Para mí, y eso es algo que confieso aquí por primera vez, Zidane no se acabó ayer, no, para mí se acabó exactamente el 31 de mayo de 2018 cuando, con el rabo entre las piernas, dimitió dejándole a su amigo Florentino una bomba nuclear en el despacho y luego se fue a merendar tan ricamente antes de visitar Muebles La Oca para comprar un tresillo.
Lo segundo que yo decía, y aún digo, es que el Real Madrid tiene uno de los mejores (y más envejecidos, por cierto) onces del mundo, un "catorce" o "quince" razonablemente bueno y siete u ocho futbolistas que no tienen calidad para jugar en ese equipo. Y ponía, y aún pongo, nombres: Militao, Vinicius, Rodrygo, Odriozola... Si a esto le unimos que Marcelo e Isco son dos exfutbolistas del Real Madrid, que Jovic se acaba de ir, que Odegaard se quiere marchar y que Mariano está inédito, el Real Madrid ya no tiene un problemón deportivo, que también, sino de gestión de vestuario, que era de lo poco bueno que aún podíamos salvar de Zizou: "¡qué bien maneja al vestuario!" Pues bien, hay futbolistas con los que lleva sin hablar tres meses, y alguno de ellos jugó por cierto ayer en Alcoy. Tres meses. Seguro que Zidane ha hablado más veces desde septiembre con Koeman que con algunos de sus jugadores. Por si todo esto fuera poco, resulta que en el banquillo del Real Madrid hay sentado un entrenador que no comulga con la filosofía deportiva del club, que consiste en darle cancha a chavales jóvenes que han costado menos que un megacrack y que pueden consolidarse... si los pones. No voy a insistir en ello pero el Real Madrid tiene por ahí gravitando a Brahim, Ceballos o Kubo y ha dejado salir, por ejemplo, a Reguilón y Achraf. Por lo demás, Zidane tampoco demostró demasiado interés en recuperar a James o a Bale, que entre los dos le costaron 180 millones de euros al club.
De modo que la pelota ya no está en el tejado de Zidane, que afirma que no es vergonzoso caer en dieciseisavos de final de la Copa ante un equipo de Segunda B con un presupuesto de 800.000 euros. La pelota ha dejado de estar en ese tejado para pasar al tejado de más arriba, al tejado del presidente del club. Es Florentino, y desde ayer también Biden, quien tiene el maletín con el botón nuclear. Es a él a quien le corresponde apretarlo o, por el contrario, pensárselo dos veces porque, ¿a quién traes ahora? ¿A Allegri? No me hagas reír. ¿A Gallardo? Probablemente Gallardo sepa más de la Liga española que el propio Zidane pero, ¿vas a traer al muñeco casi en febrero? Por otro lado, si no haces nada, si no mueves un músculo, da la sensación de que todo te resbala, ¿no? Y eso, la imagen que el Real Madrid traslada al exterior, es de lo poco que inquieta sinceramente al presidente del club.
Para mí, y eso es algo que confieso aquí por primera vez, Zidane no se acabó ayer, no, para mí se acabó exactamente el 31 de mayo de 2018 cuando, con el rabo entre las piernas, dimitió dejándole a su amigo Florentino una bomba nuclear en el despacho y luego se fue a merendar tan ricamente antes de visitar Muebles La Oca para comprar un tresillo.
Con o sin Liga, con o sin Supercopa, su regreso fue un inmenso error y algún día se sabrá toda la verdad a propósito de quién lo buscó, cómo se fraguó y a quien interesaba más su vuelta, más que nada porque el otro nombre que sonaba con más fuerza incluso que el suyo propio era el de José Mourinho. Zidane, para mí, se acabó ese día, lo reconozco. Porque yo no soy de Zidane, de Cristiano o de Ramos, yo soy del Real Madrid. O, para ser más exactos, yo sí soy madridista. Cristiano es cristianista, Ramos es ramista y Zidane es zidanista. Lo que pasó ayer dolió pero era predecible, no fue algo inesperado. La reconstrucción del Real Madrid no pasa por Zidane porque nunca pasó por él. Él va a morir con las botas de Isco, Marcelo, Modric, Benzema y Casemiro puestas y, por una simple cuestión biológica, al Madrid hay que rejuvenecerlo con sangre nueva... y de calidad. Con Alaba, si es que está hecho. Con Mbappé si hay ocasión. Con Haaland si ello fuera posible. Y con un entrenador con ideas nuevas y con ganas de enseñarle a los más jovenes, a Jovic, a Brahim, a Kubo... La ocasión la pintan calva porque, al parecer, al hombre con suerte se le acabó y ahora siempre pierde a la ruleta rusa. Pero el balón cambió de tejado y ahora la partida se juega en otro lado, en el tejado de Florentino.
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