JUAN BELMONTE EN 2022
Hace 100 años,
en 1922,
Juan Belmonte dejó de torear. El torero lo explica:
Había llegado en el toreo a un momento de crisis. Los públicos eran cada vez más duros conmigo, y yo sentía un cansancio y un desánimo que me incitaban a abandonar aquella lucha en la que ya llevaba tantos años. Procuré apartarme todo lo posible de las sugestiones toreras.
El impacto
causado en el público y en las empresas fue mayúsculo. Nadie podía pensar la
fiesta de los toros sin el fenómeno de Triana. ¿Volvería?; no se sabía.
En aquél momento empezaron sus panegiristas a ensalzarlo, a escribir sobre él
y, Juan Belmonte, fue visto y juzgado por los mejores escritores y cronistas
taurinos de la época.
En este modesto
ensayo nos proponemos sacar a la luz –para el interesado en la historia del
toreo y el aficionado de hoy- esos
escritos resumidos, transcurridos 100 años desde entonces.
¡Vamos allá!
J. Larios de
Medrano, en su artículo: Los pelos del toro, escribe:
En las peñas taurinas,
aquellas cuatro novilladas seguidas en Madrid habían producido una hiperestesia
de la que ya pocos se acuerdan. ¿Fenómeno, Terremoto, Cataclismo, Pasmo,
Espanto?...
Todos
estos remoquetes y mil más se dedicaban al muchachillo desmedrado, sin fuerzas
para correr; pero que toreaba de capote y muleta de una forma que el Guerra en
su retiro había decretado: “Darse prisa si queréis verlo”
Comenta, Larios Medrano, que el mozo de espadas de Belmonte,
Antoñito, se pasaba el día siguiente al de la corrida sacando uno a uno los
pelos enredados en los bordados de aquél traje de luces, que no tenía trozo sin
remiendo o recosido.
Preguntó
al torero:
-
¿De que son esas manchas, Juan?
- Es
la pala del pitón, ¿sabe usted?... Al pasar tras la muleta o el capote, pues,
claro, siempre rozan... El público no se da cuenta, pero nosotros sí que nos
enteramos...
-¡Digo! ¿Y usted no s’afijao que cuando toreo al natural me desarman
los toros muchas veces?.. Pues el otro día aquí, en Madrid, al dar un natural,
el toro, con la cola, me quitó el estoque...
Larios Medrano se pregunta:
¿Fenómeno, Terremoto,
Cataclismo, Pasmo, Espanto?
Queriendo
referirse a Juan Belmonte, ¿no os parece que estas voces son anónimas de
moléculas o átomos?
El gran matador Ricardo Torres, Bombita, en un artículo titulado: Lo que yo dije y
lo que yo digo, publicado en el periódico Hoy, por Pepe Casado, se expresa así:
Creo de verdad que lo que
este muchacho hace con los toros no lo ha hecho nadie. Y en contra de la
opinión de muchos, entiendo que lo que realiza Belmonte responde a unas reglas;
quiero decir que Belmonte es un torero científico.
Niega Belmonte muchas rutinas
que los toreros creyeron que eran principios fundamentales. Es, desde luego, un
revolucionario. ¿Cuánto durará? Estoy seguro de que Belmonte va a ser un torero
para mucho tiempo.
¿Y si no fuera así? Tampoco
importaba en lo esencial: que es dejar en el toreo todo un tratado de cómo se
debe torear en las tres suertes definitivas de la profesión: con la capa, con
la muleta y en la suerte de matar.
Y lo dice esto uno que no ha
rehuido nunca el practicar la suerte de banderillas.
Esto decía yo en octubre de
1913. ¿Qué digo yo ahora?
Pues que los hechos han
demostrado todos mis vaticinios, Belmonte seguirá toreando todo el tiempo que
quiera.
Y que Belmonte ha descubierto
unos caminos en el arte que hasta ahora no se habían practicado.
Sigo, pues, teniendo la misma
opinión que tenía en 1913 sobre Juan Belmonte.
