En uno de los extremos, se encuentran los que se conocen como "palmeros". Frente a ellos, el "torismo extremo". Y entre medias de todo ello un chaval que quiere aprender a ver una corrida de toros y no se siente identificado con ninguno de ellos. Los primeros, tienen cierto parecido a los del pueblo y el socio de su padre, y los segundos parecen no disfrutar de nada. Entre ellos, discuten. Los primeros jalean, los otros, parecen haber hecho de aquello que tanto admira, una asignatura del colegio.
Por suerte o por desgracia, ese "algo" que tiene la tauromaquia hace que aquel joven aficionado vuelva. Y lo que tanto le llamaba la atención trasciende más allá de una tarde de toros. Entonces su idea de todo aquello comienza a asemejarse mucho más al aficionado torista. La integridad del toro se torna algo innegociable, la monotonía en los carteles le cansa y empieza a perder la vergüenza a protestar cosas que no son parte de lo que el considera la tauromaquia.
Alguna que otra tarde, sus amigos deciden acompañarle. No entienden nada. Tomaron otro camino. Ni mejor, ni peor. Otro.
Entonces, justo en ese momento en que la distancia entre unos y otros es lo suficientemente amplia como para recordarle aquel vacío que quedaba entre medias de palmeros y toristas, el ya aficionado decide reaccionar.
¿Qué será de el joven aficionado que se ha sentado esta tarde a su lado?¿De veras es necesario dejar en manos de ese "algo" que tiene la tauromaquia la afición de ese chaval?
Existe, o por lo menos debería hacerlo, el tercer camino. El camino que cada uno de los aficionados debemos seguir sin complejo alguno a la hora de aplaudir un toro o a un torero. Aquel que enseñe la tauromaquia más estricta pero también te deje seguir disfrutando de ella. El de la opinión personal, pero también el de la unidad, pero por encima de todo el que ayude a un joven aficionado a sentirse parte de una fiesta, que cada vez encuentra más distancia entre sus dos caminos.
--
No hay comentarios:
Publicar un comentario