No se trata de pedir peras al olmo, sino de exigir justicia y respeto para los miles de españoles que no se reconocerían como ciudadanos de pleno derecho en una España sin toros. Si nuestros mandamases pusieran en la restauración del derecho de los ciudadanos que así lo deseen, a presenciar corridas de toros, novilladas y espectáculos ecuestres con el toro como base, la mitad del tiempo y el esfuerzo que emplean para permanecer en el poder contra viento y marea, la fiesta de los toros recuperaría en los próximos meses la dinámica de restauración que merece por su incardinación de siglos en el espíritu de la mayoría de los españoles, que, unos como aficionados y otros como circunstanciales espectadores, se sienten atraídos hacia la geografía redonda de las plazas de toros en los días feriados de sus respectivas poblaciones.
Ha quedado demostrado por la cruda realidad histórica y con nombres propios de aficionados de todos los colores políticos que la Fiesta no es de izquierdas, de derechas ni de centro. Y que el ataque y el ninguneo que están sufriendo los profesionales del toreo no es más que el empeño de uno de los socios de Gobierno de Sánchez que mira para otro lado con tal de continuar ejerciendo el poder por el poder. Repito una vez más que el desprecio a las enseñanzas de la historia de los pueblos es la base de que esa historia pueda repetirse.
Los luctuosos sucesos de aquella llamada Semana Trágica de Barcelona de la primera parte del siglo XX, que desembocaron en el enfrentamiento civil que se llevó a la República por delante y enfrentó a media España contra la otra mitad, comenzaron con una algarada en una corrida de toros en la plaza de Las Arenas de la capital catalana, durante la que se pegaron fuego a palcos y tendidos, entonces de madera, los revoltosos bajaron al ruedo y muerto el toro lo arrastraron por la Gran Vía y Las Ramblas hasta la plaza de la Paz y rociándolo con gasolina le prendieron fuego en las puertas del Gobierno Militar. Los días siguientes fueron de sangre y fuego, y significaron el principio del fin de la Segunda República. Y los prolegómenos de una Guerra Civil que enfrentó a hermanos contra hermanos y dio paso a una dictadura de más de cuarenta años. ¡Basta ya de utilizar la fiesta de los toros como pretexto para otros fines que poco o nada tienen que ver con ella!
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