Opinión muy autorizada de quien fue figura del toreo antes
de Belmonte. Había descubierto, Juan, unas líneas del arte taurino que, hasta
llegar él, no habían sido sacadas a la luz.
Don Natalio Rivas, quien posteriormente a verle torear,
entabló gran amistad con el torero, dejó escrito:
Belmonte es un torero
excepcional, único y sin ejemplo.
Nació, indudablemente, con el
instinto y aptitudes de lidiador de reses bravas, y después su valor, su
voluntad y su vergüenza torera agitaron lo que en él era condición nativa y
espontánea.
Creador
de un estilo propio e inconfundible...
En
sus manos han tomado la capa y la muleta una vida nueva y hasta ahora
insospechada.
El pase natural, que es, no solo el de más lucimiento, sobre todo
cuando se da sobre la izquierda, si no el de más castigo para los toros, tiene
su técnica conocida; pero practicado por este torero singularísimo, resulta tan
ceñido, reposado y tranquilo y corre la mano con tal suavidad y perfección, que
más parece regido por cálculos matemáticos que por inspiración artística,
dejando al toro (que es la suprema dificultad de la suerte) en la jurisdicción
precisa e indispensable para repetirle o para ligarle.
El
de pecho, que según todas las autoridades en la materia, es el más difícil y
peligroso, reviste en sus manos aspectos de belleza trágica que escalofría y
asombra, porque lo ejecuta con tan maravillosa exactitud que el cruce del
hombre y el toro se consuma con seguridades tan sorprendentes que reputarían
casuales si la repetición no demostrara que las encauza un arte soberano.
En
la verónica, que es la suerte que estimo ha llegado a perfeccionar con más
maestría, es un verdadero prodigio. Ha llegado a templar la marcha del toro de
modo tan inexplicable que hay ocasiones en la res coge los vuelos del capote
casi a paso natural; porque para y manda como nadie, llegando hasta el extremo
de que a veces, si el brazo tuviera cinco metros, el toro seguiría prendido de
la capa en toda esa carrera.
Como matador, no ofrece duda que ha llegado a dominar la suerte hasta
el punto de que para él no hay toros difíciles. Se arranca muy cerca, entra
derecho pausado y ceñido; cruza a toda ley, vacía con destreza y dobla la
cintura para herir con valor extraordinario.
Don Natalio Rivas, se pregunta: ¿Y porqué ha podido llegar
Belmonte a la cumbre y al apogeo que no alcanzó ningún otro? Nos lo aclara a
continuación:
Yo estimo que ha llegado al
ideal porque ha puesto al servicio de sus intuiciones artísticas todas aquellas
máximas del severo y clásico toreo de Ronda, condensadas en las enseñanzas del
famoso Pedro Romero...
Así es el torero; y daría mi opinión también sobre lo que es el hombre,
si no pusiera vallas a mi deseo de amistad entrañable que le profeso, que daría
lugar a que se creyera que la pasión oscurecía y ofuscaba mi pensamiento; pero
faltaría a la verdad si no confesara que, siendo Belmonte el más grande torero
que he conocido, y yo un viejo aficionado, incurable e impenitente, profeso más
estimación y más cariño al amigo que admiración y entusiasmo por el artista.
Don Natalio Rivas Santiago (Granada 1885-Madrid 1958) fue un
político y escritor. En su trayectoria como escritor figuran varias obras
taurinas tales como: La escuela de Tauromaquia de Sevilla; Anécdotas
y narraciones de antaño; Semblanzas taurinas y Toreros del
romanticismo entre otras.
Era,
pues, un erudito en materia taurina que nos retrató en lo anteriormente escrito, el toreo de Belmonte en cada una de
las suertes.
El genial Rafael Gómez Ortega, El Gallo, refiriéndose a
la última corrida que toreó con Juan Belmonte en Sevilla, nos dice:
Fue una corrida de mansos.
Una corrida de ningún lucimiento para el torero
de más sabor y de más pura esencia para el verdadero aficionado.
Dificulto que haya bajado un torero del propio cielo que pudiera hacer aquélla
tarde lo que hizo Juan Belmonte.
