices, pensamos que iba a ser un festival de Kylian (al que ya declaré mi jugador fetiche, al que imito cuando me visto de corto).
El gol tuvo su momento de intriga porque el VAR español introduce una incertidumbre molesta. En cada acción que rodea al fútbol español se siente el chisporroteo de la corrupción. La posibilidad. Se espera la injusticia. Es como un callejón con una farola rota. Está siempre esa sensación.
El Barcelona se apoyaba en su triángulo Gavi, Pedri y Casadó, raquitismo lleno de mala leche, concentrado generacional de postiquitaca, procesisme y laportismo. Casi ná. Pero son todos genios, todos genios.
Vinicius presionaba a ráfagas de ira. El Madrid ahí parecía estar. En el palco, con poltrona, como debe ser, Florentino y Laporta miraban el partido con compostura desigual.
Mbappé se lastimó el tobillo, fue vendado en el campo, cosa que el narrador televisivo tardó en aceptar. No pasaría nada, si no fuera el mismo narrador que ha estado callado como una hetaira (espero que se valore la finura) con todos los escándalos del Barcelona... El ínclito Carlos Martínez lleva ya casi el tiempo de Franco. Más de 30 años lleva el tenor de Tenerife torturándonos con su soniquete que sólo es empeorable cuando se baja al bar y el soniquete de Carlos Martínez se funde con el soniquete de los parroquianos regurgitando las gansadas de las Copes y las Seres... Ahí se forma un miro de sonido (Boomer Youth) que deprime, que quita las ganas de vivir poco a poco... ¿con quién hablar? ¿a quién decir?
El bloque bajo que había preparado Ancelotti era un gruyere. Era como un cubo agujereado. La expresión bloque bajo me gusta ya y la reivindico porque la veo como una unidad, como un ente, como un algo. Es una forma de nombrar, de conceptuar lo de Ancelotti, esa especie de laxa estabulación defensiva... Es un panettone táctico. Por no decir algo más feo y orgánico.
En fin, que Lamine marcó en el 22 un gran gol, de mucho swing y relajación, yéndose de Mendy, lo que tampoco constituye ya una novedad.
Con empate el Barça subió las líneas, volvía a la estrategia del fuera de juego. Bellingham tuvo una ocasión en un córner, pero el Madrid se iba debilitando. La defensa no daba seguridad y el ataque tendía a partirse.
En el 35, a no mucho tardar, llegó el penalti de Camavinga. Tonto, con dramatización de Gavi, un jugador realmente molesto y poco deportivo al que jamás nadie dedicará un solo minuto, pero penalti muy pitable, y sobre todo por el VAR, que le tenía al árbitro preparado una pausa, un frame en el que Camavinga parecía estar dándole al pequeño Calderé la patada aquella de Maradona al cráneo de uno del Athletic...
Los que tenemos ya alguna edad y memoria obsesiva (una memoria antimoderada) recordamos aquellas patadas criminales de uno y de otro. El país que vio, permitió y metabolizó eso ahora sufre porque Vinicius roza con su nudillo a Dimitrievski.
Lewandowski, con el que no me voy a parar a corregir las uves, marcó el penalti.
El 1-2 fue como si retiraran con un gesto súbito de mago la sábana que cubría el partido. El Madrid ya se vio crudamente como un equipo partido, poco estructurado, con Bellingham desaparecido otra vez y muy débil atrás, con una defensa que parece algo especial, pero especial en el peor sentido. Tiene algo de reunión de excombatientes o de handicapados. Seres muy distintos, de una heterogeneidad casi escabrosa, al límite de lo circense...
Los peores pensamientos pasaban por la mente pero era más rápido Raphinha haciendo el 1-3, con un remate de espectacularidad casi vanpersiana, tras un pase de Koundé en una soledad de Machado, una soledad germinativa. Nadie le marcaba, y quizás hubiera estado bien que Vinicius lo hiciera. Ese debería ser el debate: no si baila, no si ríe, no si se queja a la enésima falta sino la cuestión defensiva.
