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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 7 de enero de 2017

La temporada de 2017, ¿puede ser un Año 10?


Fragmento de sendos óleos de Gals y Tito Di Pippo

Las ocurrencias de las redes sociales nos recuerdan que acabamos de comenzar a vivir un "Año 10": 2+0+1+7=10. ¿También para la Tauromaquia? En este mundo tan complejo, la respuesta a esa interrogante no se comienza a esclarecer hasta que por primera vez se abre la puerta de cuadrillas. Pero mientras se espera que llegue la primavera, cabe pensar en cuáles debieran ser las circunstancias y condiciones necesarias para que en lo taurino el 2017 resulte un "Año 10". Salvo opinión mejor fundada, que seguro que la hay, cabe pensar que nos movemos entre dos grandes elementos: la innovación, que incremente el factor impredecible del arte del toreo, y la vuelta a la integridad del espectáculo en toda su dimensión, desde la racionalización de su economía a los fundamentos de la lidia.


Entre la innovación y la vuelta a la autenticidad
La temporada de 2017, ¿puede ser un Año 10?  
Como las ocurrencias son libres, ha faltado tiempo para que en las lenguas más diversas por las redes sociales se pusiera en circulación un mensaje recordándonos que estamos en un “Año 10”: 2+0+1+7= 10. Pues tomando pie de esta especie de acrónimo, podríamos preguntarnos si, en efecto, 2017 será un “Año 10” para la Tauromaquia. Desde luego, sería muy de desear que rompiera todo género de moldes, para traernos una Fiesta renovada, integra y auténtica, en la que el mérito pase a ser la razón principal para tomar las decisiones.

Fácil no lo pone buena parte del taurinismo, aquejado de un inmovilismo histórico, en el que todo se conjuga echando por delante el verbo esperar: esperar a que tal o cual torero confirme que tiene mucho futuro, esperar a que esta o aquella figura rompa el círculo del toro predecible, esperar a que las aficiones respondan a los posibles alicientes de un abono… Por medio se cuelan, en un ejercicio de pocos resultados prácticos, los sueños imposibles, como por ejemplo pretender hoy en día que a base de corridas duras los abonos y las plazas se pongan a rebosar, cuando en realidad tirón en la taquilla tan sólo tienen dos hierros y no siempre: Miura y Victorino Martín.

Para que realmente 2017 se convierta en un “Año 10” hace falta que primero abramos la mente a las posibilidades de cambio quienes vivimos sumergidos en la afición en su estricto sentido. Aferrarnos por sistema a la ortodoxia pura del pasado --que no fue tan trascendente como nos han contado, pero tampoco cabe considerarla banal-- conduce a pocos sitios. Lo cual no quiere decir que debamos caminar hacia una edulcoración de la Tauromaquia, dejando en el camino los valores fundamentales del toreo. Se trata, por el contrario, de reavivar los elementos permanentes, abriéndonos a nuevas opciones en aquellos otros que no afectan al núcleo duro de este arte.

Un ejemplo paradigmático. Cuando Enrique Ponce rompió algunos moldes lidiando un toro vestido de riguroso smoking en la plaza de Istres, en la que además el acompañamiento musical fue mucho más allá de los pasodobles de siempre, no fueron pocos los aficionados que se rasgaron las vestiduras. Incluso hubo quienes le compararon con el popular “Llapiseras”, que encabezaba su troupe de toreo cómico vestido de frac, acompañado de Charlot y su botones. Es más: resulta muy probable que si alguien pretendiera repetir un espectáculo similar por ejemplo en Madrid o en Sevilla, caerían chuzos de punta sobre la cabeza del protagonista. Y no es eso.

Lo Istres fue algo rompedor, novedoso, pero lógico: recordemos cómo la publicidad de aquel festejo, con la que por cierto se llenaron los tendidos, lanzaba el mensaje de la elegancia en el toreo, recurriendo precisamente a la imagen del torero vestido de etiqueta. En suma, venía muy a cuento ese cambio de ropas, que en nada afectó a lo fundamental: la calidad del toreo de Ponce, dejando patente lo que ese día era el valor esencial, la suprema elegancia del arte del toreo cuando está bien ejecutado.

Gestos rompedores como éste, que por ser precisamente rompedores son siempre excepcionales, parecen hoy necesarios. Y no sólo, aunque también, para atraer a un nuevo público a los tendidos; se precisan para mantener viva la permanente sorpresa, el misterio, que debe revestir al toreo. Por eso, cuando el siempre atrevido Simón Casas lanza propuestas diferentes de lo habitual, no se trata de una boutade fruto de una imaginación que no conoce límites, sino de un camino que debe ser explorado.

Con esta reclamación a favor de las innovaciones no se trata en modo alguno de olvidar valores que taurinamente van por delante de esos otros elemento accesorios, que tienen la función de complementar el espectáculo. Y es que si realmente se quiere que 2017 sea una temporada 10 hay que volver, por ejemplo, sobre los pasos mal andados para que el toro de lidia recupere toda la integridad de su raza, basada en la diversidad de sangres y de encastes, en el mantenimiento de todos los atributos que definen a la bravura, en su íntegra singularidad.

