Para José no existía distinción de clases. Atendía a todos, aunque fuera con el traje de trabajo de la chatarrería que regentaba, un trabajador nato. Ayudaba a quien lo necesitaba. La mirada bondadosa y su grandeza de espíritu no tenía parangón. Supo conectar. Un ser generoso, con sentimiento.
Como torero dejó huella. Con su hermano Paco creció en el toreo de la mano de su padre, Antonio, un luchador nato que organizaba novilladas aquí y allá. El tiempo y las circunstancias definieron el camino de cada uno. Los comienzos de ambos tuvieron como escenario la plaza de toros de Cádiz. En esta última se presentó con picadores el 23 de abril de 1967 con un lleno. No fue torero de muchas temporadas, las suficientes para dejar patente su gracia torera.
Nunca faltó su consejo sabio para los que daban sus primeros pasos, siendo un defensor del toro y del concepto de la diversidad de las suertes de la lidia. Nos deja el ejemplo de ser sencillo, cariñoso, generoso, romántico… deja una huella difícil de olvidar.
Junto a su madre, Agustina, una mujer de raza que en la sombra ayudó a sus hijos, reposan sus restos para la eternidad
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