Pero el debate sobre la estrella del Madrid lo abre y lo mantiene el antimadridismo más enfermizo. Ese que está cerca de casa.
En ese momento el Madrid aun resistía por la acción desesperada de sus pivotes: Camalele y Makelverde, el doble pivote que sostiene la falla galáctica. Iban de lado a lado como si fueran patinando, al límite de tracción y de frenos.
Eran los dos el Makekele de aquellos galácticos. El Madrid no está en esa situación, pero casi. Está en situación cuasigaláctica. Rozándolo. El Barça hace un gran favor al exponerlo tan claramente.
Hubiera sido un gran día para otro medio. Rodrygo, que estuvo bien, no aporta tanto como para prescindir del 4-4-2.
Pero el desastre iba más allá de lo táctico. EL Madrid sacaba un córner y el córner se convertía en gol de Balde, el 1-4, una contra que consistió en medio Barça contra Valverde. Valverde, por cierto, llevaba en sus piernas el partido contra el Deportivo Minera. Se suele decir que el cuerpo y los músculos tienen memoria. Dios quiera que los de Valverde no.
En el descanso salió Ceballos, no por táctica, Dios nos libre, sino por la amarilla de Camavinga.
El Madrid pudo marcar en un tiro al palo de Rodrygo, tras gran jugada de Vinicius, que ahí se acabó y en el contragolpe llegó el 1-5, Raphinha, convertido en Pelé, contra todos. La jugada fue un bochorno general que se pudo concretar en Tchouameni, con más condiciones para ser viga del nuevo estadio que zaguero de urgencia. En él se volcaban los comentaristas, que no decían ni una palabra de Lucas Vázquez. La mitad de la defensa del Madrid son no-defensas. Defensas que no tienen ni la gestualidad de defensas.
Cuatro goles en octubre, cinco en enero y media hora por delante. La situación era grave y fue entonces cuando el genio de Reggiolo sacó a Asencio y quitó al calamitoso Lucas.
Al Madrid le podían haber caído ocho o nueve goles, y no es ninguna exageración y fue gracias a una jugada muy concreta que eso se evitó. Mbappé se plantó ante Szczesny (este sí lo he mirado) tras un pase de Bellingham y el portero le derribó como último hombre. La falta la marcó Rodrygo, con ese 2-5 que no mejora la honrilla, pero fue la expulsión lo que salvó al Madrid. No tanto la superioridad numérica, que no se aprovechó en absoluto, como que Flick retirara a Lamine.
Ahora fue el Barça, pero otro Barça, el que con diez se puso en el famoso bloque bajo, que sí le funcionó. Contra 10 el Madrid no hizo ni cosquillas. Entró Brahim, se fue Vinicius, al que sentíamos con inquietud, como ese amigo que está a media copita de poder liarla.
Estaban superados los jugadores, con caras de trauma. Dos palizones así del rival, aunque sea este rival, no deben de sentar bien.
El Madrid no hizo nada contra diez. Lo único en su ataque fueron los balones a Mbappé. Se corrigió el problema del partido liguera (algo es algo) y cada balón a la espalda de la defensa era un órdago del gran Kylian, que tuvo unos minutos finales fabulosos.
Entró también Fran García y con la luz inclemente del 2-5, luz del peor ascensor del mundo en la peor hora posible, sentimos lo asombroso que resulta que de toda la cantera, de la última década de cantera, el resultado sea Fran García. O sea, tener la cantera, pagar sus sueldos, sus ojeadores, entrenadores, sus psicólogos, nutricionistas, masajistas, tener Valdebebas, sus campos, su estructura, cientos de jóvenes sobre miles observados y que lo que te salga sea Fran García...
El Madrid acabó colgando balones a Rudiger. No uno, no. Muchos. La pregunta salía sola: ¿y ahora quién está de central? Pero no había fuerzas para contestarla.
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