Al aficionado y amigo Ángel González Jurado
Una cosa es saber que el toro te puede coger y otra esperar la cogida sabiendo que viene a quitarte de en medio. Y hacerlo con torería. Que no es eso de ponerse bonito, ni mucho menos. A ti, amigo Ángel, siempre te gustaron los toreros austeros, valientes y sinceros a la hora de hacer la suerte. Y ahora la suerte suprema te llegó también, y a sabiendas de que venía torcida. Un toro de feo pelaje, malas hechuras y peligroso encaste te ha llevado finalmente por delante. No has buscado palmas ni lamentos, ni siquiera unas sencillas palabras de aliento. Tus amigos de los toros quedamos tan huérfanos de tu presencia -prudente y educada, de ojos claros y curiosa mirada- como de tus ganas de pelea defendiendo, exigiendo y aplaudiendo con criterio propio aquello que libremente analizabas y juzgabas.
Brindaste el último aliento, y te llevaste consigo el secreto de la vida, que, al parecer, no es otro que ir poco a poco aprendiendo a morir. Y hacerlo como tú, discretamente, con aplomo, con valor, con elegancia y con gallardía. Por suerte para tus amigos, te dio tiempo a escribir el último de tus libros.
En las Ventas se te echará de menos. Y en Segura de la Sierra también te recordaremos los segureños. Uno se pregunta si merece la pena dedicarle tanto tiempo a esta afición tan sugestiva y contagiosa como trágica y hermosa. Seguro que sí. Porque visto lo visto, hay pocas cosas que expliquen de mejor manera el sentido de la vida, que la fiesta de los Toros.
Un abrazo.
Lope
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