
CONTRACRÓNICA DE LA SEGUNDA DE SAN MIGUEL
Talavante, Luque y Jiménez afrontaron la tarde desde sus distintas circunstancias personales y profesionales.
Tres casos distintos para una tarde de entretiempo
Mientras transcurría el rito pagano en la plaza de la Maestranza, el señor Arzobispo depositaba sobre las sienes de la Pastora de Santa Marina la corona que desde ahora timbra esa añeja devoción que reverdeció en la capilla del Hospital de los Viejos. Las campanas de la Giralda delataron el momento mientras, no se sabe muy bien de dónde, se colaba el eco de una banda de cornetas y tambores que se solapaba con los clarines que iban marcando el cansino transcurrir de la lidia. La tarde se vivió con cielo de entretiempo y, ésa es la verdad, a modo de compás de espera de ese cartel estrella que anda pendiente de los pronósticos meteorológicos.

Eran tres toreros, tres casos, tres circunstancias distintas... Y una corrida de Garcigrande en la que hubo de todo, hasta ese animal desconcertante que saca de vez en cuando el hierro charro que sólo supo ver Luque en una faena de mimo y alquimia que iba a validar el único trofeo del festejo, concedido cuando el toro ya caminaba hacia el arrastre. Torero precoz, el diestro de Gerena sigue pagando de alguna manera los pecados de juventud. Pero nadie puede negar el virtuosismo lidiador, la capacidad de resolución y la expresión estética de un matador al que le ha costado tanto romper su propio cerco y que sigue gravitando en torno a la cumbre.
El traído y llevado veto de Roca Rey le puso en el disparadero. Eran demasiadas evidencias para negar una situacion que ha quedado en tierra de nadie y podría haber propiciado uno de los más hermosos duelos profesionales -lo personal lo dejamos para los interesados- en un escalafón necesitado de verdadera competencia. La habrá -y mucha- en la corrida de esta tarde a cuestas de otro supuesto veto. Pero no conviene adelantar acontecimientos.

Otro caso bien distinto, triunfo de la voluntad y la cultura del esfuerzo, es el de Borja Jiménez, rescatado de su propio ostracismo a raíz de aquella faena reveladora al victorino del otoño madrileño de 2023. Desde aquel momento ha convertido la regularidad, la entrega y la versatilidad de torero de ferias en el guión de sus temporadas. Pero este sábado de San Miguel no dio su mejor versión. Daba la sensación de que ayer salió demasiado atenazado, falto de fluidez, sobrepasado por una presión que le impidió cogerle el aire al tercero de la tarde, seguramente el ejemplar más completo del envío de Justo Hernández en el que, como el botica, hubo de todo.
Como hubo otro toro de interés, que fue el cuarto. En algún momento de la lidia se iba a lastimar una mano. Seguramente sería el mayor impedimento para desarrollar la embestida que anunció en la brega y, especialmente, en los primeros muletazos de la faena de Talavante. El animal se rebosó varias veces con un puntito de aire manso pero aquello duró un suspiro dejando la labor del extremeño en la más absoluta intrascendencia. El Tala ya había pasado totalmente desapercibido con el primer de la tarde, un toro que sin tener mal aire no tuvo alma ni fibra para sostenerse en la muleta.

Pero la reflexión es otra. Talavante, como Castella o Manzanares si nos ponemos a señalar, forma parte de esa generación de matadores amortizada por el tiempo, el desgaste y los públicos que sigue siendo sostenida en el circuito de las principales ferias por un sistema cerrado y comisionista que no puede esconder su olor a naftalina. Urge probar toreros nuevos, refrescar el esquema de los abonos. Las plazas se llenan; hay ganas de toros; el balón está botando...
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