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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 13 de diciembre de 2024

ETA entre nosotros / por Javier Torres


"..El terrorista apretaba el gatillo y el sistema condenaba los medios, la violencia, mas no el fin: la ruptura de la unidad nacional. Identificado el problema, a ETA le ha resultado más rentable subir a la tribuna de oradores y recibir el aplauso cuando su voto es decisivo para aprobar algún decreto, que seguir disparando a sus objetivos..'

ETA entre nosotros

Javier Torres
Se acaban de cumplir 37 años del atentado de ETA en la casa cuartel de Zaragoza. Mataron a 11 personas, entre ellas cinco niñas, sin que nadie del mainstream de género las recuerde. Ni pancartas ni minutos de silencio. El Congreso, en cambio, ha estado ocupado en otros menesteres como respaldar la ley Otegui de inspiración borroka. A este nivel de plenitud democrática hemos llegado: Bildu-ETA redacta una ley para desproteger y arrebatar la autoridad a la policía en la calle y el portavoz que llevó el féretro de Isaías Carrasco firma debajo.

En realidad, no es que los socialistas hayan cambiado mucho, pues los mismos que lloraban al último compañero asesinato por ETA dieron el chivatazo a los pistoleros de que habría una redada en el bar Faisán. Rubalcaba, el del PSOE bueno, era el ministro entonces y Eguiguren, gudari feminista, el interlocutor con la banda. Quienes jugaban al dominó cada tarde con Carrasco echaron la partida el día que lo mataron y poco después el PP presumía de peluquera de Bildu.

Casi veinte años después no tenemos un Núremberg contra los jerarcas del terrorismo vasco, sino un relato compartido desde Ferraz hasta las herriko tabernas que habla de violencia política, represión del Estado y muertos en ambos bandos. 

Sin vencedores ni vencidos lo que queda es el propagandístico «hemos acabado con el terrorismo» y «pacificado el País Vasco», algo que también asume el PP, como si los policías asesinados a diario fuesen víctimas colaterales de un conflicto, en palabras de Arzalluz. Los guardias civiles de Inchaurrondo y los del tiro en la nuca como dos bandos equivalentes de una guerra lejana. Al fin y al cabo, el futuro de Euskadi (Borja Sémper dixit) también hay que construirlo con Bildu.

Sólo un entorno tóxico generado por una sociedad, la vasca, que miró hacia otro lado podría legarnos a unos pistoleros que pisan moqueta sin haber entregado las armas. Más aún: han expulsado a los guardias civiles de Navarra y muy pronto harán lo propio en Cataluña con la policía nacional de Vía Layetana. La violencia es rentable para quien la ejerce por más que los moderaditos —quizá por mala conciencia— lo nieguen. ¿Cuándo ha tenido Otegui y el resto del separatismo vasco mayor poder territorial y capacidad de influir en el Gobierno que hoy? Esta victoria de la democracia hubiera sido imposible sin las casi mil víctimas que ETA puso encima de la mesa de negociación.

El terrorista apretaba el gatillo y el sistema condenaba los medios, la violencia, mas no el fin: la ruptura de la unidad nacional. Identificado el problema, a ETA le ha resultado más rentable subir a la tribuna de oradores y recibir el aplauso cuando su voto es decisivo para aprobar algún decreto, que seguir disparando a sus objetivos. La asimilación, por tanto, ha sido coser y cantar: Zapatero consagró a Otegui como hombre de paz, validó —Pascual Sala mediante— las listas de Bildu y, en consecuencia, los terroristas dejaron de matar.

Desechada la vía armada, era fácil integrar a quienes comparten ideología, hecho pasado por alto de forma torticera. Después de cada asesinato la clase política hablaba de asesinos sin ideas ni principios, incluso nos decían que no eran vascos aunque tuviesen ocho apellidos más largos que la entrevista de Évole a Josu Ternera, el responsable del atentado de Zaragoza. Tal era el grado de desfachatez por más que la banda se definiera socialista-revolucionaria y en las casas de los comandos desarticulados aparecieran banderas del Che.

La democracia es generosa y el Congreso que sienta a Merche Aizpurúa en un escaño ha invitado al terrorista Gonzalo Boye a dar una charla sobre los peligros de los discursos de odio. Boye fue condenado en 1996 por colaborar con ETA en el secuestro del empresario Emiliano Revilla (249 días en un zulo), es abogado del golpista Puigdemont y del criminal Rodrigo Lanza, que mató a un hombre por llevar unos tirantes con la bandera de España. También se enfrenta a casi 10 años de cárcel por blanquear dinero procedente de la droga del clan de Sito Miñanco.

Hace unas semanas Iñaki Arteta emitió en el Congreso su documental 1980, el año más sangriento de ETA en el que perpetró más de 480 atentados y asesinó a 89 personas. Lo hizo en la misma sala donde Bildu, ERC y Podemos homenajearon a los seis de Zaragoza, los terroristas callejeros condenados a prisión por desórdenes públicos, atentado contra la autoridad y lesiones a los agentes cuando trataron de reventar un mitin de Vox. Tras ver el documental uno sólo puede lamentar la tibieza de la sociedad española frente al terrorismo y admirar la dignidad y templanza de gente como José Alcaraz. Si es que ambas cosas son compatibles.

La Gaceta Iberosfera/13 de diciembre de 2024

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