Y esto quizás habría que tomarlo como una máxima o sentencia precisamente para valorar y ensalzar la importancia que tiene lo que muchas veces se queda atrás. Es, o fue, una gloria que, por justicia, se hace necesario rescatar del ingrato olvido. Consideración que hoy quiero aplicar a un matador de toros de mi adolescencia, cuyo nombre lamentablemente ya no se maneja hoy en día en los tratados con el rango que sus primeros seguidores -yo entre ellos- adivinábamos para él. Un pedazo de torero.
Así fue, y sigue siendo, pues se vive siempre en torero cuando se ha nacido tal, el caso de Juan de la Cova Asenjo Castro, en los carteles "Juan Calero". Una figura que voy a recuperar de mi memoria, de un 15 de agosto de 1971, para reflejar aquí la confianza y el optimismo que, por su capacidad y rematado estilo frente al toro, despertaba en ese tiempo, finales de los sesenta y principios de los setenta.
Tenía Juan Calero una distinguida clase y llamativo carácter por la natural desenvoltura que le brindaba el garbo de su ascendencia sevillana, ya que nació en Peñaflor, localidad limítrofe con las primeras estribaciones de Sierra Morena, y en roce permanente también con el vecino influjo senequista cordobés de estoicismo y templanza, lo que le prestaba incluso una asombrosa tranquilidad para doblegar a los toros más difíciles y agresivos con los que tuvo que vérselas muchas tardes a lo largo de su carrera. Era lo que en su tiempo no fallaba para llevar el entusiasmo a los tendidos, ávidos de autenticidad y emoción.
Y por delante de ese valorado arrojo y desprecio por el riesgo, Calero mostraba indefectiblemente una gran seguridad y osadía. Para él prácticamente no hubo toro bronco, pues supo emplear el recurso del macheteo para librarse del gañafón, y finalmente pasárselo por la barriga. Eso se llama torería, sobre todo cuando el lucimiento artístico parece imposible.
Además de que con la espada fue siempre un cañón, tumbando a los toros con tanta pericia como arrojo. Por matar bien, y esto es dogma de fe, Juan Calero contó por triunfos casi todas sus actuaciones, y además, más sorprendente todavía, nunca le dieron un aviso por excederse en el tiempo. Un récord y una suma de cualidades, magníficos atributos para eso que se vislumbró entonces en él, como digo, en sus comienzos: torero por los cuatro costados. Y qué torero.
Fue en Vera (Almería), naturalmente, mi pueblo, donde hay que situar el inicio de esta influencia que me pone ahora a escribir.
Tiempos en los que su centenaria plaza de toros estaba todavía lejos de la amenaza de derribo, lo que felizmente iba a desembocar en un movimiento a favor para recuperar tan glorioso y asolerado recinto. Un coso que luce ahora aires más modernos, eso sí, habiéndose respetado por fortuna su espléndida fachada de estilo mudéjar. Qué bonita aquella apariencia de plaza de toros horadada en el monte, con tanto duende y temperamento torero en sus entrañas. Plaza maciza, no sólo por tan singular estructura si no por el embrujo y la magia añadidos que despide su propio contorno.
Y vuelvo al relato inicial, después de advertir que ahí se fraguaron mis primeros sueños taurinos, y fue precisamente ahí donde sentí el deseo de seguir la carrera de este "Juan Calero", por la deslumbrante actuación que tuvo esa tarde.
La corrida, en la modalidad de goyesca -nunca se había celebrado, ni se ha vuelto a celebrar en Vera un festejo de este estilo-, fue organizada por Ric Polansky, un extravagante "guiri" enamorado de los encantos naturales de la zona, que se jactaba de vivir en el cielo. Y es que desde su mansión en Mojácar, la más elevada de Almería a nivel del mar, según él, dominaba todo el Mediterráneo hasta alcanzar las costas africanas de Marruecos y Argelia; incluso su fanfarrona imaginación le llevaba a afirmar que en los días despejados divisaba hasta el litoral tunecino. Un tipo más que curioso, enamorado también hasta la médula de la Fiesta Brava, y tanto que por sus exagerados planteamientos, los toros que eligió para esta función, de la ganadería de José Domecq de la Riva, lucían un trapío descomunal. Kilos y pitones como pocas veces se ven en plazas fuera de Madrid, Bilbao o Pamplona. Y tanta fuerza en aquellos astados, que dos burladeros de la vieja plaza terminarían en el suelo. Presencia, bravura y empuje, era lo que quería Polansky, y vaya que hubo tan eufórica trilogía.
