
'..lo irracional, es particularmente visible en España, y no por la causa en sí, sino por quién la abandera. Nadie ignora que tenemos un Gobierno corrupto, ladrón, despótico, mentiroso, putero, inepto y no sé cuántas cosas más, pero ha bastado enarbolar el tótem palestino para que todos esos reproches —mordidas, riadas, apagones, violaciones, lo que sea— desaparezcan y las masas de la izquierda se lancen al combate..'
El rojo primitivo, o la regresión intelectual de la izquierda
José Javier Esparza
En la política occidental reciente ha habido dos acontecimientos mayores. Uno ha tenido lugar en la derecha y es la consagración de la identidad cultural y la soberanía nacional como ejes ideológicos, todo ello con fuerte componente popular, lo cual, por cierto, obliga a revisar la validez de la etiqueta «derecha!. Esto era relativamente previsible por los efectos de las políticas globalistas. El otro acontecimiento ha surgido en la izquierda y era, a mi juicio, bastante menos predecible: la primitivización galopante de su discurso, hasta extremos de simplicidad aterradores. De esto último hay dos ejemplos recientes que hablan por sí solos. Uno, la recepción en ambientes de izquierda del asesinato de Charlie Kirk, ampliamente elogiado como si de un acto de justicia se tratase. El otro, el alto grado de emocionalidad en torno a la cuestión palestina. Cierto que la causa palestina siempre ha gozado de simpatías en la izquierda, pero lo de ahora tiene rasgos nuevos que conviene subrayar: el primero, la identificación de esa bandera con un grupo yihadista objetivamente abominable como es Hamás; después, la simpleza de los planteamientos, como si se tratara de una causa santa evidente por sí misma, más allá de toda razón.
Esto último, lo irracional, es particularmente visible en España, y no por la causa en sí, sino por quién la abandera. Nadie ignora que tenemos un Gobierno corrupto, ladrón, despótico, mentiroso, putero, inepto y no sé cuántas cosas más, pero ha bastado enarbolar el tótem palestino para que todos esos reproches —mordidas, riadas, apagones, violaciones, lo que sea— desaparezcan y las masas de la izquierda se lancen al combate (en sentido estricto, según hemos podido ver en la Vuelta ciclista). Podríamos decir, parafraseando al manidísimo Samuel Johnson, que el palestinismo es el último refugio de los sinvergüenzas. La pregunta es cómo es posible semejante prodigio de credulidad masiva. Y aquí es donde la cosa se pone interesante.
La reducción al instinto
Decía Vilfredo Pareto que las posiciones políticas de las personas son transformaciones racionales («derivaciones», las llamaba él) de instintos previos: el egoísmo, el resentimiento, la agresividad, también el altruismo o la compasión. Como el hombre es un ser racional, envuelve todas esas cosas en una arquitectura intelectual que las hace propiamente humanas, ennoblece —por así decirlo— el instinto y, en el mejor de los casos, contribuye a que podamos discutir en vez de matarnos (en el peor, nos matamos igual). Desde este punto de vista, nadie ha envuelto tanto sus instintos en envoltorios retóricos como la izquierda, que desde la revolución francesa lleva siglos fabricando ideologías. Quizás ocurre que la izquierda, por definición, no cree en ley natural alguna, divina ni humana, y por eso se ve obligada a fabricar continuamente su propia racionalidad. Esto es particularmente visible en las distintas etapas del socialismo y en sus formulaciones políticas concretas, algo que todos hemos conocido —y sufrido— en el siglo XX y lo que llevamos de XXI.
