
'..Así, Cervantes no era ni español, ni soldado de fortuna, ni católico, ni escritor revolucionario, ni sufrido superviviente de un país sin futuro, sino bujarrón reprimido y el Argel a donde iban trinitarios y mercedarios a redimir cristianos, un aparente paraíso LGQTBI..'
Un joven español llamado Cervantes
Se podría explotar creativamente un personaje tan complejo sin reducirlo al maniqueísmo
Antonio Valderrama
Dice José Manuel Lucía Megías, uno de los últimos biógrafos de Cervantes, que cada época construye su propio mito cervantino, «ideológica, cultural y literariamente». A eso ayuda lo que recuerda Jean Canavaggio, que «es un hombre cuya intimidad se nos escapa de forma irremediable» pues la vida del creador del Quijote sigue siendo, en gran medida, un misterio. Alejandro Amenábar estrena una película sobre su cautiverio y ha centrado la promoción del film en los escarceos homoeróticos de Cervantes entre piratas berberiscos. Es natural, pues es la época, pero es curioso porque el mito cervantino como vértebra del nacionalismo español nace con la guerra de África de 1859. Las vueltas de la vida, es bajo el paraguas de los intelectuales de la Unión Liberal de O´Donnell cuando los años de Argel sirven para respaldar el relato del conquistador cristiano y su superioridad técnica y moral sobre el moro bárbaro.
¡Qué país!
Cabe preguntarse qué hay más allá de esa vuelta de tuerca a la imagen del gran escritor de España. En Argel, Cervantes no tiene todavía treinta y cinco años. Según los parámetros de hoy, es todavía joven, al menos lo suficiente como para solicitar el bono cultural del gobierno y desgravarse el alquiler. Sin embargo está allí como soldado español y cristiano: viene de luchar en Lepanto y aspira a una patente de capitán en Nápoles, la gran base de España en el Mediterráneo. Momento clave de una «vida de infortunio y ambición», Lepanto representa el instante sublime de Cervantes como individuo: cuando escribe el prólogo de sus Novelas ejemplares, en 1613, cerca de morir, todavía lo considera lo más notable de su vida, aunque allí quedara manco, herida «hermosa» que recibió «militando debajo de las vencedoras banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlo Quinto, de felice memoria».
En una entrevista a Amenábar para el XL Semanal el periodista, Fernando Goiti, recurre continuamente al tema de la homosexualidad, tanto como para forzar al cineasta a proyectar la cuestión sexual sobre todas las preguntas, por más que el mismo Amenábar admita que «la posible homosexualidad de Cervantes no es el tema de la película sino el trauma del cautiverio». Ya desde el titular se ven las intenciones: «Si Cervantes hubiera sido homosexual, ¿qué problema habría?»
La especulación se basa en que a pesar de encabezar cuatro intentos de fuga a lo largo de su cautiverio su dueño, Hazán Bajá, uno de los más sádicos gobernadores de Argel según las crónicas, apenas lo castiga; para lo cual Lucía Megías aventura no sólo la hipótesis del intercambio sexual sino la protección de la hija de un poderoso renegado; que fuera un agente encubierto de Felipe II o que valiese más como cautivo bien tratado. Sugiere además la muy razonable hipótesis de que Cervantes trabajase en Argel como passeur, es decir, fixer del rescate clandestino de cautivos cristianos notables en connivencia con gente influyente en torno al bajá. Eso explicaría que asumiera él solo la responsabilidad de cada complot y que nunca rebajase su condición ante sus captores, lo que habría facilitado ser rescatado mucho antes. «A Miguel de Cervantes se le impuso un rescate estándar, que él mismo buscó, porque al ser considerado uno más entre los hombres graves podía moverse con más libertad por Argel, establecer su propia red de relaciones con cristianos y renegados y, sobre todo, poder contactar con otros hombres graves, con los caballeros eclesiásticos principales a los que poder ayudar a escapar de Argel».
