CORRIDA GOYESCA DE RONDA
Pregón, 2016
A cargo de: Jesús Cuesta Arana
Dignísimas autoridades, señoras y señores, amigo presentador. Todos en la amistad. De una forma muy especial al AYUNTAMIENTO DE RONDA y a la Empresa TAUROMUNDO, por su confianza en este pregonero. El alcance de un sueño, que ahora vivo al natural. Gracias. Una infinidad de gracias.
Con mi saludo primero
vengo a mi Ronda amada,
con luces de torero
y la voz emocionada.
Como corre la agüita fresca,
me siento siempre pregonero
de la Corrida Goyesca
¡¡¡ Va por ustedes, este sueño!!!
Cada año, con las primeros arranques de septiembre, una muchacha vestida de azul purísima, mantilla blanca de fina hilatura, –en desmayo sobre los hombros– y zapatos de color roca, del lugar, se sienta en los tendidos cuando llega la Corrida Goyesca. –¡60 corridas ya, 60!–. El tiempo no trabaja para ella, como un reloj sin manecillas. Siempre en la flor de la edad. La juventud no se le despinta nunca No cuentan los almanaques, por encantado elixir de alguna maga rondeña. No envejece. Siempre está vigente como la estrella de los vientos. Sin embargo, también es hija del momento. Del ahora mismo. Es intemporal, no anacrónica. Desde que Ronda es Ronda la muchacha está aquí. Presenta una belleza rotunda y elevada, con aire de misterio, sin adjetivos en el diccionario. El universo entero se enamora de ella. Deslumbrante y sencilla a la par.
Es pintora, con taller en la altura intricada del Barrio Viejo. También la besa la poesía. Todo en la vida es poesía. Todo. Junta bien la filosofía con los versos.
En un infinito mural expresa la historia y la memoria juntas de la Corrida Goyesca. Es pregonera, cada año, en silencio, calladita la voz. En un grito interior a base de luces, formas y colores recrea, una y otra vez, la atmósfera onírica y envolvente de la corrida rondeña con los toreros vestidos a lo Goya. La muchacha siempre fresca y honda como la correntía de agua limpia que suena por debajo de los puentes rondeños ¿Una pregonera en silencio? ¡Qué no es posible en Ronda! Sabe la pintora-poeta que la realidad que pasma penetra pronto, –como el Cante Grande–, en la razón incorpórea. A la eterna lozanía de la muchacha de azul purísima se junta otro misterio: Aparece y desaparece. Cuando la tarde torera toca a su fin, se va en un vuelo imperceptible. Es poseedora de la mítica piedra heliotropia que la hace invisible a voluntad. Por tal encantamiento, solamente se ve en la Corrida Goyesca.
Luego, en la bendita soledad de su estudio, pincelada a pincelada, entona los lances de cada corrida con todas las emociones y sensaciones a la vez. En una suerte de pregón da vida a un enorme mural. En una obra infinita, donde no hay lugar ni al tiempo ni al espacio. Se presenta Ronda con su Maestranza. Siempre unidas. Abrazadas por una misma memoria sentimental. No se concibe una sin la otra, como dos fascinaciones siamesas. Con una marcada e inacabable vibración poética, –a todo color–, que habita en el alma y en todas las impresiones donde se pinta la historia de los sentimientos.
La muchacha de azul purísima, toda luz y color, invita a que vengan a la preciosa Ronda vestida de luces, al natural, de cerca, a fuerza de realidad, fantasía e imaginación.
