//Casa del Libro//
Thebussem y el Peñón de Gibraltar
Joaquín Albaicín / escritor y guionista
Pese a mi afición —tardía, lo admito- al coleccionismo filatélico, nunca había escuchado hablar de Mariano Pardo de Figueroa y Serna, célebre durante los dos últimos tercios del XIX bajo el pseudónimo literario de “Doctor Thebussem”, hasta no caer el otro día en mis manos su biografía, debida a Íñigo Ybarra Mencos y tan elegantemente atildada como todos los volúmenes puestos en circulación por la editorial Renacimiento. ¿Cómo es posible, cuando el séptimo arte ha convertido en mito a individualidades dotadas con infinitamente menos mimbres, sin verdadero peso ni casta del orden que sea?
¿No respira por ahí un Amenábar presto a refrescar para las actuales generaciones la memoria de “Thebussem”, a quien debemos la existencia de la tarjeta postal? “Thebussem”, descendiente de prosapias fluidas en latín y dadas al desafío, es uno de esos personajes que, para recobrar su popularidad de antaño, necesitarían con urgencia ser rescatados por el cine (uno, como siempre, dando ideas para que se hagan ricos otros)…
Políglota, anticuario en la acepción antigua del término, cazador, soltero… Medina Sidonia, Madrid, Sevilla, Cádiz y Granada fueron las plazas en que toreó al “jandilla” de su existencia. A través, fundamentalmente, de cartas abiertas a los periódicos y de folletos de corta tirada encuadernados y distribuidos por él mismo, puso al día a todo el país acerca de cuestiones tan cruciales como las bondades de los dulces de su pueblo, la historia de Blanca de Castilla, lo absurdo de cambiar los nombres de las calles... Reavivó el empleo —entonces, en desuso- del colofón (la expresión “Deo Gratias” o “Laus Deo” al final de los libros). Expuso claramente la gran certeza de que la auténtica libertad no reside en votar en comicios, sino en jugar —o no- a la lotería. Y, gracias a sus advertencias, los menús de la Casa Real, de Alfonso XII acá, no son impresos con faltas ortográficas.
Pese a lo pintorescas que puedan hoy parecer la historia del correo, la filatelia, la montería, las tarjetas de visita y demás materias objeto de su interés, “Thebussem” disfrutó de mucha fama en su época. Se impone insistir en que, lejos de guardar relación ninguna con el hecho de saber leer, ser culto es consecuencia directa de la pertenencia a una tradición. “Thebussem” nació, pues, en una época muy adecuada para sus nobles propósitos: cuando en España TODO EL MUNDO era culto, precisamente por censar el país más o menos un 75% de analfabetismo. Época, pues, infinitamente mejor que la de ahora, semillero de zotes donde todo el mundo sabe leer… pero sólo en teoría, y del que, al tiempo, casi se han esfumado aquella profunda sabiduría y aquel rico vocabulario propios del analfabeto. En aquel entonces, una tirada de cien copias de un escrito, impresas y encuadernadas por el autor y remitidos por éste a los individuos adecuados, podía influir sobre la marcha y la mentalidad del país más que todos los títulos de hoy, con sus ediciones de decenas de miles de ejemplares, devorados por una masa que sabe leer pero, como decíamos, sólo en teoría.
Ahora que llegan ecos de incidentes en el Estrecho, quizá sea momento a propósito para recordar cómo “Thebussem” consideraba que, para los gibraltareños, vivir bajo el amparo de una nación “culta”, “moderna” y “limpia” -según los estándares iluministas- sería mejor que hacerlo bajo el de una atrasada como España. Sin restar valor a la incorporación de Iberia al estado mayor de las naciones higiénicas, permítaseme admitir que eso, a mí, me da igual. Me parece perfecto que Gibraltar continúe siendo territorio británico, sólo que no por las mismas razones que al doctor. Es sólo que, por una parte, me considero tan —política, militar y económicamente- “amparado” por el Estado español como por el marroquí, el británico o el islandés. Por otra, Gibraltar fue cedido legalmente en un tratado, como, cuando a España le interesó, fueron vendidos o transferidos muchos otros territorios. ¿Acaso España reclama hoy Texas y Luisiana a los Estados Unidos? ¿O Bolivia a los bolivianos? ¿Reclama Moscú a Washington la soberanía sobre Alaska, de cuyo valor geoestratégico nadie duda? Quien se fue a Sevilla, perdió su silla, y ya está.
Además, y ahí sí coincido con “Thebussem”: “El buen gobierno, y no que los linderos de la patria vayan aquende o allende, es lo que da importancia a una nación”. Queda, en fin, un poco chusca la tentativa de jugar —y con tan romo lucimiento mediático- la mano del “patriotismo” por ver de medio mitigar el radical descontento ante unos ajustes económicos ejecutados, para colmo, para apuntalar la estabilidad de instituciones que, por su carácter transnacional, saben muy poco de banderas. Sólo puede sonar a chacota que las fuerzas de zapa de la globalización se nos vuelvan ahora irrededentistas por mor del peñón.
Trifulcas de pescadores aparte, “El Doctor Thebussem. La realidad de la ficción”, de Íñigo Ybarra Mencos, es libro que procede recomendar, además de por el interés del personaje, por su riqueza en expresiones y vocabulario, rara en una época como esta, en la que es aupada hasta el pedestal de la literatura tanta gente que, con todos mis respetos y acaso porque sabe leer, en poco se diferencia, en cuanto al habla vertida sobre el folio, de un presentador de televisión.
De la noche a la mañana, este “Doctor Thebussem” se ha erigido en uno de los personajes más merecedores de mi reconocimiento y simpatía de toda la historia de España… Incluso por la ironía de que, pese a sus convicciones en contrario, le fuese dedicada, a su muerte, una calle en su Medina Sidonia natal.
*** El Imparcial
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¡Thebussem, socarrón empedernido! Más de 100 opúsculos copan su larga historia literaria. Más de 12.000 cartas escribió a sus amigos, lo más granado de la intelectualidad del XIX. Tomó con ahínco cualquier tema que le causara curiosidad y lo desgranaba con fruicción. Nada le importaba a más de su familia, sus amigos y el reconocimiento que de sus escritos hicieran los intelectuales. Gran cervantista; ideó un castillo en su huerta de Medina Sidonia desde el que reinaba en la intelectualidad: Menendez Pelayo, Barbieri, Mariano de Cavia, Peña y Goñi, Carmena y Millán, Romero Robledo, Giménez Marín, etc., fueron sus amigos epistolares más destacados. Sintió admiración por Mazzantini, con el que podía hablar en francés, italiano y en latín... Fantasioso y ególatra, repartió generosidad y docencia en muchas materias.
ResponderEliminarDe acuerdo con Albaicín, su vida debe ser conocida por todos.
Pepetruji