Esto tiene sentido a la vista de la calidad de las gentes que intentó redimir Cervantes y de los testimonios a su favor que reunió en la Información de Argel, documento con que acreditó su hoja de servicios a su vuelta para recibir, a cambio, merced. También a la vista de la enemistad que trabó con un dominico, cautivo en los baños del bajá, fray Juan Blanco, quien, según Lucía Megías, «o bien pudo ver cómo se organizaba el negocio del rescate de cautivos y quería desenmascarar a Cervantes o, al contrario, pudo desear participar en el negocio». Negocio que convenía tratar discretamente puesto que a posteriori Cervantes se vende como un héroe desinteresado para lograr el ansiado puesto civil en la corte, su auténtica obsesión.

La entrevista enseña el rostro del tiempo. Dice Goitia: «en El cautivo Amenábar se adentra en la protección de Hassan Bajá a Cervantes hasta un lugar —que el autor del Quijote viviera un romance con su carcelero— que la mayoría de los historiadores desprecia. Rechazo que anticipa la polémica que generará su llegada a los cines». Pero, honestamente, la polémica parece una paparrucha. De un personaje universal se elige una anécdota incontrastable para zaherir a quien cuestiona los dogmas oficiales: se carga la mano mencionando a Lorca para hacer alusión a su «molesta» homosexualidad y se alude a VOX para delimitar esa España machirula y violenta que la izquierda cultural utiliza con éxito para hablar de «retroceso brutal» en la libertad de los homosexuales sin aludir a la presencia en las calles de cada vez más jóvenes musulmanes culturalmente incompatibles con el modo de vida español, pues de lo que se trata es de asentar un relato falso de la realidad que expulse a medio país de lo común.
Esta es la actualización del mito cervantino en el país del paro juvenil récord y la trata de blancas como negocio institucionalizado; donde acceder a una vivienda o a un trabajo estable es una quimera tan grande como lo fue, para Cervantes, conseguir una colocación. Es deprimente que mientras sube como la espuma el número de nuevos españoles naturalizados ex profeso para alterarla demografía y el censo, esto sea todo lo que podemos decir al respecto. Al cabo, su España era tan invivible como la de hoy: el ascensor social, roto y la precariedad laboral negando toda posibilidad de futuro.
El joven español contemporáneo se sentiría cercano a Cervantes si lo viera como alguien que tuvo que «reinventarse» muchas veces, que vivió en un mundo de grandes certezas que se derrumbaron ante sus ojos. Cervantes pasó muchas fatigas. Como escribe José Manuel Lucía Megías «se tiene que buscar la vida, día a día, a consecuencia de las oportunidades que se presentan a la vuelta de la esquina o de acuerdo a los cambios que la inestable fortuna impone en un instante». Quizá ahí naciera una afinidad humana e intelectual que remozara El Quijote como lectura de consuelo, estoicismo y supervivencia. Pues, citando a Canavaggio, «don Quijote y Sancho, en cierto modo, no son sino aquel mismo que lo inventó; también son España y en última instancia, una parte de nosotros mismos».
De un bisabuelo pañero en Córdoba, o sea proletario, de cuyos ahorros salió la universidad del abuelo, a sufridos logreros de familias aristocráticas: los Cervantes trazan un viaje desde el sueño de la prosperidad a la realidad de la supervivencia que se parece mucho al que llevan haciendo los hijos de la clase media española en los últimos treinta años. Su abuelo pudo estudiar leyes con la ambición paterna de que fuera corregidor, cargo vinculado directamente a la corona, pero su padre no pasó de cirujano sordo muy venido a menos. Los Cervantes progresan con la cristalización nacional de los Reyes Católicos y menguan según mengua el edificio común, ampliado con la conquista de América. Presumen de hidalgos y sufren con la desmesurada competencia profesional que encuentran en la corte. Son tiempos de globalización y apertura de «nuevos mercados» que prefiguran el mundo actual. El niño Miguel va dando tumbos junto a sus padres y ve cómo la familia sobrevive a base de préstamos y descapitalización. Las deudas lo perseguirán hasta la tumba.