La artista compone en el cuadro, el inmenso ruedo de la Maestranza rondeña. Entre dos rompimientos de gloria, –en la arena y en el cielo–, en ardiente ilusión barroca. En una bendita ficción de planos y perspectivas imposibles. Y por detrás, como forillo vivo, el paisaje rondeño en toda su magnitud. Vivifica la gloria del toreo que se palpa y la intangible, la que no se toca con las manos. La gloria divina y la terrenal. En una suerte de cántico general de Ronda al Toreo. Abajo, desde la gloria en la tierra, en el centro del ruedo del imponente poema redondo, con 136 brazos-columnas, tirando pa arriba donde las estrellas, se pintan todos los toreros vivos que lidian, años tras años, la Goyesca. Alzan las monteras hacia el cielo roto de luz cegadora, y brindan a los que parten a la gloria de allí arriba. Siempre quedan en el recuerdo los toreros vestidos con terno goyesco y eternidad: Antonio Bienvenida, Cayetano Ordóñez, Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, Cesar Girón, Pepe Cáceres, Fermín Murillo, Manolo Segura, Fermín Bohórquez, Miguelín, Paquirri, Miguel Márquez, Manzanares, Yiyo… Y en el centro de la gloria celestial, como un lucero de la mañana: Pedro Romero. Y los banderilleros, picadores, apoderados y la gente anónima de la Goyesca, que tiran también hacia la imborrable memoria. Y la suerte, de los toreros que todavía pisan la gloria en la tierra, en un espléndido retrato coral: Julio Aparicio, Litri (padre), Gregorio Sánchez, Victoriano Valencia, Curro Romero, Paco Camino, Mondeño, Rafael de Paula, Álvaro Domecq Romero, Carlos Corbacho, Manuel Benitez (El Cordobés), Palomo Linares, Eloy Cavazos, Curro Rivera, Ángel Teruel, José Luis Parada, Beca Belmonte, Manolo Cortés, Julián García, Curro Vázquez, Raúl Aranda, José Luis Galloso, Niño de la Capea, Roberto Domínguez, Ortega Cano, Luis Francisco Esplá, Macandro, Fernando Cepeda, Emilio Muñoz, Paco Ojeda, Espartaco, Joselito, El Litri, Pepe Luis Martín, Aparicio (hijo), Enrique Ponce, Jesulín de Ubrique, Finito de Córdoba, Vicente Barrera, Rivera Ordóñez, José Tomás, Javier Conde, Morante, El Cid, El Fandi, El Juli, Manzanares (hijo), Salvador Vega, Joao Moura (hijo) y Cayetano Rivera, Manuel Manzanares, López Simón…
Y colores vibrantes, con mucho sol, para la grandiosa estirpe ganadera que comparte plaza, planeta y cielo en la tarde goyesca: Atanasio, Marqués de Domecq, Carlos Núñez, Núñez Hermanos, Montalvo, Urquijo, Mora Figueroa, Salvador Domecq, Marqués de Ruchena, Conde de la Corte, Ramón Sánchez, Luis Algarra, María Luisa Domínguez, Torrestrella, Buendía, Jandilla, Torrealta, Juan Pedro Domecq, Zalduendo, Parladé y Murube, Garcigrande, Domingo Hernández, Daniel Ruíz, Benitez Cubero, Núñez del Cuvillo, Passanha…
La muchacha de azul purísima, deja los pinceles, y esta vez, palabra a palabra, rima que rima, expresa en forma de crónica poética, lo que trasminan todos los toreros que visten el terno goyesco en la Maestranza rondeña, en su tarde más especial, en una deliciosa síntesis:
Armonía, garbo, hondura,
cadencia, variedad, emoción,
plasticidad, quietud, finura,
esencia, impulso y ligazón.
Redaños, oficio, vistosidad,
desenfado, misterio, lirismo,
honradez, maestría, majestad,
arte, ciencia y misticismo.
Gusto, regusto, seriedad,
vergüenza, ritmo, dominio,
esencia, afán, sobriedad,
estética, clasicismo y poderío.
Heterodoxia, alegría, encimismo,
facultades, mando, autenticidad,
gracia, donaire, barroquismo,
innovación, instinto y capacidad.
Coraje, sangre, majeza,
entrega, pinturería, corazón,
naturalidad, sabor, purez
pulcritud, empaque y expresión.
Así queda vivo el testimonio de los toreros que dejan sus mejores luces en las tardes goyescas.
Continúa la muchacha, desde su hechizo le imprime azogue y color a la palabra.