No
habla el profesional Rafael el Gallo; habla uno del público acostumbrado a ver
toreros y a ver toros, y que en eso se cree más que el Gallo y que la mismísima
Paloma Azul.
Belmonte
toreó aquel día con el capote fenomenalmente; con la muleta, majestuosamente, y
con el estoque hizo lo que había que hacer: matar. Pronto, certero y sin traiciones.
Esa es mi opinión.
Rafael González Madrid, Machaquito, es breve y claro en
lo que opinaba de Juan Belmonte:
Precisamente por haber sido
matador de toros más que torero, me es imposible dar mi opinión de cómo mata
Belmonte los toros; solo puede decir que, para mí, Belmonte es el torero más
completo que he conocido.
El escritor que usaba el seudónimo de Corinto y Oro, era
Maximiliano Clavo, escribía en los periódicos La voz, La corrida
y El eco taurino entre otros. Había nacido en Arévalo (Ávila) el 13 de
junio de 1879 y murió en Madrid en 1955. Entre sus obras podemos destacar: Al
irse Belmonte, El arte en decadencia, Se fueron Bomba y
Machaco, entre otras.
En
la primera retirada de Belmonte dejó escrito:
Cuando no torea, cuando el
brillo de sus cárieles no deslumbra a nadie, lleva unas gafas negras y un
flexible apabullado...
Cuando
está en la plaza, lidia al toro manso y torea al bravo: se ve que es un maestro
de la tauromaquia.
Cuando
apareció en la fiesta, vino precedido de una detonación y con ímpetu de genio.
Cuando desaparece, lo genial sigue existiendo en él pero; una técnica depurada
ha vencido a la improvisación. En ninguna época se dio caso semejante. El
torero iba como sobre ruedas hasta que el hombre surgió y dijo: “Hay que
aguantar así a los toros, porque se les puede aguantar como yo les aguanto y
les dejo llegar al engaño. Con valor suficiente para embeberlos, se les manda
luego y se dispone de ellos, porque el lidiador (salvo determinados casos) no
debe salir a la plaza a hacer lo que el toro le deje, sino a disponer del toro
en todo instante. A partir de ese momento, viene la superioridad del hombre
sobre el astado, viene la gallardía y viene la belleza de las suertes.”
Sigue refiriéndose, Corinto
y Oro, a lo que para él, son los buenos toreros y dice:
Los buenos toreros
contemporáneos, los valerosos toreros de estos tiempos, han sido los que mejor
han aprovechado el sistema de enseñanza de este hombre torero extraordinario
que enseñó a quien quiso aprender a ser torero bueno y a ser torero valeroso,
porque él fue el fundador de una escuela de toreros en la plaza.
Ausente
Juan de las plazas, su espíritu perdurará siempre que un torero “toree”, y que
un torero se arrime. Y donde se aplaudan rasgos de maestría, de estética y de
pundonor.
Otros de los maestros de la critica taurina, César Jalón, Clarito
(1889-1985) fue un escritor y revistero que escribiendo en los periódicos
El Liberal e Informaciones obtuvo gran fama en el tema
taurino. Fue autor de Grandezas y
miserias del toreo y Memorias de Clarito, entre otras.
Belmonte lejos de caer se
afianza.
Su obra intermitente comienza a ser continua.
A la emoción y al arte les ayudan ya la seguridad y el dominio. Sus faenas de
muleta –momento cumbre del lidiador- forman ahora un todo definido y preciso.
Lejos de él la gracia chocarrera, los pases lentos, armoniosos, se enlazan
proponiendo un fin. Nadie ha toreado tan cerca, tan despacio, con semejante
ilación.
Es
el inventor que sobrevive a su invento y que lo explica recreándose en su propia
creación, como los divos escuchan sus romanzas favoritas... Su época está
lograda. Es la época del toreo en el terreno del toro, de la media verónica
belmontina –nuncio de su arte-, del pase natural bien centrado, metida en los
nuevos moldes la factura que le imprimieran al pase básico Lagartijo y Ángel
Pastor, y de la estocada, fin obligado, impuesto por los clásicos, de toda
labor torera.
