Ponce y De Castilla en Manizales. Foto: Camilo Díaz
Con plaza llena Ponce dice adiós a Colombia. En hombros con tres orejas, junto a Juan de Castilla que desorejó el sexto. Tanto este como Castella, quién oyó los tres avisos en el segundo, malograron sendas faenas de trofeos. Discreto encierro de Gutiérrez...
MANIZALES / 7ª DE FERIA
Camino de rosas
Jorge Arturo Díaz Reyes
CrónicaToro/Manizales, Colombia, I 11 25
Terminaron la corrida y la feria, caía la noche, y sobre un camino de flores, a hombros, iban mutitudinarios Enrique Ponce, aun pálido y maltrecho por la violenta voltereta que le había pegado el cuarto, y Juan de Castilla quien reverentemente intentaba salir atrás del maestro.
Contra lo habitual en los finales de esta feria manizaleña, en esta vez los toros terrígenos no habían sido protagonistas. Por el contrario, fueron lo menos importante. Hay que tener cara para decir eso de que en el toreo el toro es lo menos importante. Pero así fue.
Los seis cuatreños de Ernesto Gutiérrez, con poco cuajo, cornicortos, varios abrochados, pero sobre todo escasos de raza y mansos. Solo tuvieron la nobleza por aval. Pero con esos mimbres, la terna construyó una corrida llena de incidencias, toreo y sentimiento. La plaza soleada y pletórica la vivió con una intensidad que como el coro en la tragedia griega fue parte consubstancial.
El primero, soso, fue tratado con una maestría que tras doblarlo con la muleta logró ligar cuatro derechas y el por alto de una lenta modosidad a la que la desganada marcha del toro contribuía. Pero había que ser él para saberlo. Y así, en esa tesitura de figura compuesta, obediencia vacía e idolatría incondicional transcurrió hasta la estocada final y letal aunque un poco tarda que recibió la primera oreja.
El ápice emocional de la corrida se alcanzó en la lidia del cuarto, el del adiós. “Amadis”, negro, número 188 de 456 kilos. Recibido con un brevísimo lanceo de trámite, fue picado en la puerta por Reinario Bulla y banderilleado sin brillo por Pineda y Giraldo. El brindis fue a la plaza que lo recibió con pasión, pero al segundo derechazo en redondo se ciñó, enganchó por el muslo y lanzó al maestro a más de dos metros de donde cayó a plomo sobre la espalda y la cabeza. Levantado, aun conmocionado volvió a la cara del agresor, no para cargar las tintas sino para retomar la faena. Dos tandas limpias, una por derecha y otra de naturales y cambio de mano que levantaron vocerío y pasodoble, pero parecía que los efectos de la costalada no se habían despejado. Los viajes tardearon, y por eso mismo la lidia que iba por la izquierda cursó sin mucha ligazón. Parecía que así se difuminaba toda.
Sin embargo, muleta diestra manda e impone. Las dos finales echaron la emoción arriba. Cuatro naturales, molinete invertido, natural, molinete invertido, natural, desdén y pecho, uno tras otro sin interrupción. La locura. Entonces tres poncinas y un ayudado por bajo, la desquiciaron. Era el adiós, tenía que ser apoteósico, como fue. Faltaba la suerte suprema. El volapié fue sincero, la espada fulminante… pero baja. Sí baja. A nadie le importó, y menos que a nadie a su señoría don Bernardo Gómez Upegui quien lanzó los dos pañuelos casi automáticamente. La vuelta con las orejas fue un acto multitudinario de amor, la ovación final en los medios al coro de torero, torero y Pooonce, que el matador recibió en el centro del vórtice, inclinando la cabeza.
El toro más embestidor y franco fue el segundo “Guatín”. Sebastián Castella lo sintió. Las cinco verónicas, la media y la larga cordobesa lo dejaron ver. José Manuel Bernal le suministró un leve picotazo. Lo brindó a Luis Bolívar y se clavó a plomada con su figura lineal para iniciar por estatuario una faena pluscuamperfecta. Sobria, recitada, introvertida, estructurada para la medida del toro. La mejor sin discusión de la feria. Una muestra de la madurez torera del francés que ha calado en la crítica mundial. Este otro Castella casi autista que parece colocarse más allá del bien y del mal y más allá del vox populi. El también puso la plaza patas arriba, pero con el toreo. La obra estaba echa. Y el público rendido. Entonces, tras una laboriosa igualada el bajonazo lamentable e inutil, otra mala estocada riñonera, la confusión… que el descabello, que la espada, que ni lo uno ni lo otro…, y entre tanto sonaron uno tras otro los tres avisos de pena. Y el hombre doblado sobre la barrera se negaba a salir al terció como le reclamaba la plaza. Por fin lo hizo.
Juan de Castilla, en un cartel casi imposible para él en España, echó mano de su raza torera para no ser menos, y no lo fue. Sin ordinarieces ni trampa. Ligó por una y otra mano, transmitiendo con su actitud lo que las embestidas no transmitían. El toreo en redondo, bajo, los cambios de mano, los matices oportunos levantaron plebiscito. Aires de triunfo del modesto ventilaba la faena, cuando la espada los aquietó, y el descabello cuatro veces en falso y el aviso se encargaron del resto para dejar la cosa en un saludo de consolación. Hay que matar, hay que matar… gritaba ayer. Hoy no.
El que cerró la feria, “Narrador”, fue bravucón, parecía pero no era. También tuvo que emplearse para complementarlo y poner la emoción que no traía. Genuflexo lo sometió y embarcó en tandas de aseo y aplicación que no eran respaldas por la bravura no existente. Buscando escarbar los instintos de la masa, se tiró de rodillas y ligó cinco manoletinas y uno de pecho que fueron como una descarga eléctrica. La espada mató y las dos orejas cayeron, y le subieron a una procesión tumultuosa junto al maestro despedido que se fue por un camino de rosas al que se había llegado por un camino de espinas.
FICHA DEL FESTEJO
Sábado 11 de enero 2025. Monumental de Manizales. 7ª de feria. Sol y lleno. Seis toros de Ernesto Gutiérrez, cornicortos, de poco cuajo y raza.
- Enrique Ponce, oreja y dos orejas
- Sebastián Castella, saludo tras tres avisos y silencio tras aviso
- Juan de Castilla, saludo y dos orejas
Incidencias: Saludó Carlos Rodríguez tras parear al 3°. Se despidió Cayetano Romero con vuelta en hombros tras picar el 5°. Al final del festejo salieron a hombros Enrique Ponce y Juan de Castilla.
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