Hay que ver cómo ha cambiado la vida al respecto del mundo de los toros que, para colmo, ya no existe ni el menor atisbo de crítica alguna. Ahora, taurinismo y críticos, todos viven dentro de lo que podríamos llamar un totum revolutum en que unos y otros se dan abrazos por doquier porque, en realidad, todos viven de los mismos intereses y, al aficionado que le parta un rayo; es más, esa televisión que tanta falta hace para la divulgación de la fiesta, esa misma es la que en vez de defender los derechos de los aficionados mostrándoles la verdad del espectáculo, se dedican a ponderar las virtudes de cada cual aunque no las tengan y, respecto al toro, ídem de lo mismo.
Ya son historia aquellas broncas de los toreros con ciertos críticos que, lógicamente les quitaban el sueño. Era normal porque los señoritos del toreo, aquellos que salían triunfadores de los ruedos, les sabía cómo si fuera aceite de ricino las críticas que leían tras el festejo. Eran incapaces de aprender y mucho menos de corregir errores que los tenían, por supuesto que sí. Pero eran inmaculados, según ellos, de ahí que no entendieran jamás que unos hombres avezados en la pluma y en saber de toros les corrigieran todo aquello que hacían mal y, lo que es peor, que les desnudaran sus tribulaciones respecto al afeitado de los toros y otras veleidades.
Taurinamente, dicho en cristiano, ¿vivimos mejor ahora que en aquellos años inolvidables en los que, por ejemplo, Navalón, “vendía” un millón de ejemplares del diario Pueblo porque la gente quería devorar sus crónicas? Viven mejor los taurinos que no tienen oposición alguna y mucho peor los rotativos o páginas de Internet que no tienen apenas lectores porque, como miles de veces dije, todos sabemos los resultados de cada festejo antes de que se celebren y, una vez celebrados, todos son agasajos para los triunfadores.
En los últimos años, ¿ha leído alguien en medio alguno informativo que se ha dicho que una corrida determinada está afeitada? Lo dicho sucede a diario pero, ¿quién es el valiente que le pone el cascabel al gato? Toda la “crítica” actual está amparada por el manto del taurinismo por una entrada, una palmadita en la espalda, una foto con el torero de turno, una cena con amigos, una charla coloquio entre toreros y plumíferos; como vemos, todo tiene una “razón de ser” para lo que antes era crítica auténtica, todo haya quedado en una legión de juntaletras e informadores por aquello del resultado final del festejo.
Los toreros, entre la crítica, ya no tienen enemigo alguno, se los tragó la tierra, lo que nos viene a demostrar que no existe crítica alguna, si acaso, meros reporterillos que nos cuentan el resultado final de cada festejo y, cuando se extienden mucho respecto al espectáculo del que hablan, todos tenemos la sensación de que antes han pasado por la censura que no es otra que los propios toreros. ¿Vivimos mejor así? Hombre, si aceptamos aquello de que la ignorancia es la madre de la felicidad, seguro que somos felices. Eso sí, mientras nosotros creemos ser felices por aquello de nuestra ignorancia, los taurinos que del tema saben latín, se lo pasan en grande con sus fechorías que no son otras que seguir dándonos gato por toro.
Los que tenemos una edad considerable, si de crítica hablamos, no podemos olvidarnos jamás de dos hombres que marcaron una época en la crítica, Joaquín Vidal y Alfonso Navalón, dos plumas señeras que junto a Javier Villán o Pedro Mari Azofra, como antes dije, por momentos, en ocasiones hasta cambiaban el devenir de muchos protagonistas de la fiesta y, lo que es mejor, siempre para bien de los aficionados y, sin duda, para muchos toreros que, gracias a estos hombres vieron como cambiaba el curso de sus carreras.
Ahora no cambia nada porque todos son amiguetes entre unos y otros. Siendo así, ¿dónde queremos hallar una crítica que nos admire a los aficionados? Y si dentro de los aficionados queda algún que otro loco apasionado por defender la verdad, nos llaman terroristas. Átame esa mosca por el rabo.
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