Género que nacería 279 años después, cuando a “Un Curioso” le dio, el 20 de junio de 1793, por contar para el Diario de Madrid, la corrida vista en la Plaza de los Hospitales Reales. El capricho caló tanto en la parroquia, que se instituyó, y cuando “Un Curioso” no iba a los toros, enviaban al “Amigo de Un Curioso” para que lo reemplazara. Desde entonces los revisteros, plumíferos, cronistas, críticos… hemos continuado el relato del toreo cómo hemos podido. Llevados voluntaria o involuntariamente por la emoción, el tedio, el gusto, el disgusto, el afecto, el desafecto, el prejuicio, la parcialidad, el interés, la necesidad...
Inevitable, pues los relatores, aficionados (condición sine qua non), somos feligresía del rito-arte, pasional, azaroso, imprevisible y efímero. Cuando tratamos de convertirlo a lenguaje, nuestro particular sentir nos impide dejar de ser quienes somos (nunca en esto percepción e interpretación son exactos). Fabricar un relato escueto, aséptico, especular, cómo un informe contable, un acta o un artículo científico sería una impostura estéril.
Somerset Maugham, tan preocupado siempre por la técnica narrativa, confiesa qué buscando síntesis y objetividad, intentó un libro privándose de adjetivos y cualquier valoración personal.
—Me salió un bodrio que parecía un telegrama larguísimo— concluyó.
En este universo de gravedad mortal, plagado de apariciones, deidades, monstruos, fenómenos, terremotos, faraones, califas… animales monumentales, terciados, antediluvianos, marrajos, albahíos, facados, dulces, marmolillos, luceros, estorninos… el calificativo, la metáfora, el juego de palabras, el doble significado… más que opciones de estilo, son exorcismos obligados.
Un sábado, por septiembre de 1917, con Don Pío, el cronista titular en vacaciones, una orden resuena en la redacción de El Liberal:
—Clarito: mañana hará usted lo de Madrid—
Toreaban una “corrida de alto bordo”, Joselito y Belmonte apadrinando la alternativa de Felix Merino. En busca de dar un aldabonazo, el incipiente relator se pasó de rigor y puso “mal a los tres”.
Al otro día, Don Ramón Pérez de Ayala, protector de Clarito leía la crónica con Belmonte mientras Toribio afeitaba al maestro, quien molesto exclamó:
—¡Cla… Clarito! ¡Quien será este Cla… Clarito?
—Yo le conozco –dijo defensivamente don Ramón.
—Es un periodista joven que vale mucho.
—Y… y ¿Cuánto vale? —Dejó caer Juan.
Literatura de los toros, albur y calambur.
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