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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 29 de septiembre de 2025

Morante y Roca: de la guerra fría a la paz de Versalles / por Álvaro R. del Moral

El primer gesto de complicidad, casi inadvertido, llegó en la devolución de trastos. / Juan Carlos Muñoz

Morante y Roca: de la guerra fría a la paz de Versalles

CONTRACRÓNICA DE LA ÚLTIMA DE SAN MIGUEL
Los dos gallos del corral sellaron su propio armisticio con un gesto de complicidad que aventó cualquier rencor.

por Álvaro R. del Moral
Diario de Sevilla/28 de septiembre 2025 
En el argumento íntimo de la corrida latía la guerra, no tan fría, que separaba a Morante y Roca Rey desde los sucesos de Santander -prueba del algodón del cigarrero- hasta la definitiva ruptura de hostilidades del famoso quite de El Puerto. Ya saben: el célebre purito que el paladín limeño recetó al genio cigarrero en vísperas de la inoportuna cornada de Pontevedra. Nada que no se sepa... y que añadía un plus de sal y pimienta a esta tercera tarde de San Miguel que se iba a resolver entre grisallas y empapada en ese agua de borrajas que cesó a la mismísima hora del paseíllo.

No hubo choque de trenes; ni siquiera opción a un qué hay de lo mío en éste o ése quite. Lo que nadie podía esperar es que, con la tarde vencida y las esperanzas rotas, se firmara la paz mientras ambos espadas aguardaban en el tercio a que culminara la suerte de varas en el sexto de la tarde. El personal, que no pierde ripio, aplaudió el gesto de complicidad entre los dos gallos del corral. Se había firmado el armisticio que, imperceptiblemente, se había esbozado en un gesto de cordialidad inadvertido en el transcurso de la cesión de trastos. Bien está lo que bien acaba aunque esta competencia, para qué vamos a engañarnos, le echaba picante a una cita que había disparado la expectación y volcado la taquilla.

La corrida de Cuvillo se empeñó en aguar la fiesta por más que la memoria -definitiva prueba del toreo- rescate dos naturales eternos, el bamboleo de unas chicuelinas o el sabor añejo de ese cambio de rodillas -la sombra alargada de Gallito- que trató de romper la tarde. No hubo mucho más en un festejo que en marcaba la alternativa de un torero joven y prometedor que había soñado otras circunstancias para su doctorado. Aún podremos verlo en un par de semanas, anunciado en el festival que debe llenar las bolsas de caridad de las hermandades de San Bernardo y El Amor clausurando, de paso, la última temporada taurina celebrada en la plaza de la Maestranza bajo los actuales parámetros contractuales. ¿Qué vendrá después? Dios dirá.

Pero ya que hablamos de cofradías cabe resaltar la hermosa inspiración de Fernando Aguado que ha soñado azucenas, volutas y acantos para bordar la seda y el punto de color merino del vestido del doctorado de Zulueta. Se lo había presentado en un rito íntimo al Señor de la Sentencia que en este tiempo de tribulaciones ocupa el camarín central de la Basílica de la Macarena. Javier también había advertido a los hermanos del Baratillo que se iba a postrar a las plantas de la Piedad -ese mar inmenso de aguas quietas- antes de traspasar el portón incierto de la calle Iris.

El verdadero camino comienza ahora y no estará exento de dificultades. Que se lo pregunten a Roca Rey que había llegado a la cita sevillana literalmente molido a golpes, arrastrando los efectos colaterales de una dura temporada en la que ha empezado a sentir la impaciencia de los públicos. Quitarse de Sevilla no era ninguna opción posible sabiendo de antemano que se iba a encontrar un sector hostil. El paladín peruano quiso cambiar la lanzas por cañas echando toda la carne en el asador con el quinto de la tarde. Pero ya era imposible. El envío de El Grullo ya se había encargado de sentenciar la tarde, defraudando la expectación levantada a la vez que las negruras de la noche se adueñaban de la plaza de la Maestranza y abrían la puerta al otoño. Concluía el abono de la temporada y el aficionado echaba una muesca más en el bordón de su propia vida.
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