En cierto sentido, el problema ha sido siempre, y sigue siéndolo, la cuestión crucial de ciertas conveniencias empresariales. Muy mal lo tienen quienes entren en territorio acotado, aunque sin vallas que lo indique, pese a que hayan pisado fuerte y dejado huellas profundas con su toreo en el ruedo de la más importante plaza de toros del mundo. Nada vale si se le cruza en su camino los que mandan con su carga de sinsentidos.
¿Por qué niegan la verdad? ¿Por qué se echa a rodar con decisiones equivocadas? ¿Cómo es posible que Diego Ventura, primera figura del rejoneo actual, no esté en la plaza de la cual salió diecisiete veces por la puerta grande y una de ellas con el rabo del toro de su triunfo en la mano? Pues según lo explicado por el apoderado del rejoneador todo da a entender que el ninguneo es palpable. Y así es imposible encontrar causas que eviten la injusticia de una empresa detrás de su aparente cordialidad. Todo queda en el eco lejano de un deseo ficticio.
Ah, y un característico sabor a urgencia me da el gesto de Paco Ureña. La responsabilidad del necesario triunfo, la creencia en la capacidad de hacer algo extraordinario para transformar su realidad, trae consigo el desafío: lidiar él sólito seis toros de diferentes hierros ganaderos. La idea, interesante, que tiene algo que ver con ese trasfondo argumental en el trato injusto que recibe de las empresas, le es necesaria para conseguir soluciones de futuro. Decisión que convive peligrosamente con otras realidades de la tarde.
No obstante, así planteado, sólo le queda estos dos caminos, este es difícil, aunque despejado, el otro, en el que estaba, es áspero, llenos de ramas y hierbajos y poco transitable, seguir en él supone sentir otras urgencias. Y es lo más peligroso que le puede suceder.
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