En primer lugar, el Rey no puede seguir asistiendo, aparentemente como un espectador con el que no va la cosa, a la destrucción de España y de la propia institución que él representa.
España se dirige al abismo y a nadie parece importarle
Tomás García Madrid
El Correo, Madrid, 17 Diciembre 2019
Reconozco que cuando el pasado 12 de noviembre Sánchez e Iglesias anunciaron su acuerdo para formar un gobierno de coalición no me lo creí, y eso antes de ser consciente de que además necesitaban el apoyo de los partidos golpistas y terroristas más visceralmente enemigos de España. Me pareció que algo tan desastroso, tan destructivo para los intereses de España y de los españoles, simplemente no podía ocurrir, que era solo una estrategia del trilero de Sánchez para obligar al Partido Popular y a lo que queda de Ciudadanos a negociar un acuerdo de investidura en condiciones favorables para el PSOE. Sin embargo, van pasando las semanas, se van conociendo con cuentagotas las inauditas cesiones de Sánchez, se van traspasando líneas rojas que hace pocos años, incluso pocos meses, parecía inimaginable que se pudiera ni siquiera plantear y lo que parecía una broma macabra o una pesadilla de las que se acaban cuando te despiertas se ha convertido en una posibilidad más que real y, lo que es peor, sin que nadie o casi nadie parezca darle la importancia que tiene y –mucho menos– que haga algo tangible y eficaz para impedirlo.
Sí es cierto que algunos pocos medios de comunicación, los últimos de Filipinas que no están a sueldo de las fuerzas del mal, han levantado la voz contra el apoyo de los republicanos golpistas de ERC y de los terroristas de Bildu/ETA, como si ese fuera el único peligro del nuevo Frente Popular que está organizando Sánchez. Es indudable que ese es el peligro más tangible y más inminente, pues llevará por un lado a facilitar que el golpe de Estado continuado que se está produciendo en Cataluña progrese sin oposición hacia la independencia y, por otro, a que los bilduetarras consigan sus objetivos de hacer borrón y cuenta nueva con las atrocidades cometidas en 45 años de terrorismo, la anexión definitiva de Navarra, la desaparición del Estado de las provincias Vascongadas (como ha desaparecido de Cataluña) y, a medio plazo, la independencia. Pero esas, siendo gravísimas, no son –ni mucho menos– las únicas consecuencias dramáticas y probablemente irreversibles del escenario que se nos viene encima.
Aun ignorando todo lo anterior, si fuera posible, las consecuencias de un gobierno entre socialistas “sanchistas” y comunistas bolivariamos para lo que quede de España son demoledoras. No estoy pensando solo en las políticas económicas demostradamente fracasadas, que nos llevarán a un empobrecimiento general y a la ruina de muchas familias, empresas y autónomos, una desgracia evitable pero de la que nos podríamos recuperar, como ha pasado en otras ocasiones.
Estoy pensando en actuaciones de más largo alcance, si cabe, y en muchos casos irreversibles: modelo educativo (que se vayan despidiendo los padres no ya de decidir sino de intervenir en la educación de los hijos); ideología de género, incluyendo la intoxicación sexual en las escuelas y el fomento del feminismo radical, la homosexualidad y tantas otras aberraciones; manipulación de la historia (la actual y nefasta Ley de Mentira Histórica es solo el principio, aunque cueste creerlo); restricción sistemática y progresiva de las libertades individuales, aún en los actos más cotidianos de nuestra vida, como ya está pasando; laicismo exacerbado y persecución implacable a los católicos; ataques a la familia; aborto (si es que se puede retroceder aún más en este genocidio silencioso y aceptado por muchos); eutanasia; inmigración masiva y dirigida a destruir nuestra cultura, nuestra tradición y –en definitiva– nuestra forma de vida; suicidio demográfico (nuestra sociedad se muere poco a poco, sin que a nadie parezca importarle ni haga nada por evitarlo); y tantas otras cosas incluyendo, por supuesto, el acoso y derribo de la Monarquía, a la que han empezado por ningunear y a la que terminarán por derrocar más pronto que tarde, si no lo impedimos, llevándonos a una república socialista versión siglo XXI.
Me dirán ustedes que, si todo eso llegara a pasar, el pueblo español reaccionará y se forzarán (¿cómo?) unas nuevas elecciones para expulsar a esta gentuza y reconducir las cosas. Puede ser (Dios lo quiera), pero no lo creo. Por un lado, si ese gobierno bolchevique llegara a formarse, tomarán inmediatamente el control de todas las instituciones del Estado, al más puro estilo estalinista.
