José Arcila recibe dos orejas del impresentable cuarto. Sebastián Hernández una del tercero tras estocada con degüello, y Juan de Castilla, autor de la faena de la tarde con el exigente quinto se va en blanco por pinchaúvas. Encierro diverso de tres hierros.
José Arcila, aureolado por su arrebatadora última faena en el festival del año pasado aquí, llegó de riguroso luto por la reciente muerte de su suegro el matador Edgard García “El Dandy”, víctima del Covid 19. Todo eso más el ensimismamiento, la seriedad de su rostro y lo ceremonioso de sus ademanes hicieron presentir cosas muy hondas.
Le correspondieron dos toros de trapío y juego antagónicos.
La ofensividad y acometida poderosa del primero daban para ello. Lo recibió sorpresivamente con cuatro cordobinas y una media, buenas. Las ilusiones arriba. Después del duro monopuyazo de Torres y tercio intrascendente de banderilleros, el brindis al cielo puso nudos en las gargantas presentes y televidentes. ¿Qué pasará? Pues lo que nadie se esperaba. Una lidia precautelativa, fuera de cacho y con el animal pasando a distancia sideral, incluso con escape por pies en un par de ocasiones. Vaya sorpresa. La estocada en alto, ejecutada con facilidad no tuvo glosa, pese a la tardanza en el efecto. Luego, por el micrófono reconvino al presidente por no darle la oreja… ¿?
Con su otro toro, el de la triste cuerna (no era su culpa), la faena fue igualmente inquieta de plantas, pero más arrimada, larga y variada, explotando los bondadosos e inagotables viajes. Cuatro verónicas y media largando tela, de saludo. Tres delantales al caballo. Dos crinolinas y revolera de quite. Y ya con los trastos en la mano, se dirige lentamente a los medios, clava el ayudado en la arena, vuelve a las tablas y a trapo limpio se dobla con “Trompetillo” de tu a tu. La faena transcurre poco reposada, rauda, constante y prolongada, tanto a derechas como izquierdas. Pero sin que la facha ni los poco fieros aires del toro emocionaran. La estocada fue la de la tarde, no hay duda, y una oreja quizá hubiese sido suficiente. Usía sin dudarlo sacó los dos pañuelos y todos tan contentos.
Juan de Castilla, bajo la lluvia, no halló en el estulto segundo, materia para entusiasmar y de contera lo mató mal, oyendo aviso. En cambio, con el feucho quinto de Juan Bernardo llevó la corrida a su cumbre. No contemos las verónicas acurrucadas que no genuflezas. Tampoco el pinchito subcutáneo de Clovis. Ni las escarbadas y dubitaciones iniciales de “Rumano”, resueltas con cinco por bajo y un tirón a los medios. Digamos que el arte del toreo asomó en la primera tanda de cuatro derechas y el de pecho. En jurisdicción, parando, templando, mandando, cargando la suerte y ligando. Y otra más y cuatro naturales desembocando en un circular invertido sin solución de continuidad. Y un molinete y más toreo dueño de la situación. Era la de la tarde, la de la feria, creo. Cuando la embestida tardea, se acuna valiente y obliga tres circulares más por la espalda. Iguala laboriosamente a toro distraído y pincha, estoquea sin efecto, vuelve a pinchar y el encanto se deshizo. Manos vacías, pero ahí quedó eso.
Sebastián Hernández, recibió una oreja por una brega desarticulada en la que el toro, que se las traía, eligió los terrenos y puso las condiciones. La estocada fue de honesta ejecución, pero el degüello atroz, llenando el húmedo ruedo de sangre. A Usía le gustó y saco el pañuelo. Ni me imagino que dirían los no aficionados y las señoras que contemplaban el hecho por internet. Con el sexto que se paró la porfía fue inútil.
Los toros merecieron ser mejor tratados y estoqueados, los toreros mejor valorados por el palco y la corrida otra historia. Para qué engañarnos.
FICHA DEL FESTEJO
Manizales, lunes 11 de enero 2021. Plaza Monumental. 2ª de Feria 66 (virtual). Sol, nubes, lluvia, frío. Sin público. Seis toros diversos de presentación y juego: Dos de Ernesto Gutiérrez, 2º mansurrón y 4º capacho, bizco y noble. Dos de Santa Bárbara, 1º y 3º encastados. Dos de Juan Bernardo Caicedo, 5º bizco exigente y 6º manso.
José Arcila, silencio y dos orejas
Juan de Castilla, silencio tras aviso y silencio.
Sebastián Hernández, oreja y silencio.
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