Se entenderá mejor si simplificamos. Hubo una primera izquierda roja, la del socialismo real, o sea, la comunista, que durante decenios fue la izquierda por antonomasia. Esa primera izquierda murió sepultada bajo el peso de su propio fracaso cuando cayó el mundo soviético. Hubo una segunda izquierda, digamos blanca, que fue la de las socialdemocracias europeas, mucho más confortable y vivible, pero ésta se desarboló a su vez por el colapso de sus Estados-Providencia, demasiado caros y pesados para seguir funcionando (los efectos del colapso se prolongan hasta nuestros días). Y ha habido una tercera izquierda, digamos rosa (o posmoderna, si nos ponemos estupendos), que cambió todas las viejas referencias por nuevas reivindicaciones, nuevos «derechos», identidades raciales o sexuales, desmantelamiento de las instituciones tradicionales, ecologismo, ideología de género, etc. Esa izquierda, muy claramente identificable en España, se ha hundido ahora porque el resultado práctico de sus políticas es la fragmentación social en un mundo anómico, y por eso, entre otras cosas, ha surgido una fuerte contestación popular de «derechas». El caso es que, metamorfosis tras metamorfosis, hoy la izquierda parece haber agotado sus discursos. No es que lo que dice sea cada vez más insensato; es que, sencillamente, ya no tiene nada que decir. En esas condiciones, lo natural sería esperar un replanteamiento, una revisión, una rectificación… Pero no. No puede. Lo único que le sale es una descalificación violenta —primitiva— de todo el que no piensa como ella. Porque lo que nunca aceptará la izquierda es que no tenía razón.
Nuestros ateos son gente piadosa
La izquierda, en efecto, es una fe, una suerte de religión alternativa, y si no se entiende esto, no se entiende nada. La izquierda —desde su origen— se ha visto a sí misma como una alternativa al viejo orden tradicional, que era un orden religioso —cristiano—, de manera que sus manifestaciones ideológicas siempre tienen un fondo de devoción fideísta. «Nuestros ateos son gente piadosa, las auténticas beatas de los tiempos modernos», decía Max Stirner, y decía bien. Es verdad que todas las ideologías modernas descansan sobre conceptos teológicos secularizados: la «mano invisible del mercado» liberal es la secularización de la Providencia divina, como la idea de Progreso es la secularización de la teleología de la salvación, etc. Pero, en ese camino de las secularizaciones, nadie ha llevado tan lejos la operación como la izquierda, y en especial la contraiglesia socialista, con su pecado original (la plusvalía), su lucha contra el demonio (la lucha de clases), su oportunidad de redención (la igualdad plena) y su Paraíso (la consecución final de la sociedad sin clases). Como esto es una fe, el despliegue incluye también su necesaria porción de herejes, réprobos, inquisidores y demás. Y sobre todo, el triunfo de la verdad exige la aniquilación del Mal, que ahora ya no es metafísico, sino muy físico y concreto: todo lo que no es izquierda. Y si el discurso se acaba, si las «derivaciones» de Pareto se deshilachan, si todas las filosofías fracasan, en cualquier caso quedará ese impulso primitivo: o la izquierda, o el Mal.
«¡Socialdemocracia o barbarie!», viene clamando últimamente desde su escaño el ministro Bolaños, que pasa por ser el intelectual del Gobierno (cierto que en el PSOE de Santos Cerdán, Ábalos, Sánchez, la Montero y demás, no hacen falta demasiados títulos para ser «el intelectual»). La solemne invocación de Bolaños quiere decir, en realidad, esto otro: o gano yo, o gana el Mal. Eso, si lo dice Dios, tiene un sentido evidente, pero en boca de Bolaños resulta un poco excesivo. Como ya en la política casi nadie sabe casi nada, sobre todo si se dijo en francés, recordemos que «Socialismo o Barbarie» fue el título de un grupo de intelectuales comunistas franceses que operó entre los años 1948-1967 y que editó una revista bajo esa misma etiqueta. El alma de la cofradía fue Cornelius Castoriadis y por ahí pasaron, entre otros, Guy Debord y Lyotard. La expresión «socialismo o barbarie» se atribuye habitualmente a Rosa Luxemburgo, que a su vez citaba a Engels, aunque en realidad lo dijo —más o menos— Kautsky. Por «barbarie» no hay que entender una horda de salvajes que matan y saquean, sino, muy específicamente, el capitalismo, que en la mentalidad socialista es la barbarie porque el socialismo es la razón. Después, muchos han recuperado la fórmula, siempre con el mismo sentido: o ganamos nosotros o el mundo está perdido.