No hablamos solo del poder ejecutivo, o de los medios de comunicación del Estado, hablamos del poder judicial (ya han avanzado mucho en ello), de la Fiscalía General del Estado (eso ya lo han conseguido), de la Junta Electoral Central, del Tribunal de Cuentas, etc., etc., de modo que, saltándose si hace falta toda la legalidad vigente, el día que Sánchez se instale en Moncloa de la mano de Iglesias hay un riesgo elevado de que la única manera de echarlo sea, de nuevo, a tiros.
Y si no fuera así, si la situación que describo fuera solo producto de mi imaginación y de mi preocupación por el futuro de España y algún día volviera a gobernar esa derecha cobarde que todavía ocupa el puesto de primer partido de la oposición ocurrirá lo de siempre: pararán el proceso de demolición, pero no reconstruirán nada de lo demolido, no darán ni un paso atrás en el camino hacia el precipicio; es lo que ha pasado cuando el PP ha gobernado en España, y es lo que ha pasado en la gran mayoría de los ayuntamientos y gobiernos de comunidades autónomas cuando el PP ha pasado a gobernar después de una etapa de gobierno socialista, comunista o nacionalista/independentista/terrorista.
¿Se pude hacer algo para evitarlo? Si, yo creo que si, pero exige que todos los que algo pueden hacer olviden intereses personales o de partido a corto plazo, se hagan cargo de la coyuntura histórica a la que nos enfrentamos y tomen los riesgos que la situación demanda.
En primer lugar, el Rey no puede seguir asistiendo, aparentemente como un espectador con el que no va la cosa, a la destrucción de España y de la propia institución que él representa. La pasada semana, en un acto increíble de irresponsabilidad, encargó la formación de gobierno a Sánchez, sin haber cumplido el mandato constitucional de reunirse con los representantes de todos los partidos con representación parlamentaria (aunque sea porque algunos se han negado a reunirse con él, en un enorme acto de deslealtad institucional y constitucional al que no se ha dado importancia); no lo debería haber hecho, pero ya que lo ha hecho, en este entorno en el que todo el mundo se salta la Ley cuando le conviene, que interpreta la Constitución como mejor le va y que todo vale, debería buscar cualquier excusa o artimaña legal (o no tan legal) para revocar ese mandato y forzar unas nuevas elecciones.
No lo va a hacer, le faltan agallas y, probablemente, confiará en poder seguir “borboneando” (es decir, traicionando a España) para aguantar en el Trono.
A continuación, los tres partidos que están a la derecha del PSOE, empezando por el Partido Popular. Parece mentira que, en un momento en el que nos estamos jugando el “ser o no ser” de nuestra Nación tal como la conocemos, el PP siga haciendo cálculos electorales y pensando en las próximas elecciones. Es ridículo, si no fuera tan grave, que el Sr. Casado siga quejándose de que Sánchez no le ha devuelto la llamada que le hizo el 10 de noviembre, o de que está faltando al respeto a un partido con 89 diputados. El PP tiene que hacer lo que haga falta para evitar que el Frente Popular 2.0 llegue al Gobierno, incluso facilitar la investidura de Sánchez con su abstención, la de Cs y la de Vox (sí, he dicho la de Vox) para que forme un gobierno en minoría sin hipotecarse con comunistas, golpistas y terroristas, aunque ello suponga –en un caso extremo– el final de la carrera política de sus actuales dirigentes o la desaparición del propio partido. Hay todavía algunos personajes con elevado peso específico dentro del PSOE (González, Guerra, García Page, Lamban, Diaz,…) y con algún grado de control sobre ciertas partes del aparato del partido y sobre una parte relevante de los diputados que se han manifestado en contra de los propósitos de Sánchez; el PP no solo no debe atacar a esos “críticos” dentro del PSOE, sino buscar la fórmula de apoyarlos o aliarse con ellos para evitar lo peor, cediendo en lo que haga falta: cualquier cosa mejor que lo que se nos viene encima. No creo que lo estén haciendo, siguen primando los intereses del aparato del partido y de los barones autonómicos que solo quiere conservar su poltrona y a los que, en muchos casos, el futuro de España les preocupa muy poco más que a Sánchez y sus futuros socios.
La solución no es fácil, no hace falta decirlo, pero lo que me parece evidente es que el resto de los españoles, desde el Rey hasta el último de los ciudadanos que se resiste a tirar por la borda la obra de muchas generaciones, pasando por el Ejército (o lo que queda de él) y por los representantes de la sociedad civil (si es que queda sociedad civil), no podemos asistir impasibles a lo que está pasando y ante situaciones que nunca habíamos imaginado que se podrían llegar a dar debemos hacer cosas que nunca imaginamos que tendríamos que hacer.
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