Y no pienso, ni puedo, ni quiero,
ni rimo, la sola palabra fracaso
¡En Ronda siempre triunfa, el Toreo!
También, aunque, de tarde en tarde, llegan los soplos del duende. Y para eso no hay color ni palabra que acierte. Porque tal poder misterioso, –según Manuel Torre– viene del tronco negro del Faraón.
Sigue la ensoñadora muchacha, sin reloj, con su pregón color a color; luz a luz; sombra a sombra las excelencias de Ronda y su Goyesca. Tan torera es la plaza como la ciudad. Se visten con la misma seda de aire y con las mismas luces de fuego. Atraviesan la existencia sin que pasen los años. Son miradas siempre con ojos nuevos. Esta Ronda del alma donde cuesta la palabra y el color porque toda ella es aire. Inventora de su infinito, toca siempre el cielo con las manos. Con su paisaje de una serenidad definitiva, como una caricia calma que dialoga con el silencio sonoro. Lo mismo alborota por dentro en las hermosas palabras que en los hermosos silencios. Encandila, a golpe de vista, con su verdad verdadera. ¡Ay, Ronda! La que respira, tan torera ella, a la vera de su plaza de toros. La Ronda primitiva de la prehistoria, la de la gente de Iberia y Roma; de los viejos alminares con acento andaluz; baños morunos, iglesias, conventos, palacios, , jardines, puentes, murallas, miradores, fuentes, museos, puertas reales y arcos abiertos; con esa otra Ronda modernista y moderna que junta la casita de cal con los grandes edificios. El dédalo de las calles estrechas con las avenidas. Desde un callejoncito perdido hasta el bulle-bulle de la calle La Bola. El celebérrimo balcón-mirador, –con su altura de vértigo–, quien se asoma, por primera vez, recurre al instante a la socorrida exclamación de marcado tinte sexual y que pega bien con madroño ¡Adivina adivinanza! La fascinación de la arquitectura rondeña con su rica amalgama de estilos. La Ronda, –toda una enciclopedia–, de ascetas, científicos, aristócratas, políticos, músicos, toreros, caballistas, cantaores, carnavaleros, artesanos, , poetas, escritores, escultores y pintores de vitola universal (como Joaquín Peinado, rondeño de la Escuela de París); comerciantes y la gente llana, de la intrahistoria, con sus trabajos y los días. Los viajeros románticos, melenas y literatura a granel y punto de extravagancia, a la búsqueda de una y mil sensaciones nuevas y el hervor de los turistas, unidos –si no por el tiempo– en un mismo asombro. Y los bandoleros, un poso negro de leyendas. Tragabuches, de torero a bandido por culpa de malos jachares; el sin alma Flores Arrocha y Pasos Largos a grandes zancadas, por la negra historia, con la Cruz de Caravaca al pecho en una inquietante paradoja.
¡Ronda, como ensoñación y sueño de Rilke!
El encanto del río Guadalevín con el agua que corre por las venas de la ciudad, con su lluvia al revés, hacía arriba. Ronda y su cálido mapa de excelentísima gastronomía. Buen vino y las yemas del Tajo. Y el olor de los guisos que se mezcla con algún jazmín perdido, dama o galán de noche.
En fin, la enigmática muchacha, esboza, en el mural infinito, en perspectiva aérea, todos los sentidos de Ronda y algunos más. Como el sobrecogimiento de una saeta al paso de alguna cofradía de la Virgen y el Cristo por el Puente Nuevo.
Se escribe en la historia que Ronda, junto con Sevilla y Cádiz, componen el vértice geográfico en el alumbramiento del Cante y el Toreo.
Otra vez la muchacha, con su enigma, enciende el numen de la poesía y dice:
¿Quién es la vieja y renegrida gitana
que canta por soleares su misterio
y va pegadita , pegadita, a una guitarra?
Es tía Anilla, toda pena y sin consuelo,
que raja la dulce claridad de la mañana.
