Daniel Machancoses, presidente de la Asociación de Ganaderos de Bous al Carrer de la Comunidad Valenciana, cuenta que el dinero que dejó de ingresarse la temporada pasada por culpa de la Covid es irrecuperable, y que este año el asunto pinta mal de cara a una pronta reactivación de los festejos populares. Mantener un toro autóctono cuesta un euro diario, algo insoportable cuando se poseen entre 150 y 200 cabezas de ganado. De momento se ha optado por enviar animales al matadero. De los 11.000 bravos que había a principios de 2020 en Valencia, ya sólo quedan 7.000, un sacrifico que se ha efectuado para poder seguir alimentando al resto de la cabaña, no como lucro para el propietario.
Más allá de la cuestión económica, Daniel señalaba que, con esta inevitable medida de reducir población, las vacadas van empequeñeciendo, se produce una importante pérdida genética y, con ello, aumenta la consanguineidad y las divisas pierden diversidad. Pero además hay otro factor que también acabará derivando en problemas: el de la merma de la selección. El fruto de dos años sin el deseable trabajo de clasificación y elección podría notarse en menos de un lustro.
Los ganaderos de la Comunidad Valenciana advierten que otra campaña más sin toros implicaría la desaparición de muchos hierros legendarios que no podrían soportar los gastos con el pequeño apoyo que reciben de las Diputaciones y la mínima prima de la PAC. No hay subvenciones estatales y esperan como agua de mayo un dictamen de la Generalitat Valenciana que obligue a la Conselleria de Agricultura a equiparar las subvenciones a los criadores de bravo a las que se otorgan al resto de ganaderos.
El problema es gordo para la supervivencia de las divisas y de los animales, tanto a nivel autonómico como nacional. De hecho, la Unión de Criadores de Toros de Lidia estima que las pérdidas superan los 120 millones de euros para el sector en España, y lamenta que desde el Gobierno se desprecie su decisiva labor medioambiental.
Sin duda el toro bravo es un tesoro ecológico único en el mundo y propio de España, el guardián del ecosistema verde de la dehesa que ocupa más de 250.000 hectáreas de alto valor natural que se mantienen sólo por y para él, y que ayuda a mantener otras especies.
Un estudio del Ministerio de Agricultura efectuado hace cinco años, preveía que en la próxima década de los 40, la población rural de este país sólo será del 12% sobre un 80% de su superficie, y las mascotas de ciudad serán un 45% más numerosas que los animales del campo. En los años 50 de este siglo, España deberá alimentar, dar sanidad, ocio, cuidado, vacunas… a un registro de mascotas que superará en alrededor del 23% al censo humano.
Mientras el mercado de los animales domésticos se ha convertido en el negocio de mayor facturación mundial (sólo en Europa se superan cada año los 25 mil millones de euros), la gente del toro está siendo desplazada de forma paulatina, estructurada y planificada hacia una ciudad donde desciende la natalidad de personas y se programa el aumento de mascotas.
Para el año 2050 España habrá vaciado el campo de hombres y animales. Quizá entonces se añore a los ganaderos en general y a los de bravo en particular por haber sido los grandes héroes del mundo rural y ecologista en tiempos de pandemia, de borrascas y de movimientos antis que, si no se pone remedio ahora, acabarán lamentándose.
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