Desafío Ganadero Rehuelga vs Escolar. Todos hermosos, aunque sin seso. Márquez & Moore
JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Tras el interregno veraniego, bautizado por la chispa de la Empresa Plaza1 como «Cé'S'nate las Ventas», que nos ha ido siendo relatado de manera puntual por la precisa pluma de Pepe Campos, ahí volvemos a la piedra, ya sin cena que valga, a lo de todos los días, que en esta ocasión es el primero de los «Desafíos Ganaderos» que nos llevarán de cabeza hacia la Feria de Otoño. Para el primero de los desafíos, el veedor Florencio eligió los toros de Rehuelga y los de José Escolar, con la consabida comisión del 3% por las molestias, y dos sobreros también de los mismos hierros, que eso sí que es un detallazo, pues un puñado de veces nos ha pasado que echaron a uno de lo que veníamos a ver y nos colaron una taza de ricino del Vellosino.
Echaron por delante los de Rehuelga, vaya usted a saber por qué, pues la antigüedad de esa ganadería, 2007, es menor que la de don Pepe Escolar, que es de 1985. ¿A quién le importan esas antiguallas de las antigüedades, en pleno siglo XXI, el siglo en el que se avían los pitones con una Hilti en lugar de una escofina? Hay que irse modernizando en todo y, para ser modernos, hay que eliminar todos esos vetustos atavismos que constriñen la tauromaquia: la integridad de las defensas, la verdad y la colocación en el cite, la honestidad personal de los actuantes… Por lo menos en la tarde de hoy no podemos quejarnos de la cosa de los pitones, que se fueron los seis pares al desolladero igual que salieron del averno de Florencio, sin que su paso por el ruedo, derrotes, caballos y demás fruslerías los menoscabasen. En ese sentido puede decirse que ya podemos congratularnos de algo positivo en este primer desafío del final del verano de 2025. Otra cosa positiva sería la presentación del ganado. Tanto los de Rehuelga como los de Escolar han lucido palmito y han recibido los aplausos de la cátedra en sus salidas al ruedo, tanto el primero y el tercero de los rehuelgas como el cuarto y el quinto de los escolares.
Si queremos dar vencedor del desafío, este sería José Escolar, pues los Rehuelga, además de su presentación, poco o nada han dicho a aquellos que hoy fuimos a Las Ventas en busca de la casta, el poder y la inteligencia que siempre apreciamos en el toro de lidia. Los Rehuelga dieron un juego tirando a soso, sin poder ni intenciones, haciendo gala de sus hechuras y poco más. Esas condiciones fueron suficientes como para que Juan de Castilla mostrase su claridad de ideas y su concepción del toreo ensamblado y con una finalidad. Fue en el tercero, Logroñés, número 10, ante el que hizo gala de una tauromaquia asentada y ordenada, muy grata de contemplar. Ésa es la parte buena, porque la parte mala es la debilidad del toro y su embestida boba y bovina, que deslució el trabajo del colombiano de cara a la plebe.
Los otros dos matadores que compartían cartel con Juan de Castilla fueron Miguel Andrades, que venía a confirmar la alternativa que le dio Damián Castaño el pasado mes de mayo en Alès (Francia) y Sebastián Ritter, que venía en sustitución de Damián Castaño, cogido ayer en la memez esa de la porta gayola, que este hombre se ve que no aprende.
Poca historia hay en los Rehuelga: el de la confirmación era Avispa, número 17, muy hermoso ejemplar cuya condición era más bien afable y colaboradora, sin que Andrades diera ninguna seña de identidad que permitiera alinearse con sus proposiciones. La única seña de casta del animal fue cuando el jerezano pretendió darle una manoletina absurda y el pobre bicho dijo: «¡eso sí que no!» y se le llevó por delante. Luego se atascó con los aceros y los verduguillos y se libró de milagro de los tres avisos. El otro Rehuelga, Mulerito, número 7, fue saludado por Ritter a base de pierna flexionada y ahí se le fue al toro el poco fuelle que tenía, lo cual unido a su descaste formaban una perfecta ecuación para trazar un camino ancho y despejado hacia la nada.
Desde que la pezuña de Cantador, número 61, holló la arena de la plaza, ya se vio que lo de Escolar venía en otro registro. El toro, cárdeno y ensillado, no era para llevarle a un catálogo de veterinaria, pero en seguida dio a conocer sus señas que, a grandes rasgos, quedaban delimitadas por su condición áspera, incómoda, mirona y desabrida. Un regalo. Sebastián Ritter no rehuyó la pelea y ahí estuvo con su muleta frente a las petrificantes miradas de Cantador, que se orientó muy rápidamente y decidió que lo suyo no era echar una mano. Fue un toro duro y peligroso, lo cual hace más meritoria la labor de Ritter, tratando de robarle un muletazo a despecho de las dificultades enormes que el animal planteaba. Estar ahí abajo frente a ese ser y sin descomponerse, es una prueba de fuego para un torero, por lo que, simplemente, lo que toca es rendir honores al que lo ha hecho.
Cuando salió el segundo Escolar, Capador, número 32, allá que se fue Juan de Castilla con su capote a recibir al toro y a sacárselo a los medios, ahormándole, toreando por bajo, pura eficacia, ni un enganchón, hasta que lo dejó airosamente en los medios. La ovación mayor de la tarde sonó entonces en homenaje a esa excelente brega del joven diestro colombiano. El toro, a resultas de esa doma a la que había sido sometido, demostró ciertas condiciones como de querer meter la cabeza y favorecer el toreo. Acaso por eso el diestro lo dejó crudo en varas, pero cuando el animal llegó al segundo tercio y sufrió la brega de Marcos Prieto y las pasadas en pánico de Raúl Cervantes y Pablo García, a palo clavado por pasada, o lo que es lo mismo, seis banderillas en seis pasadas, el animal había cambiado. No obstante, animosamente, Juan de Castilla se fue a brindar el público, pero desde la primera vez que le tendió la muleta ya se vio que entre ambos no se iba a llegar a algún buen acuerdo. El toro era extremadamente exigente y demandaba colocación, demandaba pisarle el terreno y provocarle, y las dos veces que el torero lo hizo, el animal respondió, entiéndase ese «respondió», pero el precio a pagar era demasiado elevado y Juan de Castilla prefirió no dar ese paso.
Y para finalizar , una preciosidad llamada Corredor, número 18, que entró cuatro veces al caballo, que hizo valer su casta en el segundo tercio y que pasó por encima, como una apisonadora, de las carencias y vacilaciones de Miguel Andrades, treinta años de edad, alternativa recién tomada. Fue Corredor un toro que nos hizo soñar con Paco Ruiz Miguel, porque era un toro para vencerle, entenderle y pegar un aldabonazo en Las Ventas, pero Andrades bastante tuvo el hombre con ir sorteando el vendaval como fue pudiendo. Y luego, en un instante, esa incapacidad, esa ilusión sin oficio, momentáneamente, nos llevó a pensar en que dentro de dos fines de semana tendremos a Rubén Sanz y sus 46 años con vaya usted a saber qué toros, y en que, quizás, la prueba a la que se va a someter a ese animoso diestro pueda ser sobrehumana.
ANDREW MOORE
José Escolar
FIN

















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