También Ronda da luz al estado de gracia. Vicente Espinel, inventa su quinta cuerda a la guitarra, tres siglos antes de que nazca tía Anilla la e Ronda, para que se toque ella misma por soleá. Tía Anilla, despierta la admiración lo mismo a la Reina Victoria Eugenia que a Federico García Lorca ¡Un respeto! Cinco cuerdas para la compañía de los cantes rondeños, con la voz rota de tantas solaneras y escarchas de Tobalo, que arrima tono al polo o a la policaña o a la genuina rondeña. O el quejío estremecedor de Paca Aguilera, por seguiriyas gitanas, da fragua a los vientos antiguos. En el mural-pregón también hay espacio de privilegio para los eximios artistas del Cante Grande, de todos los tiempos, que tantos pare esta sensible tierra.
Para remate del cuadro, un moro poeta, científico y rondeño Abbas Ibn Firnás, inventa un artilugio, –a base de madera y tela gorda–, para la quimera del vuelo, seis siglos antes que le da ingenio a la misma idea Leonardo da Vinci; pero el pintor renacentista nunca vuela. Merece este hombre un monumento. Un soñador del vuelo en los vuelos de Ronda. ¡Con cuánta pena, penita, se va Abomelique!… (Al poco tiempo deja la vida, en brava batalla, en los campos de Alcalá de los Gazules). Todos los moros de Ronda lloran los paraísos y los reinos perdidos y un sillón de piedra con una y mil leyendas. Y todavía más, otro valiente llamado Francisco –padre de la dinastía de los Romero–, es el primero que se pone con trapo ante un toro; inventa la muleta, que se cree que es de color blanco. En la Posada de las Ánimas se hospeda el mismísimo Cervantes. También en un museo se guarda una pistola con siete cañones o una guitarra trompeta. O donde dos americanos universales que viven a mil por hora –seguidores de Antonio y Luis Miguel–, pierden la chaveta por Ronda y su Goyesca: Ernest y Orson, éste último se queda, para siempre, entre la raíz y la savia de la tierra rondeña en la finca ordoñista de El Recreo. ¡Nunca queda en el olvido esa Fuente de los Ocho Caños! El más precioso canto y cántico a las provincias andaluzas, en una deliciosa premonición: el escudo, la bandera, el himno de Andalucía nacen en Ronda al socaire y caletre de Blas Infante.
La muchacha vestida de cielo, cal y piedra, sabe o siente más bien, que cuando asiste a una Corrida Goyesca, se sumerge en una siembra de luces, resonancias, perfumes… Toda una orfebrería de sensaciones en íntimo gozo. Donde la emoción incontenible se convierte en realidad, a través de una lágrima. En la Real Maestranza de Ronda el tiempo también se detiene y da sitio a las flores de la eternidad. Como un estremecimiento que no cesa, porque siempre incita a la aventura del espíritu y a la ardiente memoria. La memoria hecha temple y compás.
El día grande de la Goyesca, Ronda se pone sus mejores ropas. Un delirio. Color. Gente. Calles, bares, hoteles a rebosar. Animación por doquier. Una barahúnda de caballos, enganches y calesas. Guapura en estado puro. Espectáculo sin igual. Retratos y más retratos para el álbum del imposible olvido. La imagen no es hermosa en sí misma, sino porque da fuelle a la llama de lo auténtico. Goya el genial inspirador de la corrida de Ronda, anda en la fe de que el tiempo también pinta ¡Qué gran verdad! De modo que el tiempo siempre empieza en el cuadro de la muchacha pintora-poeta. Por eso ahora se le vuelan estos cuatro versos:
Tengo los pies en el suelo
pero como soy rondeña,
siempre sueño despierta
y se me va el santo al cielo.
Goya, el de los Toros, es puro temperamento romántico. Hombre de pasión. Pinta lo que ve y siente. Un pintor de almas. Solamente los genios se codean con los misterios de la vida. La vida como lucha y pasión: dolor y alegría ¿No pasa eso también en el Toreo?
Ronda y el Toreo, se unen por el vendaval estético y los duendes románticos. Son su sinos. Lo mismo se conjuga con los colores calientes que fríos. La muchacha pregonera de este prodigio, sabe que el romanticismo vive dentro de ella o lo que es lo mismo: cuando el corazón se le sube a la cabeza.
