Fotografías de Julio Maza y de Manu del Alba
Los pueblos no deberían perder nunca la grandeza del mejor toreo: Ponce sumó su 48 indulto de un gran toro de Sancho Dávila en Villanueva del Arzobispo
Merece la pena viajar de parte a parte de nuestra inigualable y variopinta península Ibérica en una noche cuasi estrellada, desde los recalentados mares de olivos jienenses has los frescos montes de Ávila, lugar ciertamente inspirador de aquellos poetas que en tiempos describieron maravillas de la histórica Castilla como aquella que al gran Machado le inspiró…”Los olmos son la rivera, liras de la primavera, cerca de agua que fluye, viva o lenta…”, es algo digno de vivirse. Y más, cuando este enorme río de la afición que nos lleva buscando el acontecer de este septiembre cuasi a diario del más grande torero que hayan visto los siglos. Un lujoso privilegio que llena el espíritu de los afortunados que tenemos el dichoso gozo de disfrutar tan placentera como emocionantemente cuasi un milagro que no sabe de distingos entre las plazas de toros más importantes de las ciudades capitalinas y las más humildes de los pueblos.
El acontecimiento poncista de ayer tuvo lugar en Villanueva del Arzobispo. Recóndito e histórico lugar para su progreso, pasando de simple caserío a Villa cuando, en el año 1396, el Arzobispo Pedro Tenorio le rogó al Rey Enrique III que tal fuera. Entre los años de aquel soberano que lució el mismo nombre que nuestro actual Rey Felipe VI y que el rey del toreo actual, Enrique Ponce, la Villa alcanzó el título de Ciudad por orden de S M El Rey Don Alfonso XIII.
La plaza de toros de Villanueva del Arzobispo data 1928. Un recinto neomudejar bien conservado en el que, curiosamente, la puerta grande es la misma que conduce al patio de caballos.
Y por allí entramos ayer para buscar sitio en un burladero del callejón desde donde pudimos ver perfectamente lo que ocurrió. Un real acontecimiento inmediato a los que venimos asistiendo no sin asombro porque es el caso que hasta tenernos que pellizcarnos para creer e ciencia cierta que lo que sucede no es un sueño sino la más pura de las realidades. Que Enrique Ponce no es que esté mejor y mejor y mejor cada temporada y vamos por la 26 de su carrera como matador de toros, es que mejora, mejora, mejora.. cada día que amanece.
Los toros fueron de Sancho Dávila a quien me encontré una hora antes del comienzo de la corrida hecho un manojo de nervios. Hasta se marchó dejándome con la miel en los labios de nuestra grata conversación diciendo: “No me gusta hablar con los toreros cuando la corrida es mía”. Y la verdad es que todos llevábamos la mosca detrás de la oreja antes de que saliera el primero por la puerta de chiqueros. Y mira por donde que el temor se trocó de inmediato en gozo porque la mayoría de los seis lidiados fueron buenos y algunos excelentísimos salvo el quinto que no cumplió el famoso refrán.
Yo estaba sentado en un burladero del callejón junto a los Danieles Ruíz, padre e hijo, con los que mantengo una fraternal amistad desde siempre y los tres no paramos de saltar de alegría a medida que las reses, preciosas de hechuras y más que suficientemente encornadas para una plaza de tercera, fueron saliendo y luego disfrutar con su comportamiento y con lo que, sobre todo, consiguió Ponce del lote medio.
La plaza estaba llena en la sombra y cuasi vacía en el sol que caía de justicia… Hubo quienes se achicharraron en la sartén de los tendidos sin sombra alguna que le protegiera, aunque pocos. Unos héroes.
Al castaño que abrió plaza, lo saludó Ponce por verónicas ganando terreno desde el tercio hasta los medios y, luego de ser medido en varas y banderilleado con feliz premura, no dudó en brindar al público. Que ya sabía cómo iba a ser antes que nadie. Y lo bordó con esa muleta que, cada vez más, parece una milagrosa prolongación de sus manos que se eternizan en cada pase. Un decíamos ayer en Albacete… Lo cual ya está signado por un servidor y no es necesario repetir lo mismo que escribí. Cortó las dos primeras orejas de la tarde.
