Foto: Philippe Gil Mir.'..solo me hago esta pregunta, ¿qué animal, entre los miles de millones que la humanidad mata anualmente para comer, muere con la opción de herir o matar al hombre que lo sacrifica? La muerte del toro bravo en el ruedo es el sacrificio de un héroe animal a manos de un héroe humano..'
EN CORTO Y POR DERECHO
La muerte del toro
Por José Carlos Arévalo
1. Sí, el toro muere en el ruedo. Pero la corrida no es un espectáculo luctuoso. Porque su amenazante presencia en la plaza despierta todas las esencias de la vida. De hecho, la deslumbrante fuerza letal provocada por su bravura logra que lo real sucumba ante lo imaginario. Sí, en la plaza muere el toro, pero lo que el torero sabe y lo que el público siente es que la espada torera mata el peligro, desaparece el abismo, restaura la paz. Una paz festiva. Lógico, el hombre ha vencido a la fiera, la vida ha matado a la muerte.
2. Por supuesto, el antitaurino no traga. Pero, quiera o no, en la plaza el toro es un ser transformado por lo que su violencia transmite y lo que su bravura nos cuenta. Dos mensajes vinculados y contradictorios que el público asume con clarividente naturalidad: le impresiona su agresividad y admira su bravura. Y cuando el torero mata al toro da muerte a su violencia, lo que no admite reproche, y acaba con su bravura, porque la ha dado toda, ya no se le podrá volver a torear, ya solo es carne para el abasto, a donde irá a parar. ¡Qué obvio!, exclamará el aficionado, ¡qué barbarie!, sentenciará el antitaurino.
Las dos tienen su explicación. Pero confieso sentirme incapaz de dar con rigor la que no comparto.
3. Yo entiendo mejor las razones del aficionado porque son las mías. Las que voy a dar se refieren exclusivamente a la muerte del toro en la plaza. La suerte suprema cumple con mayor intensidad que otras suertes, aunque todas cumplen una tesitura inalienable, la que legitima toda la lidia, pues para ejecutarlas, el torero debe asumir la letal embestida del toro. Más claro, darle la franca posibilidad de herirlo y hasta de matarlo. El hecho de que sin cumplir esta premisa no se puede torear no solo elimina del toreo toda crueldad, sino que confiere al toro los derechos que un hombre únicamente otorga a otro hombre. Verde y con asas: el toreo lo eleva de su condición animal. Por supuesto, el toro, en tanto que animal, es ajeno a este compromiso. Pero la ética de la lidia solo atañe al torero, nada más que al torero. Y por eso, por puro sentido ético, en la suerte suprema, la que mata al toro, el matador extrema las posibilidades de que sea el astado quien lo mate. Por eso, dicha suerte se plantea con una simetría que iguala al torero y al toro: son dos oponentes frente a frente, dos pitones contra dos instrumentos mortales, una muleta en la mano izquierda y una espada en la mano derecha. El matador se volcará, frontal, hacia los cuernos del toro (si la suerte es a volapié), o provocará que sus cuernos le embistan al pecho (si la suerte es a recibir).
Pero antes, inmediatamente antes, en ambos casos, su muleta fijará la mirada del toro, la desviará levemente y el matador se cruzará con los pitones sin verlos, pues sus ojos solo miran la yema, situada junto al final del morrillo, el destino de la espada. Y entonces la mano derecha atacará, y hundirá el acero hasta los gavilanes, y al toro lo invadirá la muerte, y al matador le salvará la vida. Es decir, la inteligencia, el valor, la destreza, la suma entrega, los altos valores del ser humano, amparan el sacrificio animal más ético, más noble que existe. Y existirá mientras existan las corridas de toros.
Y 4. Dicho esto, solo me hago esta pregunta, ¿qué animal, entre los miles de millones que la humanidad mata anualmente para comer, muere con la opción de herir o matar al hombre que lo sacrifica? La muerte del toro bravo en el ruedo es el sacrificio de un héroe animal a manos de un héroe humano.
Sí, a la Fiesta la llaman brava.
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