Victoriano del Río. Los toros para el Domingo de Resurrección en Sevilla
¿Dónde está el toro de Sevilla?
Paco Mora
Dicen los que están en el ajo de las cosas que rodean el toreo, que tal como pintó el Domingo de Resurrección, a mediodía en los corrales de La Maestranza, el equipo de facultativos veterinarios de la catedral del toreo no tiene nada que envidiar al de la plaza de la calle de Játiva de Valencia. Con un punto negativo más si cabe, puesto que los sevillanos habían reseñado en el campo los toros que luego ellos mismos echaron para atrás en la plaza el día de la corrida. ¡Toma civilicúndia!
Resulta sorprendente ver en el ruedo maestrante mastodontes como el primero de Manzanares, rondando los seiscientos kilos, un esaborío peligroso que pudo costarle la temporada al de la terreta. ¿Cómo había de embestir, señores veterinarios, un bicharraco tan zancudo, grandón y destartalado? Todo el mundo se hace cruces de que los únicos toros que se comportaron como bravos y toreables fueron los que se escaparon de la razzia corralera de los susodichos profesionales, mientras los que fueron obra y culto de su sabiduría no valieron ni para tacos de escopeta. Mucha carne, mucho cuerno pero de bravura “rien de rien”, que diría el amigo Simón Casas. ¡Qué tendrá esto de los toros que todo el mundo trata de ser protagonista por la mañana, aunque por la tarde la cague! Y es que aquí le pones a un portero de discoteca una gorra de plato cinco minutos y se siente capitán general para toda su vida...
Aunque visto lo de Valencia y ahora lo de Sevilla, es posible que esto sea una plaga, y que lo que urge es que los aficionados, los ganaderos, los toreros, e incluso los empresarios, nos vacunemos para curarnos en salud.
Dicen los que están en el ajo de las cosas que rodean el toreo, que tal como pintó el Domingo de Resurrección, a mediodía en los corrales de La Maestranza, el equipo de facultativos veterinarios de la catedral del toreo no tiene nada que envidiar al de la plaza de la calle de Játiva de Valencia. Con un punto negativo más si cabe, puesto que los sevillanos habían reseñado en el campo los toros que luego ellos mismos echaron para atrás en la plaza el día de la corrida. ¡Toma civilicúndia!
Resulta sorprendente ver en el ruedo maestrante mastodontes como el primero de Manzanares, rondando los seiscientos kilos, un esaborío peligroso que pudo costarle la temporada al de la terreta. ¿Cómo había de embestir, señores veterinarios, un bicharraco tan zancudo, grandón y destartalado? Todo el mundo se hace cruces de que los únicos toros que se comportaron como bravos y toreables fueron los que se escaparon de la razzia corralera de los susodichos profesionales, mientras los que fueron obra y culto de su sabiduría no valieron ni para tacos de escopeta. Mucha carne, mucho cuerno pero de bravura “rien de rien”, que diría el amigo Simón Casas. ¡Qué tendrá esto de los toros que todo el mundo trata de ser protagonista por la mañana, aunque por la tarde la cague! Y es que aquí le pones a un portero de discoteca una gorra de plato cinco minutos y se siente capitán general para toda su vida...
Aunque visto lo de Valencia y ahora lo de Sevilla, es posible que esto sea una plaga, y que lo que urge es que los aficionados, los ganaderos, los toreros, e incluso los empresarios, nos vacunemos para curarnos en salud.
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