"...Sobre el caso más particular del gran protagonista de la jornada, Enrique Ponce, cabe comentar su gran sentido de la responsabilidad por no negarse a actuar, cuestión que fue precipitadamente anunciada morbosamente por algunos periodistas, felizmente desmentidos por la incuestionable determinación del maestro valenciano y por su acendrado profesionalismo..."
- No quiero terminar esta crónica sin mencionar el emocionante minuto de silencio que se guardó tras el paseíllo por la muerte del inolvidable ganadero y en su juventud también torero, Alipio Pérez Tabernero. Y tampoco sería justo olvidar el brindis de Enrique Ponce a Javier Castaño antes de comenzar su faena al toro que abrió plaza.
En un derroche de responsabilidad y de absoluto poderío, Ponce protagoniza una tarde épica y gloriosa en su reconquista de Salamanca
J.A. del Moral · 14/09/2016
Lo consiguió con una apoteósica actuación frente a dos exigentísimos torazos de El Pilar, muy especialmente con el muy difícil cuarto de una tarde que estuvo a poco de suspenderse por el aguacero que cayó durante la mañana y por ciertos intereses para que el festejo no se celebrara, dada la añadida ausencia de dos de los toreros anunciados: Roca Rey por fuerza mayor y Alejandro Talavante por propia decisión, posiblemente alertado por el juego que podrían dar los toros de la divisa anunciada tras su mala experiencia en tardes anteriores con ganado de esta misma ganadería . Ambos espadas fueron sustituidos por Javier Castaño y José Garrido. Circunstancias que conjugaron la deserción de parte del público que ya había comprado las entradas, quedando mediados los tendidos aunque con muy buena entrada en sombra y, por ello, ante un público de buenos y estrictos aficionados que acertaron plenamente en su decisión de presenciar la corrida, ganando a la postre su apuesta porque la corrida fue quizá el espectáculo más interesante y emocionante en lo que va de temporada.
Sobre el caso más particular del gran protagonista de la jornada, Enrique Ponce, cabe comentar su gran sentido de la responsabilidad por no negarse a actuar, cuestión que fue precipitadamente anunciada morbosamente por algunos periodistas, felizmente desmentidos por la incuestionable determinación del maestro valenciano y por su acendrado profesionalismo al afrontar la muy difícil papeleta sin que en su cabeza cupiera la más mínima duda hasta llevar a cabo una actuación realmente admirable y, en varios momentos, épica además de lírica una vez someter portentosamente a sus dos enemigos en otra apoteósica demostración del brillantísimo momento que atraviesa como viene logrando casi diario en el más dorado septiembre de su larga e inagotable carrera.
La corrida de El Pilar, que estuvo más que bien presentada por su gran trapío y sobrada romana en su mayor parte – algunos toros dignos de ser lidiados en Madrid o incluso en Bilbao -, dio un juego interesantísimo y brillante, dadas las dificultades que presentaron, incluso los que parecieron más toreables. A casi ninguno le faltó fuerza ni casta a raudales, por lo que el saber sacarles partido y extraerles el buen fondo que algunos llevaban muy escondido, constituyó una verdadera proeza como reconoció el público que premió a Ponce con tres orejas y posterior salida a hombros y a sus dos compañeros con una oreja por coleta en los dos últimos toros.
De ahí la enorme satisfacción que los tres compartieron con el entregado público y muy especialmente el gran maestro valenciano que reconquistó la plaza de La Glorieta, siempre arisca y en su penúltima actuación ferozmente a la contra y ayer totalmente rendida a sus pies.
Enrique Ponce, divinamente conjuntado con todos los miembros de su cuadrilla de picadores y banderilleros – magníficos José Palomares y Manuel Quinta a caballo, sensacional en la brega Mariano de la Viña y superiores en varios pares Jocho y Emilio Fernández – llevaron a cabo una lidia ejemplar y aleccionadora. Todos para uno y uno para todos. Dio gusto verles tan entregados a la par que exactos en ayuda de su grandioso maestro que dirigió la “orquesta” con el tino y la sabiduría que le caracterizan.
De las dos faena de Ponce, ambas resultaron técnicamente perfectas y a la postre artísticamente soberbias, fiel al gran arte por su naturalidad expresiva, temple adecuado, colocación, distancias, alturas y pausas adecuadas a las condiciones de su oponentes que el valenciano llevó a cabo en verdadera exhibición de la enorme distancia que ahora mismo le separa a mucha distancia de todo el escalafón.
Pero la faena del cuarto fue, además, un prodigio en el que el naturalísimo y aparentemente fácil valor fueron la razón de que su jugarse la vida tan elegantemente medido y no por ello derrochado sin ningún límite de espacio y de tiempo. Por redondos lo bordó y al natural su toreo se quintaesenció. Los de pecho y los cambios de mano, de cartel. Los doblones, arrebatadores. Los adornos precisos y preciosos. Los desplantes hermosos y las estocadas, de entrega y efectivas salvo el fallo en el metisaca que propinó antes de su gran estocada en la muerte del cuarto toro. No le importó al público que la espada cayera baja en el primer envite a la hora de matar al cuarto toro para que le fueran pedidas por unanimidad y rápidamente concedidas las dos oreja. Y como la que le concedieron del primero añadida a las dos del cuarto, sumaron tres, la victoria de Ponce en La Glorieta, hace dos años terriblemente insoportable con Ponce con ganado imposible, supuso una rendición en toda regla a su duradero, inagotable y creciente reinado en el toreo.
Los dos bastante más jóvenes contendiente que alternaron con Ponce, hicieron un gran esfuerzo para empatarle. Aunque en tal propósito les fue imposible acercarse a sus altísimas cotas y en sus primeros toros no consiguieron dar la talla a pesar de su fe en conseguirlo – Castaño sufrió un tremendo golpe en los testículos del que tardó un buen rato en reponerse –, hicieron de tripas corazón en el baldío intento de competir con el gran maestro. No obstante ambos cortaron una oreja del sus segundos oponentes.
La salida a hombros de Ponce fue apoteósica. Y el agradecimiento a su grandiosa tarde, general empezando por las felicitaciones de los empresarios, Pablo y Oscar Chopera.
No quiero terminar esta crónica sin mencionar el emocionante minuto de silencio que se guardó tras el paseíllo por la muerte del inolvidable ganadero y en su juventud también torero, Alipio Pérez Tabernero. Y tampoco sería justo olvidar el brindis de Enrique Ponce a Javier Castaño antes de comenzar su faena al toro que abrió plaza.
La próximas veces que veremos de Ponce será otra vez en Albacete y, pocos días después, en Logroño. Luego quien subscribe bajará a Sevilla para dar cuenta de lo que ocurra en su feria de San Miguel. Gracias a mis lectores por su fidelidad aunque no todos sean felices leyéndome.
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