Cierto que las nieves traen consigo también un frío pelón que tiembla el misterio, lo que han aprovechado las compañías eléctricas y las del gas para pegarnos un subidón histórico en sus respectivos recibos. Suerte que en la gobernación del país están mandando los “padres de los pobres”, que si no apaga y vámonos. Dice un primo mío, un poco corto de luces, que en este país no mandan los políticos sino los bancos, las compañías eléctricas, las del gas y los laboratorios farmacéuticos. Y eso que no anda sobrado de intelecto el andoba…
Ya vamos por la tercera ola de la pandemia y los que todo lo embadurnan con su gelatinosa beatería dicen que es un castigo de Dios por nuestro materialismo egoísta y ramplón, mientras que los que relativizan científicamente con su académico materialismo el devenir de la historia de la humanidad, cargan las culpas de la pandemia de Covid-19 al comportamiento de los humanos, cuando no dándole a la cosa carácter de selección natural, que tiene su origen en el exceso poblacional. Algo así como la Ley de la Selva en la que los más fuertes acaban con los más débiles para la pujante conservación de las especies.
Ya me explicarán qué culpa tienen el toro bravo, los aficionados, los empresarios, los toreros y todos los que viven alrededor de la Fiesta, gracias a su trabajo en ella, de que las clases dirigentes del mundo conocido, en vez de gastar millones en poner fin a la pandemia que nos diezma, los empleen en la invención de nuevos y más eficaces medios de exterminio para que unas minorías actúen como dioses sobre tantos seres humanos, por el solo delito de no estar englobados en las élites del poder y del dinero. Y no se trata solo del Covid-19 sino también, y sobre todo, del hambre, el frío y la miseria. Cuando no masacrados por sus inventos bélicos, con algunos de los cuales basta apretar un botón, a cientos de kilómetros, para convertir una urbe superpoblada en un solar.
Y todavía tienen la desvergüenza de calificar la Fiesta de los Toros de inhumana, y hasta de derramar lágrimas de cocodrilo por los “pobres animales” muertos a estoque en las plazas de toros.
Lo que no dicen y se niegan a reconocer es que unas minorías selectas se han adueñado del dinero, del poder y de las armas más sofisticadas, para someter a sus oscuros y deleznables designios a los seres humanos, que no tienen la suerte de formar en sus filas. Y que la vida de mil de esos seres humanos les importa menos que la de un solo toro de las dehesas salmantinas, andaluzas o navarras. Que por cierto también les preocupa bien poco, por mucho que prediquen…
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