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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 16 de abril de 2018

El Rey en el exilio / Por Joan Colomer



Con el desmesurado afán de procurar de una manera sistematizada la docilona embestida del toro, se está eliminando el nervio, el picante y la casta de los toros, ingredientes fundamentales para que exista la emoción y el efecto espectacular en las corridas. Hay que recuperar el espíritu de los ganaderos de antaño que buscaban precisamente todo lo contrario a la docilidad y bobaliconería del toro actual. 

El Rey en el exilio

Joan Colomer
En este primer tramo de temporada hemos podido ver cómo el toro se ha convertido en el rey destronado de la Fiesta. Un pobre rey en el exilio (ahora que se ha puesto tan de moda esta palabra) que ha sido reemplazado por un comité comercial formado por empresarios, apoderados y figuras. El arte del toreo se ha reconvertido únicamente para el beneficio de un conjunto de maniobras comerciales cuyo objetivo es la degradación progresiva de la corrida y de la figura del toro. Inadmisible resulta que un ganadero como Victorino lidie un toro herido en la primera plaza del mundo y, lo más grave, con la aquiescencia del equipo gubernativo y de parte de la afición partidaria del hierro de la A coronada.

La alarmante aparición del afeitado que hemos podido ver y denunciar en algunas plazas españolas supone, también, la consecuencia directa de la exigencia de muchos torerillos que sólo guardan su maestría con el utrero desmochado y docilón. Mal empieza la temporada cuando falla su base principal: el toro. 

Con el desmesurado afán de procurar de una manera sistematizada la docilona embestida del toro, se está eliminando el nervio, el picante y la casta de los toros, ingredientes fundamentales para que exista la emoción y el efecto espectacular en las corridas. Hay que recuperar el espíritu de los ganaderos de antaño que buscaban precisamente todo lo contrario a la docilidad y bobaliconería del toro actual. 

Cuando el viejo Eduardo Miura se enteró que, por primera vez en la historia de su ganadería, un torero había cogido un pitón de uno de sus toros, en el colmo de la indignación mandó averiguar el nombre del semental y vaca de los que procedía y dio la orden de enviarlos al matadero inmediatamente. Eran otros tiempos en los que el toro salía del toril con un instinto defensivo netamente acusado y una mayor fuerza física. Otros tiempos en los que las figuras mataban toros de todos los encastes y rivalizaban entre ellas.

Lamentablemente, la taurocracia o comité comercial se ha encargado, también, de eliminar la autoridad del aficionado que es capaz de percibir la maravillosa precisión de la lidia y reivindica la integridad del toro.Y algunos, como el mismo Victorino Martín, acusan a los twitteros de condicionar el desarrollo de los festejos. Que el toro inspire más lástima que terror es algo cada vez más frecuente en nuestros ruedos y que, por desgracia, se acepta ya como algo normalizado. El comité comercial sigue firmando decretazos con un antiguo sello real que el monarca (el toro) empeñó, a modo de fianza, para que lo dejaran seguir usando un título que, con la tauromaquia moderna, ya es fictício.

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