"...tengo la intuición (y la esperanza, que ojalá no se vea frustrada) de que, al fin, se ha instalado en nuestra selección la bendita meritocracia: van los que están bien y juegan aquellos que se lo merecen..."
Del Bosque-Lopetegui: dos años tirados a la basura
No es cuestión de pasar factura o de hacer leña del árbol caído, porque un entrenador que ha ganado un Mundial y una Eurocopa jamás puede estar caído ni yo soy tampoco el cobrador del frac, pero, más allá del buen fútbol exhibido anoche por España ante Bélgica, que tiene un envoltorio atractivísimo pero un sabor más bien amargo, la conclusión que debemos extraer de lo sucedido ayer es la confirmación de que, efectivamente, tal y como dijimos unos pocos, se han tirado dos años a la basura. Vicente debió ser más generoso y más valiente después del hundimiento de Brasil 2014 pero se durmió en los laureles del aplauso generalizado y, en la acomodaticia línea del resto, llegó a la conclusión (o "le llegaron", que eso nunca se sabrá) de que sus éxitos pasados le garantizaban un homenaje en el futuro de Francia 2016: él se pegó el homenaje y nosotros nos pegamos el batacazo.
Claro que es el primer partido de Lopetegui, por supuesto que no se pueden extraer demasiadas conclusiones de un encuentro amistoso, naturalmente que siempre que debuta un seleccionador se dice de él que es ilusionante y que España juega de otro modo, con otro estilo y otro empuje. Todo eso ya lo sé. Pero Lopetegui, de quien deberemos esperar un tiempo para conocer más en profundidad su repertorio estratégico, ha entrado en la selección por la puerta grande y adoptando la decisión más complicada de todas, la de decirle a un emblema que su tiempo se acabó y que su portero se apellida De Gea. El "marrón", heredado, cómo no, de Del Bosque, que prefería meter la cabeza bajo el ala, era importante, y Julen lo solventó con inteligencia y con firmeza; aquello de "es preferible ponerse una vez rojo que cien amarillo". Y sin duda lo es.
Ayer estaba Vitolo, que incomprensiblemente faltó a la Eurocopa. Ayer estaba Koke, que viajó a Francia de vacaciones. Ayer estaba Saúl, que echó abajo la puerta de Del Bosque y no le sirvió para nada. Y estaban Thiago o Lucas. Y, aunque en el banquillo, también estaba Adrián San Miguel, el portero del West Ham; la presencia del sevillano me parece relevante porque es un guiño claro de Lopetegui hacia todos aquellos futbolistas que juegan fuera aunque no sea en equipos punteros: "tranquilos, os sigo", parece ser el mensaje. También estaban, porque tienen que estar, Ramos, Busquets o Silva, pero tengo la intuición (y la esperanza, que ojalá no se vea frustrada) de que, al fin, se ha instalado en nuestra selección la bendita meritocracia: van los que están bien y juegan aquellos que se lo merecen. Julen llega al cargo, según parece, sin "familia" futbolística ni adscripción ideológica, desprovisto de cualquier tic que nos lleve a concluir que prefiere más a unos que a otros simplemente por eso, porque unos son unos y otros son otros. Es un pequeño paso para el seleccionador nacional pero un paso gigantesco para nuestra selección.
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