Vamos
viendo a través de la opinión de los autorizados comentarios de los cronistas
de la época, que en Belmonte se acuñaban la cercanía al toro, los pases lentos
enlazados, es decir, ligados; torear en el terreno del toro; el pase natural
bien centrado y la estocada marcando los tres tiempos: arranque, cruce y
salida. Pero sigamos con más opiniones.
Gregorio Corrochano (1882-1961), periodista, crítico y escritor
taurino, nos relata respecto a Belmonte, como él se anticipó a todos cuando
vio, por primera vez, al trianero.
Yo me anticipé cuando las
pasiones de la lucha entre Juan y José irradiaban por todos los corrillos
taurinos.
Entonces
de Belmonte hay que reconocer que no se había hecho el ídolo que es hoy. Y, sin
embargo, yo presentía lo que iba a venir luego, y en ABC están las huellas de
lo que digo...
¿Actué
de vicario o evangelista? No hay tal cosa.
Me
bastó actuar como buen catador de estos guisos taurinos. Yo creí en Belmonte me
parece que desde el momento que le vi hacer el paseíllo en Madrid en la primera
novillada de presentación. Y sin vacilar entré en polémicas con unos, y hasta
donde yo pude vaticiné a mi modo...
Matices todos de un toreo maravilloso que
tiene el sello de la grandiosidad porque es un genio creador.
Don Modesto (José de la Loma), escritor taurino que escribía
en El Liberal,
de Madrid, fue autor de numerosas publicaciones entre las que destacan: Desde
la Barrera y Charla
taurina, falleció en 1916.
Entre numerosos artículos dejó escrito uno sobre Juan Belmonte que tituló: La
sombra de Belmonte. Dice así:
El que yo haya declarado fenómeno a Belmonte
parece que contraría mucho a varios caballeros.
Y excuso decirle a ustedes la nube de
improperios, insultos y groserías que ha caído sobre mi pobrecita cabeza. ¡Pero
yo erre que erre, y tan a gusto con el machito!
A todos los istas que en el mundo han sido y
son –pongan ustedes por delante el Bomba, Machaco, Gallo y Pastor- les ha
parecido una verdadera herejía el que dijese que como torea Belmonte no ha
toreado nadie, y me combaten diciendo que yo a Belmonte le he visto una sola
vez. Bueno; pues esta me basta. Le he visto una sola tarde en tres toros, uno
manso, otro franco y otro incoloro, que se le quedaba en los vuelos del capote,
y, además, personas inteligentes y sensatas me han asegurado que en la primera
corrida estuvo mejor el trianero, más emocionante, más apretado con los toros
que en la segunda. Y estos elementos me son más que suficientes para afirmar y
ratificar mi juicio de que como torea Juan Belmonte no torea nadie ni ha
toreado nunca...
Pero ¿quién torea, quien ha toreado como él,
empapando al toro en los vuelos del capote, y ya prendida la res en la tela,
recoger los brazos hacia el pecho, para vaciar con un ligero movimientos de
manos, siempre los codos por delante?
Nadie... Nadie... Nadie.
Se refiere ahora a una corrida de Benjumea que torearon
Machaquito, Vicente Pastor y Gallo- Pregunta a los que la vieron:
¿Sintieron ustedes la misma profundísima
emoción que les produjo Belmonte con sus medias verónicas, sus lances y sus
recortes? ¡Que habían de sentir!
Como que AQUELLO es otra cosa muy distinta.
Aquello es la verdad pura y sin mancha...
Belmonte es un grano de mal cariz que les ha
salido a los grandes toreros del día, porque el chico de Triana, con su manera
de torear, ha venido a descubrir trampas y alivios que se usaban a diario entre
aplausos y vítores. Y en cuanto el público aprecie la diferencia del toreo
falso al toreo bueno –que será pronto, porque el público ve cada día más-, les
va a ser muy difícil a los toreros de ventaja ganar un solo aplauso, a no ser
que se decidan a cambiar de procedimientos, y entonces habría que agradecer el
servicio a Belmonte.