Hasta que salió el aún más estupendo cuarto toro con el que el cuasi local Carlos Venegas se explayó a su modo que nace entre un desbordado entusiasmo y una manera de ser y de hacer ciertamente desahogada sin complejo alguno ni el menor sentido del ridículo. El mozo de desparramó en tanta cantidad que, a sus paisanos les bastó que matara, muy bien y ciertamente, para que le pidieran hasta el rabo. Despojo mayor que raudo concedió el presidente.
Luego, con el tercero, el onubense David de Miranda que actuó en sustitución de Roca Rey, tuvo que vérselas con un animal de no tan completo embestir como el anterior porque se dejó basta más a derechas que a izquierdas. Este joven compone y sabe templar lo que no es poco en un tan tierno principiante. Y lo mejor su gran estocada. Otra oreja al canto. Y Ponce, mientras tanto, rumiando en lo que pretendía y, ¡aleluya! Consiguió. Estar mejor que quien mejor este sin distinción de clases y, sobre todo, aún mejor que él mismo.
Recuero una crónica publicada en “Blanco y Negro”, suplemento dominical del ABC, en sus años ya mayores del maestro de la crítica, don Gregorio Corrochano, sobre una tarde de Antonio Ordóñez en la que aconsejaba al inolvidable rondeño: “Si en tu segundo toro ves que no tienes con quien competir, hazlo con el Ordoñez del primero”.
Y eso, exactamente eso es lo que hizo Enrique, otra vez más, revestido de Emperador del Toreo. Elevar a la categoría más especial sus increíblemente sutiles e invisibles especialidades técnicas, aparentemente invisibles a los ojos de la gente normal – la mayoría – y, apoyándose en ellas, alcanzar y sublimar la absoluta perfección. En su no va más diario durante estos días de su septiembre más prolífico y mágico, puedo afirmar y afirmo que ayer toreó Ponce al natural mejor que en toda su vida. Como así lo reconoció él mismo cuando, tras simular la suerte de matar, vio emocionadísimo como ese toro volvía a los corrales una vez indultado tras clamorosa petición del público y de la habitual resistencia del palco en sacar el pañuelo naranja.
Gran toro por su clase aunque en declinante brío que, si lo mantuvo hasta más allá de los veinte minutos de faena, fue porque Ponce así lo quiso mientras recreaba cada vez más lentamente todas las suertes que ya había consumado y, en este tramo final, las convirtió en una divina realidad a la vez y al compas del más divino de los pasodobles: ”La gracia de Dios”. Hasta los ciegos, que quizá alguno estuvo en la plaza, debieron gozar simplemente por imaginar que esa música era exacta y precisamente la que, como nunca desde que fue compuesta en 1849 por Ramón Roig y Torné, había correspondido al faenón. Por la maravillosa música, pudieron adivinar perfectamente quién y cómo estaba toreando.
Y así fue como los aficionados de Villanueva del Arzobispo pudieron disfrutar del mejor de los toreros y del mejor de los toreos. Nunca lo olvidarán. Nos dijeron que hasta tocaron las campanas de sus Iglesias.
Vuelta al ruedo inenarrable del valenciano con las dos orejas y el rabo simbólicos de rigor. Y todo el mundo encantado.
Pero faltaban por lidiar dos toros más del estupendo envío de Sancho – ¡enhorabuena querido amigo! – y como siempre ocurre después de que suceden estos acontecimientos, fue muy difícil poderlo epatar. Imposible.
El quinto toro fue el único malo de la corrida y Venegas lo empeoró más por la cantidad de enganchones con los que arrancó su faena. Se la brindó a Enrique Ponce. Y menos mal que el sexto nos dio la oportunidad de volver a constatar las buenas maneras y el mucho querer del joven de Huelva, David de Miranda. Habrá que verle.
Los pueblos de esta nuestra queridísima España, por recónditos que sean, repito que nunca deberían tener la oportunidad de ver in situ el mejor toreo ni, por supuesto, el de este Ponce tocado por la gracia de Dios. Felicidades a sus habitantes aficionados que pudieron ser testigos del para ellos seguro que histórico acontecimiento capaz de llenar sus vidas para siempre.
Ruego encarecidamente me perdonen por la tardanza en publicar esta crónica que va hacer colección de las poncistas de septiembre y a mucha honra haber tenido la inmensa suerte de verlas y la dicha de poder contarlas. Pero ayer llegue al siguiente destino, en la provincia de ávila, más allá de las 3 de la madrugada.
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