De modo que en ese contexto hay que imaginar la apuesta de arrojo y desenvoltura de los tres toreros y el rejoneador que abría plaza. No recuerdo "el marcador" de trofeos, pero sí guardo el sentimiento que dejaron en mí los actuantes.
Don Silvestre (todavía eran tiempos del "don" para los toreros a caballo) Navarro Orenes, cumplió una actuación sobria y acertada haciendo gala de su alta escuela de equitación y buena monta.
Dámaso Gómez, director de lidia, al que en los obituarios de su despedida de este mundo le han rebautizado como "el león de Chamberí", cuando en verdad fue siempre "el tigre", que no león; cosas de los críticos juntaletras de la modernidad, que se plagian unos a otros con el corta y pega de moda, de tal forma que al principio se equivoca uno, o una, y ya el efecto dominó se encarga de hacer endémico el error. Y aunque quizás no es éste el sitio apropiado para la observación, sin embargo, no lo puedo remediar. Qué pena, tanta ignorancia de los necios escribidores.
Decía de Dámaso que lució esa tarde en Vera el estilo enérgico que acompañaba su aventajada talla a una buena técnica. Inconfundible personalidad la de aquel "tigre de Chamberí", torero sobre todo valiente y poderoso. Insisto en que no recuerdo ahora las orejas que se cortaron esa tarde, pero el triunfo de Dámaso en sus dos toros fue grande.
Como incontestable asimismo el éxito del ardoroso e impulsivo Antonio José Galán, que cerraba la terna. Sus dos faenas resultaron igualmente triunfales por la raza, la entrega y el valor que puso. Esta brillante actuación y lo simpático y desenvuelto que estuvo con los aficionados en los corrillos de después de la corrida, le supuso a Galán un gran reconocimiento, hasta el punto de formarse en torno a él un importante grupo de seguidores que acudiría a verle a muchas plazas, además de que forzaron nuevas contrataciones para él en la misma Vera.
Y ya me ocupo de Juan Calero, el segundo espada del festejo. Qué valiente desde que se abrió de capote, y qué repertorio más bello y variado entre el saludo a la verónica y los quites correspondientes. Me llamó poderosamente la atención su valor frío, sereno e inteligente; conjugado dicho atributo con la elegancia, el encanto y la belleza de las mágicas líneas que trazó a continuación con la muleta. Puro duende. O soplo divino.
Una delicia el toreo de Juan Calero, que esa tarde en Vera pidió a gritos los pinceles del mismísimo don Francisco de Goya y Lucientes como oportuno testimonio del carácter goyesco que se le había dado a la función.
Esto fue en Vera, queda dicho, un domingo, 15 de agosto de 1971, festividad de la Asunción de la Virgen. No hay, lamentablemente, que a mí me conste, muchos títulos gráficos de la efeméride. Sólo unas imagenes previas al paseíllo, y cuatro borrosas instantáneas que pude captar con la "Voigtlander" de mis primeros pasos en el hobby de la fotografía. Y obviamente, el testimonio del cartel de imprenta.
Pero queda de aquel hecho el notable sedimento que abundaría en mi devoción taurina, por la importancia de la corrida en general, y en particular por la forma de vivir "lo" de Juan Calero, que a partir de ese día pasó a ser uno de mis toreros preferidos.
Y empecé a seguirlo, claro que sí, leyendo cada semana en las revistas "El Ruedo" y "Dígame", el rumbo de su trayectoria en los ruedos. Me interesé, volviendo la vista atrás, por sus comienzos. Triunfal y esperanzadora primera etapa de un joven para el que parecía reservada la gloria por el interés que despertaba, dada la fuerza de los triunfos que obtuvo en los grandes templos de la tauromaquia, Las Ventas de Madrid o la Maestranza de Sevilla.
Su presentación de novillero en Madrid, a los 19 años. En esta plaza actuó tres veces todavía en el escalafón inferior, sumando un total de cinco orejas, que se dice pronto. Sin embargo, ya de matador fue sólo la tarde de la confirmación. Y aprovecho para dejar anotado también el infortunio que pese a esos significativos triunfos de oreja en el debut, tres orejas con salida a hombros por la Puerta Grande en la segunda comparecencia y otra oreja más en el tercer paseíllo, este último el 20 de octubre de 1968, cuando resultó herido muy grave por un astado de Palha, una cornada en el vientre que le sacó las tripas en el ruedo. El parte médico que firmó el doctor Jiménez Guinea era escalofriante, tanto que el libro "Reja de Enfermería" donde se cuenta la historia y vicisitudes de lo que se ha vivido en el quirófano de ese recinto, hay un capítulo dedicado a este "muy grave percance" que sufrió nuestro personaje.
