'..Es fácil atisbar a un pepero en mitad de la tormenta: cuanto peor se ponen las cosas con mayor ahínco busca la aprobación del establishment. Querían grandes pactos de Estado y mucha moderación y aquí tienen los resultados: protección al ocupa y más cesiones al separatismo. En estas circunstancias la infame bumerada de peluca y trompeta exige renunciar a los principios. No cabe mayor traición..'
Pepero a la vista
Javier Torres
El PP no ha tenido una mala semana. Los insultos de Pons a Trump no han sido un calentón. Ni el pobre Semper encarnó al PP de los valores cuando anunció que votarían en contra del decreto un día antes del cambio de opinión. Ni Almeida calculó mal su pleitesía al embajador chino. Ni Moreno Bonilla es un verso suelto cuando pide abrazar al PNV y Junts. Nada de eso. El PP es un proyecto para convalidar la agenda del PSOE, una sucursal de Ferraz destinada a embrutecer a las masas en el caduco eje izquierda-derecha que agita el adiposo cinturón mediático comprado por Génova. Herreras, Federicos y Alsinas, cada uno a su estilo, interpretan la misma partitura setentayochista que amansa y desactiva cualquier reacción.
Así, mientras azuza el ruido en la pantomima que cada miércoles se representa en la carrera de San Jerónimo, el PP asume toda la mercancía averiada progre. Desde la amnistía al golpismo catalán a la legalización del brazo político de ETA, de la ideología de género al fanatismo climático, de la memoria histórica a las subvenciones a los sindicatos, de la desindustrialización a la inmigración masiva, del expolio fiscal a mantener 17 parlamentos, de la sumisión a Bruselas y Marruecos a la obediencia a China. Y ahora regala un palacete al PNV y ataca la propiedad privada («comunismo o libertad» je je je) al blindar la ocupación.
El voto afirmativo al decreto que Sánchez ha negociado con Puigdemont ni siquiera abre el debate sobre pensiones donde, por descontado, el bipartidismo mantiene prietas las filas. El sistema es sencillamente inviable y ellos lo saben, una estafa piramidal construida sobre la precariedad de la juventud a la que roban lo más preciado que tienen: el futuro. Pero hay más votantes mayores de 65 años que entre 18 y 30, así que revaloríceme esa pensión, querido Consejo de Ministros, conforme al IPC, y a vivir que son dos días. Para los chavales: bono cultural y pisos compartidos.
A estas alturas quien se engaña es porque quiere y uno de los que menos disimula es el presidente andaluz, que va a Alemania en viaje oficial y oculta la bandera de España y después dice que en Cataluña hace falta un espacio de centro-derecha independentista. «Yo prefiero nacionalista» (oh, gracias). Al tiempo que reivindica a Blas Infante, Moreno hace carantoñas al partido de Jordi Pujol, artífice —junto al vasco— del único racismo que hemos conocido en España y han sufrido andaluces, castellanos o manchegos a los que han puesto al final de la cola tras los magrebíes. A Pujol no se le puede llamar traidor, pues avisó de sus planes en los años 70: «El andaluz vive en la ignorancia y la miseria mental […] es un hombre destruido y poco hecho».
Moreno tiene aún más mérito porque también reclama la vuelta de un PSOE fuerte, y el único que conocen los andaluces es el que se iba de putas y coca y les robó 680 millones de euros. Por supuesto, la genuflexión de Bonilla al mundo de la pela tampoco es nueva: Feijoo dijo ante el círculo de Economía de Barcelona que Cataluña y Galicia son naciones sin Estado. Todo eso cabe en Génova, que proyecta en Moreno el paradigma del perfecto barón: llegó al poder gracias a VOX —al que desprecia por hacerle semejante favor— y mantiene intacta toda la grasa de la administración socialista. En lo ideológico va incluso más allá y declara, azuzado por Rojas Marcos, el 4 de diciembre día de la bandera andaluza.
Cualquiera que quiera hacer carrera política en la Españita bipartidista sabe que no sólo hay que complacer a los polos de poder en Madrid y Barcelona, sino también en Bruselas. O especialmente allí. Moreno firmó con Teresa Ribera el pacto 2030 sobre Doñana y ahora tala 100.000 olivos en Jaén para instalar megaplantas solares. Una puñalada al campo andaluz que queda tiritando por la destrucción de superficies destinadas al cultivo.
Mientras todo eso ocurre las encuestas disparan a Abascal, que es algo que sabemos porque cuando VOX crece Gotham City moviliza a sus frikis. Youtubers pasados de proteínas anuncian que concurren a las elecciones, amantes del disfraz antes de un directo en mitad del barro valenciano hablan de moralidad y el locutor cuyo programa parece Arkham Asylum rescata a juguetes rotos que él mismo había despedazado.
Nadie los conoce mejor que Hughes, sastre a medida de liberalios, al que es imposible leer sin acordarnos de Dostoievski en El idiota (cambiemos ruso por español): «Dispénseme —declaró con calor Radomsky— pero no he dicho nada contra el liberalismo en general. Yo sólo ataco al liberalismo ruso, y si lo ataco, es porque el liberal ruso no es un liberal ruso, sino un liberal antirruso».
Más atinada incluso es la reflexión que nos encontramos en Los demonios: «Nuestro liberal ruso es ante todo un lacayo que parece estar buscando a alguien para limpiarle los zapatos».
Es fácil atisbar a un pepero en mitad de la tormenta: cuanto peor se ponen las cosas con mayor ahínco busca la aprobación del establishment. Querían grandes pactos de Estado y mucha moderación y aquí tienen los resultados: protección al ocupa y más cesiones al separatismo. En estas circunstancias la infame bumerada de peluca y trompeta exige renunciar a los principios. No cabe mayor traición.
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