Camino elevó la chicuelina a categoría de joya del arte de torear, para paladares exquisitos.
La chicuelina de Camino
Rafael Comino Delgado
Catedrático de la Universidad de Cádiz
No he visto una chicuelina tan a ritmo, tan a compás, con tan tanta sutileza, con tanta sensibilidad como la del maestro Camino, que la elevó a la máxima categoría.
La chicuelina, suerte inventada por Manuel Jiménez “Chicuelo” era, hasta que llegó el maestro Paco Camino, un pase menor, un adorno, que ejecutaban muchos toreros al realizar quites; resultaba vistoso, pero nada más, aunque tiene su importancia, porque hay un momento en que se le pierde la cara al toro.
Realmente nació como un recorte improvisado por Chicuelo en Valencia, durante las Fallas de 1920. Al dar una verónica, el toro se le quedo corto y para quitárselo de encima recurrió a este recorte, que como nunca antes se había visto el público reaccionó sorprendido con una gran ovación. Lógicamente el torero se dio cuenta de que había inventado una suerte y trató del perfeccionarla y repetirla en otras plazas.
El día 10 de Julio de 1925 la hizo en Madrid con un impacto enorme, y es a partir de ese momento cuando adquiere verdadera relevancia. Así nació la chicuelina que tanto hoy se prodiga.
Pero en la década de los sesenta llega el maestro Camino, que la hace más o menos como todos los toreros, pero con un sello propio de sutileza, de pellizco, con más ritmo que los demás, que realmente hacían un recorte, a veces demasiado brusco, aunque vistoso, como Manolo González, Diego Puerta, hasta que en el San Isidro de 1963 Paco Camino inventa una chicuelina que ha quedado para la historia, al menos en nuestra opinión, como la más bella, con más duende, de las que se han realizado. La inventó en un toro de Galache, que embestía con mucha clase y ritmo. Como se venía despacio, el maestro se colocó de frente, le echo el capote adelante y se lo trajo toreado, vaciando la embestida con las muñecas, por detrás de su cuerpo, al mismo tiempo que lo giraba hacia el lado contrario del de salida del toro. La plaza se puso de pie, como enloquecida, porque no había visto nunca algo tan bello, tan cadencioso, tan a compás. Aquella tarde Paco Camino cortó cuatro orejas en Madrid y yo lo vi.
Y partir de ese día la realizó infinidad de veces, siempre con gran impacto en los públicos, de tal manera que cuando Paco Camino se disponía a realizar este quite había un runrún en la plaza que estaba expectante ante lo que iba a presenciar.
Después, todos los toreros la han querido realizar como Camino, pero nadie lo ha logrado, si bien han surgido variedades muy bellas, como la de José María Manzanares, que la realizaba con la manos muy bajas (quizás demasiado barroca), o el Juli, que la hace con el compás abierto. Finito de Córdoba también la hace bellísima, pero yo, al menos, no he visto una chicuelina tan a ritmo, tan a compás, con tan tanta sutileza, con tanta sensibilidad como la del maestro Camino, que la elevó a la máxima categoría, cuando antes de llegar él era solo toreo muy secundario, y así sigue en la mayoría de los toreros.
Camino elevó la chicuelina a categoría de joya del arte de torear, para paladares exquisitos.
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