Para centrar al lector hay que decir que este artículo lo
escribió Don Modesto el 14 de abril de 1913, dos días después de presentarse
como novillero, por segunda vez, Juan Belmonte en Madrid.
La corrida a la que alude el cronista se celebró al día
siguiente de la novillada. José de la Loma fue un visionario del toreo de
Belmonte ya de novillero.
Don Modesto, escribió a Joaquín Dicenta, una carta fechada el 13
de abril de 1913 donde decía:
A la segunda corrida he
asistido yo. Y he ido a ver a Belmonte en una disposición de ánimo nada
favorable al “fenómeno”, creyendo honradamente que la pasión mal contenida de
sus paisanos y el inmoderado afán de que adolecen muchos mortales de colocar
por encima de la luna todo lo que en cualquier orden de cosas despunta y se
hace notar, eran las principales, por no decir únicas, causas de la aureola de
genio que se colocaba sobre la cabeza del ya famoso trianero.
Pero pronto he tenido que rectificar: Belmonte es un fenómeno, algo
sobrenatural, que en estos momentos viene al arte de los toros para hacer una
honda revolución.
He visto a Belmonte, con sus piernas de trapo y su extraña contextura,
capear, muletear y matar tres novillos –cada uno en su estilo- y me atrevo a
asegurarte que este enorme torero se halla más allá del bien y del mal, sitio
reservado a los grandes genios únicamente.
Belmonte
es algo puesto por Dios en el camino para que el arte de los toros vuelva a
ser, entre todos los deportes y todas las fiestas la cumbre de las aficiones de
España.
La
sombra de Belmonte nos acompaña por todas partes. Impacientes estamos todos por
verle otra vez. Si es verdad que sigue pisando el terreno que pisa en las
suertes; si es verdad que se puede templar en la forma en que él lo hace; si es
verdad que no hacen falta piernas ágiles y buena contextura para andar entre
los toros, habrá echado para siempre por tierra lo que todos creíamos a pies
juntillas.
Y
Belmonte será el gigante, no el fenómeno.
Yo,
con lo que he visto, he tenido bastante. Si me equivoco, pueden asegurar que me
retiro de escribir de toros y hasta de la vida mundana.
Me iré a un convento.
Tuyo de verdad, Joaquinito.
Pepe.
Que visión tan acertada y extraordinaria tuvo Don Modesto de la
figura que sería más tarde Juan Belmonte.
Observemos que lo que antecede fue escrito en 1913 cuando
Belmonte era novillero y le quedaban por hacer de matador, grandes faenas y
revolucionar el toreo.
Don Pío (Alejandro Pérez Lugín, 1870-1926), abogado y
escritor, autor de la famosa novela Currito de la
Cruz, y que también escribió: El
torero artista y Rafael Gómez “Gallito” entre otras.
Narra y ensalza el toreo de Juan Belmonte en crónicas
escritas por él en diversos momentos.
Madrid, 25 de abril de 1915. Corrida de
Beneficencia, Murubes; la primera oreja de Juan en Madrid. ¡Ahí fue nada!
Cuatro naturales ligados, un molinete y la estocada fulminante. ¡La mejor tarde
del trianero! ¡Una serie de cuatro naturales de los suyos! Ya recordaréis el
alboroto... Y de entonces acá, la izquierda de Belmonte con parálisis.
¿No era razón protestar contra tan prolongada
quietud, más notable y peligrosa ahora, por lo que podía cundir el ejemplo si
no se recordaba al torero y al público lo que con la izquierda puede hacer Juan
Belmonte?
Claro que en este lapso de tiempo tuvo Juan
otras tardes buenas y superiores –desde lo de ayer, el calificativo de grandeza
debe guardarse para esta tarde... y las iguales que le sigan... - si quiere
Juan -, y bien recordamos la mayor de todas, el 7 de octubre de 1917, con
parladés, que hubimos de titular nuestra crónica del suceso: “El veragua de
Belmonte”, pareciéndonos poca cantidad con la clásica onza, comparándola.