Y a propósito, ya metidos en harina, según el dicho castizo, hay que enmedarle también la plana a los "sabios" historiadores de la monumental obra "El Cossío", que se han olvidado de recoger en la biografía de Calero sus importantes hitos en Las Ventas. ¿Cómo se puede pasar por alto una salida a hombros en Madrid, lo transcendente que es para un torero?
Otros datos que le dan total significado a su carrera, por ejemplo, el debut vestido de luces cuando sólo tenía quince años, en Nerva (Huelva); estuvo en la famosa "Oportunidad" de Vista-Alegre, donde triunfó y le repitieron; debutó con caballos en Jerez de los Caballeros (Badajoz) matando cuatro novillos por percances de los otros dos alternantes, y arrasó. Su carrera novilleril fue apoteósica, toreando mucho en pueblos de la provincia de Huelva y Extremadura, amén de plazas tan importantes como Sevilla, Barcelona, Zaragoza y más allá de nuestras fronteras, en Portugal y Francia. Plazas a las que volvería ya como matador después de tomar la alternativa que le dio "Antoñete" en presencia de Curro Romero, en Badajoz, el 19 de marzo de 1970. Pues mucho de todo esto no lo recoge "el Cossio", que tampoco se hace eco de bastantes corridas que cumplió con éxito en las plazas que fueron feudo suyo desde su etapa como novillero.
Hay que anotar, no obstante, que en la confirmación de alternativa en Madrid, el 17 de septiembre de 1972, de manos de "El Inclusero" y con Pedrín Benjumea de testigo, y toros del marqués de Villagodio, no pasó nada importante por las tremendas dificultades que planteó el ganado; una coyuntura que iba a frenar su carrera, pues a partir de ahí bajaron las contrataciones en 1973. Fue grande el desencanto que sufrió, además de los enredos y chanchullos de las empresas y alguno de los apoderados que tuvo, que empezaron a descuidar las garantías del ganado que lidiaba, hasta el extremo de decidir dejar la profesión el 29 de junio de 1974, justo cuatro años después de haberse doctorado, tras torear una corrida de Manuel Martín Peñato en Haro (La Rioja).
Pero nada hay que quitar de su historial, segun reconoce él mismo, pese a los reveses que tuvo en su corta trayectoria, más la gravísima cornada de Madrid.
Es mucho y muy notable lo que ha pasado Juan de la Cova Asenjo Castro, "Juan Calero", entre alegrías y esperanzas fundamentadas en triunfos de ley, y otros sinsabores inherentes a la actividad de torero. Y ahora es una persona feliz. Se trasladó a vivir cuando se casó a la Puebla de los Infantes. Allí gestiona una finca agrícola, y goza de la amistad de sus vecinos. Este verano se le tributó un homenaje de aprecio y admiración, en un acto multitudinario en su plaza de toros, con la entrega por parte del Alcalde, José María Rodríguez, de una placa con una inscripción que hace hincapié en ese afecto grande que le tiene su gente, "como vecino de esta Villa y Maestro de la Tauromaquia por toda la geografía española, Francia y Portugal, hasta su última corrida y retirada definitiva, en la Plaza de Toros de Haro (La Rioja), cumpliéndose en el presente año 2024 su 50 Aniversario. La Puebla de los Infantes, 17 de Agosto de 2024".
Un homenaje y un recuerdo que obra en razón con sus méritos en los ruedos y en la calle. Por eso yo también he querido traer aquí los hermosos sentimientos que sigue despertando este notable personaje, admirable torero y extraordinaria persona.
Cuando era un niño alguien me regaló uno de los libros de Botán "Crónica Taurina Gráfica 1968" y me llamó mucho la atención la camada de novilleros que ese año torearon en Las Ventas, Juan Calero, José Falcón, Ángel Llorente, "Macareno", "Utrerita", lógicamente nunca los vi en persona, pero viendo que eran novilleros exitosos, me preguntaba que había pasado con ellos, a excepción de José Falcón, que todos sabemos su trágica muerte. Saludos.
ResponderEliminarFenomenal
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