Plaza de toros de Cali.
'..A un espectador ingenuo, le parece escandaloso lo sucedido en Colombia. No entiende cómo un país con 29.203.256 millones de bovinos, y que sacrifica anualmente el número suficiente de reses para comercializar 800 mil toneladas de carne, resulte intolerable a los magistrados del Tribunal Constitucional la lidia y muerte de unos centenares de bovinos bravos..'
EN CORTO Y POR DERECHO
A propósito de Colombia, las preguntas de un ingenuo
Por José Carlos Arévalo
Me asombra el silencio taurino. Me indigna su queja a toro pasado. En Colombia se han prohibido las corridas de toros. Y lo de México está al caer. Y en España, la izquierda radical, que forma parte del gobierno socialdemócrata, propone la prohibición. Y el titular del Ministerio de Cultura, donde está encuadrada la Tauromaquia, y a la que debe defender como patrimonio cultural e inmaterial de España, se declara antitaurino y para empezar elimina el Premio Nacional de Tauromaquia. Sí, me asombra el silencio taurino.
Entiendo, aunque no la apruebo, la prudencia del empresario taurino, gestor de plazas que son de propiedad pública y nunca está seguro de qué color será el próximo propietario de “su” plaza. Entiendo menos la poca operatividad de la Fundación Toro de Lidia, cuya principal misión es defender la Fiesta y sus intereses. Hace cosas, más bien cositas, poco relevantes respecto al tema que nos ocupa. El caso Colombia habría sido una batalla en la que formarse con vistas a la conflagración previsible por estos pagos.
A un espectador ingenuo, le parece escandaloso lo sucedido en Colombia. No entiende cómo un país con 29.203.256 millones de bovinos, y que sacrifica anualmente el número suficiente de reses para comercializar 800 mil toneladas de carne, resulte intolerable a los magistrados del Tribunal Constitucional la lidia y muerte de unos centenares de bovinos bravos. Y no lo entiende, pues a pesar de que debe suponer que el mastodóntico sacrificio de bovino para el consumo cumple unas normas que lo legalizan, más cierto es que los análisis post-mortem han demostrado cotas muy superiores de estrés en los animales sacrificados industrialmente que las de los toros bravos muertos a espada en el ruedo.
Menos claro le parece que con la supresión de las corridas, al legislador le sea indiferente la extinción de un bovino cuya variabilidad genética es superior a la todas las razas bovinas juntas; que es dueño del mapa genético más emparentado con el uro primordial que el resto de los bovinos; que desaparezcan linajes genéticos datados individuo a individuo, generación tras generación, desde hace al menos doscientos años; que se cierre un hábitat paradigmático, el único creado y conservado en Occidente por el hombre para perpetuar el ecosistema del único bovino no domesticado; y, finalmente, que se prohíba a millones de personas su afición porque al poder político no le gustan los toros.
El espectador ingenuo, como quien suscribe, se hace preguntas ingenuas. Verbigracia:
¿Por qué un ex terrorista como Gustavo Petro, presidente de Colombia, es un probo animalista? ¿Por qué Hitler, que no era precisamente un buen chico, fue también un probo animalista? ¿Por qué la izquierda marxista fracasa en todas sus utopías cuando toma el poder y se apunta a cualquier a cualquier causa buenista por extraviada que sea? ¿Por qué los profesionales taurinos españoles no se han solidarizado y apoyado a sus colegas colombianos?
Este último interrogante desvía las preguntas del ingenuo a los pasivos taurinos españoles. Verbigracia: ¿Por qué si científicos españoles han demostrado que el toro no sufre durante la lidia gracias su singular y potente sistema neuroendocrino, ni siquiera la Fundación Toro de Lidia difunde los resultados de dichas investigaciones? ¿Por qué se acusa impunemente a la lidia de ser una tortura cuando el supuesto torturado es un constante emisor de peligro y todo cuanto hace el torero con el toro le exige jugarse la vida? ¿Por qué se acusa al aficionado de ser el espectador cruel de un juego en el que se identifica con su semejante en peligro? ¿Por qué se prohíbe a los niños ir a las plazas en un país donde hay anualmente 22 mil festejos populares a los que acuden los niños a ver y los mozalbetes juegan con el toro en la calle? ¿Son acaso los niños españoles más malos que los niños ingleses o suecos, países donde no hay toros? ¿Por qué en España ningún animalista dice ni pío ante el hecho de que 25 millones de mascotas viven fuera de su ecosistema? ¿Por qué a los abolicionistas no les importa que la prohibición de las corridas suponga la extinción de una raza bovina única y el desmantelamiento de 400 mil hectáreas de alto valor ecológico? ¿Por qué el sector taurino, que factura anualmente millones y millones de euros no ha creado un gabinete de estudios y comunicación que difunda sus inapelables argumentos?
Sí, lo reconozco, las preguntas del ingenuo son ingenuas. Tal vez por eso las anima la verdad. Y sin embargo, el ingenuo, para no ser pesado, se reprime un aluvión de más y más preguntas. Pero no puede evitar estas dos: ¿Qué les diría el aficionado García Márquez a los colombianos de la prohibición de Gustavo Petro? ¿Y qué les dirían a los españoles los aficionados Ortega y Gasset, García Lorca, Alberti, Picasso, Gerardo Diego, sobre su actual ministro antitaurino de cultura?

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