"...Lo que hizo Enrique Ponce con este torazo fue una de sus más grandes faenas de la grandiosa temporada que nos está regalando. Faenón compendio de todas las virtudes poncistas porque, antes de dar un largo y ancho recital por finísimos, dulces, largos, sedosos y maravillosos naturales por como los creó y los recreó en relajado abandono, hubo que volver a convertir el agua en esta vez gran vino de las más caras reservas. La reconstrucción de las en principio imposibles por brutales embestías de este animal, fue como lograr una obra de larga y difícil orfebrería. Ciencia en estado puro hasta que la magistral lección desembocó en un derroche de arte pluscuamperfecto. Intratable Ponce..."
Ponce en Albacete: De la amistad a la guerra
y de la guerra al relajo
La génesis de la primera corrida de la feria de Albacete se fraguó después de que se supiera cómo serían los carteles de este año. En principio, se había pensado en incluir una corrida del ganadero de la tierra, Samuel Flores. En Los Alarcones había toros más que válidos para conjuntar un envío marca de la casa. Pero los empresarios, Manuel Caballero y Luisma Lozano, no encontraron toreros que aceptaran matarla. Rechazo total de cuantos figuran en lo alto del escalafón.
Hechos ya los carteles, tuvieron que llamar a Samuel para decirle que no iba a ser posible y, tanto el padre como sus dos hijos varones, se llevaron un tremendo disgusto.
Pero lo que son los imprevistos. Hace pocos días Enrique Ponce, gran amigo de la familia Flores, fue a visitarles al campo para saludarles y, de paso, tentar alguna vaca. Se encontró con Samuel y con sus hijos hechos polvo. Entre lamentos, Enrique se enteró de la mala noticia y, sin pensarlo dos veces, les dijo: “No os preocupéis, la mato yo”.
Inmediatamente, Ponce llamó por teléfono a Manuel Caballero y le pidió que incluyeran la corrida de Samuel porque estaba dispuesto a abrir la feria con estos toros. Una feria casi cerrarla con la corrida en la que ya estaba incluido. Incrédulo además de asombrado, Caballero consultó la buena nueva con su socio Luisma y se echaron p´lante hasta que, finalmente, dieron a luz los carteles definitivos.
Primera de feria: Ponce daría la alternativa a Filiberto, novillero murciano muy querido en Albacete. Y testigo, El Fandi, asimismo dispuesto como brillante todoterreno que es, además de gran persona que, en esto, hace pareja con el “santo” de Chiva. Sí. Como lo oyen: San Enrique Ponce Martínez…
Y llegó el jueves 8 de septiembre que fue el de ayer. Calor sahariano. Tarde de cocas y fantas con rachitas de viento y casi lleno. Los aficionados de Albacete y no pocos foráneos, ciertamente contentos y desde luego ilusionados por el cariño que le tienen a Filiberto – el novillero fue muy aplaudido antes de que saliera el primer toro – y por saber a ciencia cierta que Enrique Ponce iba a ser capaz de reeditar tantas y tantas tardes con toros de una de las ganaderías con las que más grandes triunfos había logrado en su inagotable vida profesional.
Creo que el año pasado también mató Ponce otra corrida de Samuel en un pueblo de la provincia manchega y que, cómo no, triunfó. Pero esta de la capital tenía su miga y mucha más trascendencia. Un hito en su ya histórica temporada. Volver a sus “samueles” esta vez por la gran amistad y por el cariño que le tiene a la gran familia Flores. Gesto que le honra como grandísima persona y como grandioso torero de inmenso poderío y, ahora mismo, tan artista o más que el más artista que haya habido en la historia.
Más de uno y yo el primero, teníamos indisimulado interés en ver como Ponce iba a resolver la papeleta en este heroico gesto que, además de no hacerle ninguna falta, había decidido llevarlo a cabo por propia satisfacción dentro de una temporada tan asombrosa como la que está cuajando.
Me gustó Filiberto, nunca le había visto. Ponce le doctoró como cada vez que da la alternativa y mira que lleva dadas. Con la ceremoniosa afabilidad que acostumbra. Discurso largo y sentido. Cambio de trastos y abrazo de hermano a hermano. No como otros que la dan cubiertos y como quien envía un lejano fax, sin abrazo y ni un solo gesto de amistad.
El primer toro de Samuel, tuvo tan poca fuerza como sobrada bondad. La gente no paró de protestar pidiendo la devolución del animal y la lidia sucedió con los inconvenientes de estos casos y con malos humores. Pero Filiberto, lejos de venirse abajo, se fue arriba y, con gran paciencia y determinación, culminó una más que apreciable faena que no tuvo el mismo final con los aceros. Fue cariñosamente ovacionado.