Puede parecernos descabellado, pero esta operación mental es clave para entender el sentimiento de superioridad moral de la izquierda, tan difícilmente comprensible desde otras latitudes ideológicas. O conmigo o contra mí. Y si no estás conmigo, debes desaparecer. La máxima expresión de esta reducción del credo al mínimo es el grupo Antifa, que se define precisamente ex negativo: estoy contra ti porque existes, pues todo lo que no sea yo es «fascismo», o sea, «barbarie». Es el mismo olor que desprendían las miles de voces que, después del asesinato de Charlie Kirk, justificaban el crimen vaciando sobre la víctima un inmenso repertorio de pecados, generalmente deformados o simplemente inventados; ese olor de pira y carne quemada, como el de aquellas decenas de miles de mujeres quemadas por brujas en la Europa protestante del 1600. Socialismo o barbarie. Y, claro, hay que hacer cualquier cosa para que no gane la «barbarie».
Hoy la izquierda va siendo cada vez más esto: un discurso que se deshace entre fracasos políticos y callejones sin salida intelectuales, y del que ya sólo va quedando el núcleo, lo instintivo, multiplicado por mil gracias a la propaganda y al uso del poder. La primitivización de la izquierda es consecuencia directa de su retroceso intelectual, de su incapacidad para entender el mundo que ha empezado a dibujarse. O sea que la izquierda empieza a parecerse a un anciano aquejado de demencia senil… pero con una pistola cargada en la mano. Desprovista ya de razones, recurre cada vez con más frecuencia al anatema, a la condena del hereje, a la violencia verbal (y no sólo verbal). La regresión se acelera y ya está sólo a un paso de entroncar con aquellas bullangas del Madrid y la Barcelona de 1834 que mataban frailes porque «envenenaban las fuentes». Esa credulidad criminógena del que está dispuesto a creerse cualquier cosa porque ha de dar salida a su resentimiento vital.
¿Una imagen para cerrar? Robespierre excitando la sed de venganza del populacho. Cabezas cayendo bajo la guillotina. Después, la cabeza del propio Robespierre. Por último, el populacho aclamando a Napoleón.
*La regresión intelectual "y moral" no es exclusiva de la izquierda. Es sistémica*
ResponderEliminarUn artículo el de *Esparza* complejo, que sería el socorrido calificativo que emplearía a modo de muletilla cualquiera de nuestros mediocres políticos. Pero del que humildemente me atrevo a discrepar, pues la regresión que cita no es exclusiva de la izquierda, es de todo Occidente.
En mi opinión simplemente el socialismo ha desaparecido o, si se quiere, ha mutado. Lo que sigue existiendo es la naturaleza humana -con sus pecados capitales- y oportunistas que saben aprovecharse de ello, contando con los potentísimos medios de control social que les brinda las nuevas tecnologías y su capacidad de "compra de voluntades".
Las ideologías han sido sustituidas por un nuevo pragmatismo relativista. Un fenómeno social del que no ha escapado la derecha. Creo que Esparza se equivoca de forma flagrante al atribuirle "el acontecimiento de la consagración de la identidad cultural y de la soberanía nacional".
Hoy las izquierdas y las derechas han desaparecido como tales, más allá de su falsario discurso. Solo aspiran a alcanzar el poder llevadas de su propia ambición, en detrimento de los intangibles valores en la que debería basarse la política: el bien común y la vocación de servicio.
Ambas fuerzas, que no ideologías, hace décadas han sucumbido ante el mercado y las satánicas elites globalistas, convirtiéndose en colaboradoras necesarias en el proceso degenerativo de las ya de por sí muy defectuosas democracias occidentales.
La *regresión intelectual, y también moral*, no es exclusiva de la izquierda, sino también de una derecha desorientada y entregada al globalismo, en cuya hoja de ruta primordialmente va la destrucción de la identidad cultural y de las soberanías nacionales.
Ojalá y la crisis de todo tipo a la que asistimos fuese debida a la regresión intelectual de la izquierda. Desgraciadamente es mucho más general, afecta por igual a la derecha, me atrevería a decir que es sistémica, y está amparada por las elites globalistas, que ya detentan un poder inconmensurable y será poco menos que imposible revertir el proceso en el que nos encontramos. Véase cómo están sometiendo al estrambótico e imprevisible *Trump*.
¡¡Dios salve a Occidente!! 🇪🇸
Luis Ibáñez