Entonces, como ayer, cortó Juan las orejas de
sus dos toros y, como ayer, tuvo que matar más de su lote, en sustitución de
otro espada herido, Celita; pero el triunfo de Belmonte fue triunfo de su
actividad, oportunidad y valor, de un lado; y de otro, el mayor triunfo de
estocadista, como si herido el que figuraba de espadero en el cartel, quisiera
Juan demostrar que él también sabía lo que se puede hacer con el estoque, a
pesar de no estar clasificado en el grupo estocadista.
Pero nunca, nunca, había volado Juan tan alto
como el domingo. Ni en sus mejores tardes novilleriles, ni cuando la alegría de
Tallealto, ni siquiera el 25 de abril.
¡La cumbre de Juan Belmonte!
Comenta que un espectador del tendido 9 le gritó:
Don Pío, ¿se ha vuelto usted belmontista?
Continua el escritor
en estos términos:
Bien recientes son mis defensas de Belmonte
contra la ingratitud y defección de tantos noveleros como le abandonaron en
estos últimos tiempos, para adorar impacientes a los nacientes astros
taurinos...
Y, ahora soy yo, el gallista, quien pregunta
al belmontista de marras. ¿Es a este torero al que van a echar La Rosa y
Chicuelo?
Pero aunque yo fuese el más rabioso, el más
recalcitrante, el más obcecado antibelmontista, ante lo del domingo no tendría
más remedio que sentirme preso en la admiración de Juan Belmonte.
Tuvo toros, es verdad; le salieron sus toros;
pero señores, no olvidemos, y están bien recientes no sé cuantos casos, que, al
contrario de lo que creen la generalidad de los ilusos, los toros ideales no
son para los toreros ideales. Belmonte encontró sus toros y supo torearlos. Y,
lo que es mejor, quiso torearlos...
Juan y José en la cumbre.
Remontarse, crecer, tocar las nubes.
Malhaya la hora en fue a Talavera José.
Pero, al menos, desde ayer podemos decir que
nos queda Juan Belmonte.
Que sea para muchos años y con la izquierda.
No sabemos si hemos logrado el fin que pretendíamos alcanzar
con algunas opiniones de los más prestigiosos escritores y revisteros: que los
aficionados de hoy, conocieran lo que pasó hace 100 años en la historia del
toreo referida al revolucionario que fue Juan Belmonte, sin cuyas enseñanzas
hoy no se podría torear como se torea. La relación de opiniones se extendería
ad infinitum pero no tenemos espacio.
Me dirán ustedes y Joselito, ¿qué opinaba Joselito de su amigo y rival?
Sebastián Miranda, escultor y gallista, preguntó a Joselito:
-Ya sabes el ruido que ha despertado esa faena
de Juan en Madrid, con el toro de la viuda. Tú la presenciaste, ¿qué opinión
tienes?
-Una faena como esa no hubo jamás un torero
que la haya hecho. No existe ninguno que la pueda hacer, ni habrá nadie en el
futuro que consiga igualarla. Ahora ya sabes lo que opino.
Reconocimiento claro de la maestría de Juan Belmonte viniendo de la grandísima figura del toreo que fue José Gómez Ortega, Gallito.
Marzo de 2020 y en Collado Villalba.José María Sánchez Martínez-Rivero.
Gracias, sr. Sánchez Martínez-Rivero, con este artículo demuestra usted la grandeza de lo que fue Juan Belmonte en el toreo. ¡Enhorabuena!
ResponderEliminarPedro Pérez de Castro y Brito, aficionado antiguo.
Es un gran privilegio leer y saber con tan inédita gusteza parte de la vida y lo que sentía el maestro Juan Belmonte, absolutamente muy sorprendente todo lo redactado por José María Sánchez Martinez- Rivero, muchas gracias por compartirlo con todos los aficionados.
ResponderEliminarEs un gran privilegio leer y saber con tan inédita gusteza parte de la vida y lo que sentía el maestro Juan Belmonte. Absolutamente muy sorprendente todo lo redactado por José María Sánchez Martinez- Rivero, muchas gracias por compartirlo con todos los aficionados.
ResponderEliminarAficionado:Luis Miguel Casanova