Las duquelas de Cervantes se parecen a las de nuestra clase media española en vías de subdesarrollo. El cielo material sigue estando en la olla grande. Ante la multitud de jóvenes egresados que opositan como única salida, sería una buena forma de explotar creativamente un personaje tan complejo sin reducirlo al maniqueísmo. Pero la insistencia en la homosexualidad es reveladora, por lo que tiene de disolvente del Cervantes-icono nacional y también, del Cervantes-hombre. Su supuesta homosexualidad, como su supuesto erasmismo, son parte de otras tantas fabulaciones sobre el yo secreto de alguien que lo escondió siempre tras sus criaturas de ficción. Sin embargo su lucha por la vida es de lo poco que tenemos documentalmente constatable. Se podría destacar que Cervantes, como muchos españolitos de hoy, salió de lo más cercano a una escuela pública, la del catedrático López de Hoyos en Madrid, en un mal momento: se imponía el modelo académico de los jesuitas, que aseguraba un poderosísimo networking en una corte en crecimiento donde las redes clientelares lo eran todo. O que para un joven sin padrinos lo mejor era buscar el amparo de alguna casa nobiliaria o el de las nuevas estrellas en ascenso, los «letrados», casi todos curas: tecnócratas con los que Felipe II sustituyó el poder de la antigua aristocracia en la administración del imperio.
La imposibilidad de salir adelante y la presión de un entorno feroz harían que el joven Cervantes se sintiera ahora como en casa. Emigró como tantos otros españoles de tantas otras épocas, y en Italia conoció el Decamerón, el Orlando furioso, a Petrarca, en fin, el Cinquecento en sus glorias. Tomó el camino de cualquiera que no se podía «sustentar conforme a su persona»: la milicia. La insistencia machacona en el «homoerotismo» de una situación, además, de cautiverio en tierra de piratas y enemigos de España y su religión, revela más de los traumas contemporáneos que cualquier aspecto supuestamente inédito de la biografía cervantina. Desde hace tiempo la gran industria occidental del entertainment parece trabajar en separar al individuo de sus redes naturales de pertenencia: la familia, la fe, la comunidad nacional y el gremio; en atomizar y exaltar categorías inventadas de la identidad, como el gender anglosajón, para hacer del hombre moderno un diosecillo en el fondo desamparado y frágil, perfectamente manipulable y sometido al Estado-Dios al que todo debe quedar sujeto. Así, Cervantes no era ni español, ni soldado de fortuna, ni católico, ni escritor revolucionario, ni sufrido superviviente de un país sin futuro, sino bujarrón reprimido y el Argel a donde iban trinitarios y mercedarios a redimir cristianos, un aparente paraíso LGQTBI. Los esfuerzos se dedican a solapar los problemas reales con problemas inventados y así convencer a la población de que la realidad que vive cada día no existe.
Es verdad que aquel reino vasallo de los turcos vivía en un cosmopolitismo raro en la época, consecuencia de ser un emporio esclavista. Para un cautivo cristiano pobre era posible, apostasía mediante, llegar incluso a rais de corsarios o bajá, como era el caso de Hazán Bajá o del mítico Uchalí Bajá, comandante turco en Lepanto. Pero Cervantes ni apostató ni perdió nunca la esperanza no sólo de regresar sino de hacerlo con bien, para lo cual se sirvió de literatura, «siempre un medio y no un fin» según Lucía Megías: he ahí la famosa Epístola a Mateo Vázquez escrita en Argel con la que solicita al secretario personal de Felipe II que se arme una escuadra y hasta se ofrece como líder de una revuelta en el interior de la ciudad. De allí se trajo, como a Dostoyevski de Siberia, una experiencia que forjó al genio universal y también un segundo apellido, Saavedra, que él mismo empieza a usar desde entonces (el apellido de su madre era Cortinas). Para lo que se sugiere una maravillosa teoría absolutamente cinematográfica: que sea la españolización de Shaibedraa`, mote con que fuera conocido en Argel y que en árabe magrebí significa «manco»: eco del Sidi también árabe que hizo suyo un día Rodrigo Díaz de Vivar y cognomen que Cervantes incorpora como nom de guerre en la lucha por un hueco en la república de las letras. Pues, como hace decir a Don Quijote, «a la guerra me lleva mi necesidad, si tuviera dineros no fuera en verdad».
(Ilustración: Miguel de Cervantes imaginando El Quijote, de Mariano de la Roca y Delgado)
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