Llevamos años y años adomecqdizando las dehesas, para criar hasta la saciedad al toro predecible. Y ahora resulta que quien tiene en sus manos los destinos y las esencias del encaste originario ha cambiado el paso, en la búsqueda de un toro más encastado, más poderoso. Un par de temporadas a efectos ganaderos es demasiado poco tiempo, pero si sigue por ese camino acabará por dejar con sus vergüenzas al aire a quienes se han mimetizado en todo el modelo anterior.

Lo cual no puede entenderse como la superabundancia de los “armarios”, que todo se les va en volumen. Resulta necesario volver a recordar como el toro de hace 30 años tenía una anatomía mucho más recortada, pero rebosaba en casta. Y eso es lo que daba espectáculo y hasta emotividad a la lidia.

Sin embargo, el problema no afecta tan sólo a los criadores. Si se analiza el papel de los toreros comprobamos que no es menor su compromiso en esta materia. Ahí está para ponerlo en evidencia el caso tan conocido de Fuente Ymbro, que en cuanto ha subido los grados de casta y de picante, ha espantando de sus carteles a no pocas primeras figuras, que prefieren el toro que no moleste.

Pues bien, tanto ese cambio de rumbo de los criadores como el que corresponde a los toreros también forman parte –y muy principal-- de esa innovación que reclama para sí la Tauromaquia. Por razones obvia no podrá ser de hoy para mañana, que en el campo bravo se necesitan periodos más amplios, pero es el camino que marca el futuro, el que debiéramos emprender para conseguir un Año 10.

Pero si algún amable lector compartiera todo lo anterior, muy probablemente estaría también de acuerdo con una tercera consideración: el papel que en esta dinámica corresponde al aficionado, que en este siglo XXI debe ser ante todo un militante activo por la Tauromaquia. Da igual si se afirma que es así porque nos han empujado a ello los detractores, que si se sostiene que es necesario de por sí para garantizar el futuro. En cualquiera de los casos se trata de un hecho cierto que al aficionado hoy le corresponde un papel mucho más activo, probablemente como nunca en otras épocas.

Siempre hemos sostenido que el aficionado debe sentirse, ante todo, participante en el festejo al que asiste, no debiera mantenerse en la lejanía de ser mero espectador. Si se acepta esta opción, el aficionado debiera implicarse hoy con más empeño que antaño en llenar las plazas, en arrastrar a otros para que también compartan nuestra admiración por la Fiesta. Está muy bien, más: resulta indispensable, que las empresas modernicen sus sistemas de promoción, que se quedaron muy anticuados. Pero eso no es suficiente, los aficionados también necesitamos implicarnos en esa promoción.

Es cierto que las Empresas no dan precisamente facilidades, encerrados como andan en su propia burbuja. Más de un ejemplo concreto se podría poner de algunos club taurinos que se han brindado a buscar nuevas clientelas para la Fiesta y toda la respuesta que han recibido de la empresa ha sido el silencio, cuando no la crítica insensata, en lugar de abrirse a una colaboración más estrecha.

Puede parecer hasta una antigualla. Pero si miramos hacia atrás, no está de sobra recordar como muchos de los aficionados actuales se acercaron a la Fiesta a través de sus mayores. Más que comprobado está como gracias a este boca a boca a lo largo de muchísimas décadas se mantuvo y hasta se acrecentó la presencia social de la Tauromaquia. Hoy, con todas las adaptaciones que resulte necesarias, es la hora de volver a aquellas viejas costumbres. Y las Empresas hoy nos ofrecen mayores facilidades que antiguamente, con la oferta de abonos para jóvenes, por ejemplo.

En suma, un Año 10 depende de ser capaces de compaginar la innovación con el regreso a los principios de una Tauromaquia íntegra y auténtica. Se trata de un empeño común, no ya de éste o de aquel protagonista. Cuando hoy en día los empresarios buscan a toda costa que José Tomás les salve el abono, desde luego ponen en toda su dimensión al torero de Galapagar, pero a la vez dejan en evidencia las carencias que aquejan a la Fiesta.

Hoy ese balón de oxígeno que resulta necesario debería estar mucho más compartido; todos los protagonistas están llamados a trabajar por ello. La tarea pendiente pasa por volver a poner en su lugar el factor del mérito y de la autenticidad por encima de las conveniencias y la comodidad. En la crianza del toro de lidia, en la trayectoria del torero, en los quehaceres propios del empresario. En todo.

Y en ese todo hay que incluir de modo necesario a la reconducción de la economía taurina. Cuando hoy un ganadero de moda y muy solicitado declara que “si cobrase por una corrida la mitad que las figuras, firmaba ya” [Victoriano del Río en “Aplausos”], más que una aspiración lo que pone encima de la mesa es la urgente necesidad de racionalizar el negocio del toreo. Sin esa reconducción todo el camino que queda por andar lo situaríamos al borde del precipicio; en el mejor de los casos, en un punto de equilibro profundamente inestable.

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