'..Los gitanos tienen esa cosa sagrada: los muertos. Lo tienen más codificado, aunque es algo instintivo. Llegado el momento, igual estamos solos, sin nadie detrás. Igual no conocemos al Johny, ni al Pedro, ni al Chuli ni al Cabra ni al Pai. Estamos más solos que la una y no responde ni el Seprona. Pero cuando hierve la sangre, y se vislumbra la ruina como posible horizonte, se invoca a los muertos. Y alguno aparece..'
Los muertos ‘pisoteaos’
HUGHES
Se encontraron ya los gallos de los gitanos de Valladolid. No eran los gallos de vidrio del romance lorquiano de la guardia civil, porque España ha cambiado y fue la Benemérita, en su variante Seprona, la que los encontró, rauda y veloz como si en lugar de gitanos hubieran hablado catalanes.
Eran gallos combatientes, de bella pluma. ¿No es la electriomaquia tan antigua como la tauromaquia?
Se llega al feliz desenlace, los gallos aparecen, sanos y salvos, kikirikí, aunque quien más quien menos ya esperaba otro video.
Los dueños de los gallos, con su hablar anarcotribal, posaban de una manera organizada. Varias filas de primos detrás del que lanzaba el mensaje, igual que amigos del barrio detrás del rapero y a todos se les veía la cara, como en un cuadro de Rembrandt. Creo que los firmantes de manifiestos deberían adoptar esa postura. Uno que lo lea y los intelectuales detrás, muy serios, centristas y amenazantes con el Estado de derecho…
En esos vídeos se lanzaron mensajes preventivos, porque no querían «jurar fuerte por cuatro plumas» ni buscarse la «ruina». Conceptos poderosos. El jurar se ve como un punto de no retorno, como una ley que obligase por encima de la mismísima Constitución (¡noooooooo!) abriendo las puertas de la ruina, que es como un breaking bad racial, un comodín, la salida que queda. Puede que ese concepto, la «ruina», sea el que obliga a una estructura nómada, igual que a vivir de alquiler.
Primero dieron la lista de conocidos y un preaviso de cortesía: o proceden a dar señales o nos veremos obligados a cagarnos en sus muertos.
Luego fue como una jam de la imprecación. Los gitanos y los argentinos son los que mejor insultan. Pero mientras los argentinos se centran en la madre, en la concha de la madre, los gitanos se van al padre y remontan el árbol genealógico: se cagan en el padre, y en el padre del padre, «en el abuelo del abuelo», y no solo en ellos, treinta veces en ellos, sino en su circunstancia. Mientras los argentinos concentran su barroca creatividad sobre la concha materna, en la que se pueden recontracagar, multiplicándola hasta ser no una sino mil putas, en estos dueños de los gallos el insulto, un poco egipcio, se centra en los muertos y en sus cosas porque los faraones se hacían enterrar con objetos para el otro mundo. Se cagan en los muertos y en sus ropas, «sus cajas», sus prendas íntimas, «sus calzoncillos», «las letras de sus lápidas», incluso los restos físicos y más allá; «que hagan caldo con sus huesos». O sea, la sustancia última, el tuétano del muerto recontracagado.
En Argentina toda la estructura de prefijos pivota en la concha, el coño fundacional de la estructura matriarcal, pero aquí el acto de increpar, el cagarse, se dirige a «los muertos de los muertos». La estirpe, la raza. Los muertos pisoteaos. Se trata de un acto viril de hostilidad genealógica retrospectiva, mientras que la maldición, más femenina, mira al futuro, a la descendencia.
En esos videos, curiosamente, el cagarse en la estirpe tampoco se pierde en lo inmemorial. En un momento, alguien lo acota a un periodo de 40 años. Más allá, no tienen tanto efecto los finados (aunque el PSOE lo intentará).
Los gitanos tienen esa cosa sagrada: los muertos. Lo tienen más codificado, aunque es algo instintivo. Llegado el momento, igual estamos solos, sin nadie detrás. Igual no conocemos al Johny, ni al Pedro, ni al Chuli ni al Cabra ni al Pai. Estamos más solos que la una y no responde ni el Seprona. Pero cuando hierve la sangre, y se vislumbra la ruina como posible horizonte, se invoca a los muertos. Y alguno aparece.
Madrid, 17 de enero de 2025
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