Adoración de los pastores - Francisco de Zurbarán, 1630
'..Sólo el pueblo decide qué fiestas celebrar, cuáles deben durar y perpetuarse. Y sólo la religión ha dado fiestas populares a los hombres. Los pueblos se ponen de acuerdo para llorar juntos la muerte de un profeta, no de un político; para regocijarse e intercambiarse parabienes por el nacimiento de un dios, no de una nueva línea de producto..'
Sólo el pueblo da fiestas al pueblo
Carlos Esteban
No hay Navidad sin Herodes ni celebración navideña moderna sin El País (léase: Le Monde, The New York Times, The Guardian…) tratando de convencernos de que el motivo de la celebración es una filfa, que Jesús no existió, o si existió no nació el 25 de diciembre y que en realidad celebramos el nacimiento de Mitra, el Sol Invictus, las Saturnalia o, más probablemente, el solsticio de invierno.
Esto último es especialmente divertido, porque hay quien incluso lo felicita en redes para mortificar a los cristianos culturales, y uno imagina a un grupo familiar reunido con sus mejores galas ante una opípara cena brindando alegre porque la posición del Sol en el cielo se encuentra a la mayor distancia angular negativa del ecuador celeste. ¡Alegría para el mundo!
El País (sensu lato, entiéndase la parte por el todo) quiere enseñarme lo que de verdad estoy celebrando, igual que me enseña el horror que es para el planeta que me ponga a tener hijos, me censura que coma carne o me alecciona sobre cuántas veces debo ducharme al mes.
Pero la fiesta es rocosa, es empecinada y resiste contra el viento de la secularización y la marea del wokismo, porque las fiestas no se inventan ni se imponen desde el poder.
Por supuesto, se intenta, pero con resultado muy desangelado y desigual. Quizá me haya fijado poco, pero no recuerdo haber visto familias montando juntas e ilusionadas una maqueta de las Cortes, con sus figuritas en plástico o arcilla de los padres constitucionales, cuando se acerca el día de la Constitución. Tampoco ha cuajado en el vulgo la costumbre de colgar vestiditos de diseño de las mejores firmas en un árbol durante la Semana de la Moda de tal o cual firma de grandes almacenes, y hay que admitir que apenas ha echado raíces en nuestro pueblo la tradición de poner los zapatos en el salón en vísperas del día de las Fuerzas Armadas para que la ministra de Defensa los llene de regalos.
Al pueblo se le pueden imponer —se le imponen— un régimen político, ideologías, impuestos —que por algo se llaman así—, preferencias de consumo, o canciones de verano. Pero intentar imponer por decreto —o por campaña de marketing— un motivo de celebración es como tratar de decidir por otro de quién tiene que enamorarse. Si no fuera así, ¿por qué no trasladar la Navidad a primavera, cuando hace mejor tiempo y se puede callejear de compras?
Tengo entendido que en Venezuela han adelantado la Navidad, quizá incluso el solsticio de invierno, como Josué deteniendo la marcha del sol, en una de esas humoradas totalitarias que constituyen las mejores anécdotas de la arrogancia del poder a lo largo de la historia.
Sólo el pueblo decide qué fiestas celebrar, cuáles deben durar y perpetuarse. Y sólo la religión ha dado fiestas populares a los hombres. Los pueblos se ponen de acuerdo para llorar juntos la muerte de un profeta, no de un político; para regocijarse e intercambiarse parabienes por el nacimiento de un dios, no de una nueva línea de producto.
28 de diciembre de 2024
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