Ronda es torera, porque sabe y da a cada toro su lidia, con valor, temple, arte y por encima de todo el revoloteo del duende. Nunca se sabe si la plaza de toros es un espejo de la ciudad o al revés ¡Qué vengan los sabios y lo expliquen! Por eso nacen tan grandes dinastías toreras. Ronda se viste cada día de luces o con terno goyesco, según tercie ¡Hasta su nombre es torero! Tanto el toro fundido que está a la vera de la plaza, como la escultura de piedra de Pedro Romero y la Dama Goyesca ( de bronce) que lucen en la Alameda y las de El Niño de la Palma y Antonio Ordóñez, –también de metal y memoria–, a un suspiro de la mítica y salerosa `puerta de los triunfos, parece que reviven o se encarnan cuando llega la Goyesca. Ese día hasta las estatuas de Ronda respiran.
Van más versos de la muchacha pintora-poeta, esta vez a la sombra luminosa de Pedro el de Ronda:
¡Ay! ¡Pedro Romero, Pedro
seda, roca y candela
¡Qué torero! ¡Y qué torero!
el pueblo siempre te sueña.
Por la veredas del viento
tu sombra de poesía
da lumbre al tiempo
con el peso de la dinastía.
¡Qué requiebro! ¡Y qué requiebro!
¡Qué majeza! ¡Y qué majeza!
Huele siempre a romero
toíta Ronda entera.
Con los Romero de Ronda, el arte empieza y le da espejo y luz al Toreo. El torero es ya cabeza y corazón. Por aquello de que un toro no piensa pero da muchas cavilaciones. Antes de la llegada del coloso torero de Ronda, la corrida es un espectáculo agrio, violento, tormentoso, de mala digestión. El Toreo ya toma otro color. (Goya retrata a José y Pedro Romero con una cierta sonrisa impenetrable; casi la misma que le pone Leonardo a la Gioconda. Aunque, eso sí: con dos miradas distintas). ¿Qué los dos retratos de los Romero estén en el Museo Taurino de Ronda? ¡Ojalá! ¡Qué ilusión! Ronda es un sueño. Y ahí está. Nada es imposible.
¿Y qué dice la muchacha misteriosa de la dinastía de los Ordóñez?:
Con terno de serranía y plata,
arriba, por los ruedos celestiales,
pasito a paso va El Niño de la Palma.
A su vera, de nube, oro y templanza,
Antonio, Alfonso, Pepe, Juan y Cayetano,
herederos de sangre y de alma.
De Ronda y azabache, por el ruedo de arena,
Paquirri y Cayetano, guapeza y empaque,
con toda su rastra de gracia torera.
Los Ordóñez contemporáneos, con la sangre que hierve de los Rivera, aportan al toreo naturalidad, valor, sabor, armonía y personalidad sin el peso del árbol genealógico: el bisabuelo, el abuelo y los tíos y por si fuera poco… Luis Miguel Dominguín ¡Ahí queda eso!
Sigue la muchacha de azul purísima, con su mural-pregón sin fin, donde vierte todas sus sensaciones. Se le ocurre una nueva idea: arriba, en la esfera celeste, a la vera de la gloria encendida de los toreros que se van al infinito, pinta a Goya, que se encarama sobre una nube metamórfica, en forma de toro, sonríe y guiña un ojo picarón. –¡Divina estampa!–. La imaginación no tiene límites. Es el ojo del alma el que crea una realidad nueva. Sin imaginación no hay realidad. La magia de la creación es un puente que permite un viaje de un mundo visible a lo invisible o al revés. Como no se sabe lo que es la vida, tampoco se define lo que es el toreo o el arte en general. El conquibus de la belleza se aposenta en sus misterios. De modo que todo lo que es bello no tiene explicación, se escapa al pensamiento.
¿Por qué es tan linda Ronda?
Porque tiene aire y vuelo
y además de hermosa
vive siempre en un sueño.