Y Ponce en su papel ciertamente estelar además de, ¿por qué no decirlo?, morboso. No tuvo lo que decimos suerte con ninguno de sus dos toros. El segundo de la tarde, sobradamente presentado como toda la corrida, huidizo, muy suelto de salida y apenas presto por el lado izquierdo con el capote. Blando y sin dejar de calamochear con remates altos y ariscos. En fin, uno de esos que la inmensa mayoría del escalafón superior hubiera liquidado de inmediato. Al contrario, Enrique se aplicó a fondo y, no demasiado tarde, logró rehacer al animal en inverosímil logro convirtiendo el agua en vino añejo y, a veces, hasta en dulce como uno de esos caldos malagueños olorosos que suavizan las gargantas al beberlos.
Faena ciertamente importante por cómo había sido el toro y que no lo fue gracias a la inigualable maestría del valenciano. Lo que había sido paciente ciencia, se trocó en una soberana labor que se desparramó por redondos largos, hondos y templados además de melodiosos. Porque cada vez que le vemos en este año de su gran consagración artística, el toreo de Ponce se asemeja a las áreas operísticas más hermosas del bel canto. Muy breve al natural que, por ese lado, lo mejor fue volver al pitón derecho. Y con la faena ya hecha, un accidental y horrible espadazo porque, en el mismo arranque de la estocada, el animal dobló una mano repentinamente y la espada cayó en muy mal lugar. Dos descabellos. Y lo que hubiera sido una y quién sabe si dos orejas, quedo en gran ovación y saludos desde el tercio.
Perdido un primer trofeo, lo obligado era cortar las dos del cuarto que fue uno de esos toros de Samuel con tanta presencia y tanto trapío que, al verlos, los toreros se lo piensan y el público aplaude admirado por su enorme envergadura.
Ya había cortado una oreja El Fandi que, como siempre, fue tan Fandi como acostumbra. Sensacional capotero por temple y formas, histórico banderillero, productivista muletero y certero además de eficaz matador. El toro, además, había sido uno de los mejores del envío. Un toro de nota alta y mucho fondo.
El cuarto, segundo de Ponce, no. Otro de nones en sus principios y en sus mitades. Además de imponente tío con toda la barba. Vamos, un toro para salir corriendo… Para salir corriendo como ese que ha hecho juegos malabares para quitar a Ponce de Valladolid. Pero…. ¿qué imagino?… Ese, ni en sueños…
Lo que hizo Enrique Ponce con este torazo fue una de sus más grandes faenas de la grandiosa temporada que nos está regalando. Faenón compendio de todas las virtudes poncistas porque, antes de dar un largo y ancho recital por finísimos, dulces, largos, sedosos y maravillosos naturales por como los creó y los recreó en relajado abandono, hubo que volver a convertir el agua en esta vez gran vino de las más caras reservas. La reconstrucción de las en principio imposibles por brutales embestías de este animal, fue como lograr una obra de larga y difícil orfebrería. Ciencia en estado puro hasta que la magistral lección desembocó en un derroche de arte pluscuamperfecto. Intratable Ponce.
Asombradas e intercambiadas miradas de los toreros presentes, de luces o de paisano, en el callejón. Éxtasis del público al comprobar que lo imposible se hacía posible sin que faltaran instantes de evidente riesgo de cornada que el maestro evitó con juvenil y certera habilidad. E increíble estupidez del que ayer ocupó el palco. La petición de las orejas fue tan nutrida como unánime. Y la negativa del imbécil presidencial, merecedora de inmediata destitución.
Bien es cierto que unos pocos protestaron la oreja que antes se había ganado El Fandi. Razón por la que, supusimos, el usía debió temer que los mismos – no más de diez – hubieran vuelto a protestar de haber sacado el segundo pañuelo. En fin…. Lo de tantas veces… Pero en la historia quedará escrita con letras de oro esta faena de Enrique Ponce que hará memoria de cuantos la disfrutamos. Dentro de unos años, señores, ¿quien se acordará de las orejas? Nadie. Nos acordaremos de lo imperecedero. Nos acordaremos del faenón de este emperador del toreo que nos ha regalado la Divina Providencia.
Como casi siempre que ocurren estos portentos, lo que vino después no tuvo las mismas dimensiones ni el mismo eco. El quinto toro, segundo de El Fandi, no fue tan bueno como el tercero. Dejémoslo en la mitad. El granadino volvió a brillar en los dos primeros tercios y cubrió el tercero con susto incluido. Fue ovacionado tras una estocada trasera y tendida.
Y a Filiberto solo le faltó matar a la primera para poder triunfar como hubiera merecido con un sexto muy franco por el lado derecho. Tan entusiasmado estaba el joven murciano en el final de su faena, que intentó matar en la suerte de recibir… En mala hora. Le costó irse sin ninguna oreja aunque sí con la grata impresión que nos causó.
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