Esa misma respuesta es válida para la Plaza de la Real Maestranza de Ronda. Viene siempre a la imaginación el arquitecto Aldehuela, que sale a hombros por la Puerta de Pedro Romero, por sus apoteósicas faenas del Puente Nuevo y la Plaza de Toros ¡Qué bien torea con la piedra!
La muchacha pregonera, pinta y repinta, la Plaza de Toros en toda su inmensidad y a los toreros de la Goyesca, entre todo un revoltijo de colores, con su particular alquimia, busca ora sosegada, ora febrilmente, luces, formas, colores nuevos y perspectivas increíbles envueltas en una realidad mágica. Como un interminable pregón, callada la voz, pincelada a pincelada. En constante celebración de los sentidos en una tarde de toros en Ronda, en su universal corrida. De igual manera apasiona y enamora al mismo tiempo. Y todo el aire en un respiro, muy rondeñamente. Como un sueño en la ciudad soñada. Ronda sueña de día y de noche. Su embrujo en al aire permanece. Lo mismo que esa música del Toreo que no se oye.
La vista impresionante de la gente variopinta, que se arracima en los tendidos, entre un conjunto de ritos y costumbres, presta para la foto, en imponente composición luminosa, vibrante y grácil. Desde aquellas instantáneas amarillentas, sepiadas por el tiempo, hasta hoy, con los inventos digitales. Todos cogen aliento y posan con la mirada puesta en la posteridad.
¡La plaza a tente bonete de gentío! Con el latido siempre desde la profundidad de los tiempos. De los tres tiempos toreros. Lo mismo que la ciudad, cuando se dibuja desde una sinfonía pétrea, con su altura evocadora, siempre en los sueños de los sueños. La piedra arenisca, para la construcción de la plaza de toros, se extrae `precisamente del Arroyo del Toro ¡Qué mágica casualidad! Todo en Ronda se vive con el aire. Airosamente. Como un vuelo sobre el vuelo. Los tendidos, a todo color y calor; trajes con primores goyescos, abanicos al viento y ojos misteriosos que miran. En una permanente dualidad del sol y la sombra. Con la esperanza ciega de que salga ese toro ideal, ese toro azul que no llega.
No se echa en saco roto que El Toreo toma cuerpo en Ronda, en plena furia romántica, aunque ya se enciende con el Siglo de las Luces, –en la Ilustración–, cuando la ciudad va imparable hacia arriba. Con su paisaje de fondo de una serenidad definitiva. Entre las voces de la memoria y sus silencios. Dice una leyenda gitana que en la luna hay un río de leche; quien la bebe no muere nunca. De esa prodigiosa corriente blanca bebe Ronda, su plaza de toros y la muchacha de azul purísima.
La Corrida Goyesca supone una inversión de los sentidos. Una sinestesia. Los ojos oyen, el olor se toca. Por eso, la muchacha del misterio ve el sonido con los colores. Pregona y pinta, a la vez, desde su grito interior. Anda en la misma creencia del ciego que sueña que ve y, sueña lo que quiere. Si se asiste a la Corrida Goyesca, siempre da la sensación de algo nuevo o de una primera vez. Eso mismo pasa con Ronda: retrotrae a otro tiempo, pero dentro de éste.
¿Qué sortilegio sopla sobre los toreros de la tierra? En el misterio de los misterios da razón. La Goyesca imprime carácter y torería. Por eso todos los toreros sueñan con ella. “La Corrida Goyesca de Ronda es la Corrida Goyesca de Ronda”, dice el maestro Manzanares. Una sabia síntesis para la escritura de un libro gordo.
Ya llega el día 10 de septiembre ¡Ya está aquí! Lo cantan por rondeñas los almanaques. Ronda y su Plaza de la Real Maestranza se visten de pitiminí. A punto están los mejores carruajes. Aquí también se vive el veneno y la furia del caballo. El caballo y el toro. El Caballotoro, todo un monumento. Una fantástica simbiosis, de los dos animales más bellos del universo mundo.
Toda la Ciudad del Tajo ya sabe y huele a Fiesta Grande. Mañana a las cinco y media de la tarde se rompe otra vez la gloria en el ruedo.
Así pinta el cartel con la palabra, la muchacha de nuestro misterio:
¡Qué alegría! ¡Qué alegría!
al fuego con las penas
ya llega el gran día
mañana…¡La Goyesca”.
¡Qué clamor! ¡Qué clamor!
Con toros de Pasanha y Garcigrande
al compás de la ilusión
se rompe la ansiada tarde.
Por delante, con buen salero
Manuel Manzanares,
con sus caballos toreros
con toda la voz de la sangre.
Y a pie, serio y brillante
José María Manzanares,
puro hechizo de Alicante
con toda la estrella de su padre.
De dulce, siempre Cayetano
sangre y alma rondeña,
con beldad de dios pagano
y terno de hilo y seda.
Cierra el cartel, López Simón
flamante en esta plaza,
finura y valiente de corazón
quietud, aire y templanza.
¡Qué alegría! ¡Qué alegría!
Al fuego con las penas
ya llega el gran día
mañana…¡La Goyesca”.
¡Puerta de Pedro Romero, abierta de par en par, para la terna torera!
Dispuesta está la muchacha de azul purísima para la tarde de mañana, en su sitio de siempre, entre el sol y la sombra. Mañana sigue pintando su pregón. Al final, siempre queda lo que no se ve. Las zonas invisibles son las más fascinantes. El enigmático atractivo. ¿Quién descifra las estrellas del cielo? Siempre queda lo que no nos queda. Como el globo blanco que escapa de la mano de un niño, y vuela y vuela, hacia el infinito, hasta que lo devoran las nubes. Si se observa el mural-pregón de la artista ensoñadora, viene sola la pregunta. ¿Por qué parte de Ronda queda los aires de las corridas goyescas ya vividas? Por eso, el gran mural de la Corrida Goyesca, que pinta la muchacha intemporal, está en el Museo de la Plaza de la Real Maestranza de Ronda; aunque no se vea, está presente allí. Es al fin y al cabo, un autorretrato de Ronda y sus vientos toreros.
Cinco preguntas finales: ¿Quién es la muchacha que pregona con los colores? ¿Que cada año recrea la Corrida Goyesca? ¿Que por mor de una piedra prodigiosa aparece y desaparece? ¿Por qué se mantiene tan joven y tan fresca? ¿Y con la mirada siempre brillante y la alegría de la vida intacta, como el agua limpia de la alfaguara que sale siempre renovada? Solamente este humilde servidor, desde su poder omnisciente, lo sabe. Es ella –con la ayuda de la fantasía– la que me inspira este pregón. El vestido de la muchacha es el mismo cielo rondeño; la mantilla la cal… y los zapatos, del color de la piedra, donde se posa la ciudad siempre a punto de vuelo. Llega el momento. Se abre el telón al misterio. Se desvela el secreto. Lo canta la imaginación…La muchacha de belleza indescriptible e indefinible se llama... Ronda ¡¡¡Es la mismísima Ciudad de Ronda!!!
Ronda, la eterna muchacha, me ofrece capa torera, para que remate con una media verónica, a lo Antonio Ordóñez, con mucho sabor a serranía y acento belmontino.
Ahora bajo a la tierra
después de esta fantasía
soy un pregonero que llega
y que, a todo aire grita.
Siempre con buen tino
y voceo que en Ronda
jamás falta el buen vino
ni nadie, nadie, sobra.
Y larga y ancha, la alegría
que es así, que así sea
que todo,todo, en la vida
se templa y se torea.
Que el universo entero
venga con el alma dispuesta
a la Feria de Pedro Romero
y a la Corrida Goyesca.
Así que… Todos juntos en un mismo abrazo. ¡Disfrutad, disfrutando que se disfruta!...
Nada más, solamente queda un deseo: ¡A vivir y soñar!
El Pregonero, Jesús Cuesta Arana
y la alcaldesa de Ronda
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