La terna en 'animada' charla para decidir. Foto: Germán Caballero
Demasiadas dudas, tras pisar la terna la arena, en el patio de cuadrillas para tomar la decisión del comienzo del festejo. Toreros, autoridades y empresa en una dilatada conversación iban poniendo blanco sobre negro, o negro sobre blanco, que de todo hubo. Entre tanto, al público le tocaba esperar. Pero no con una mínima información, no, a palo seco, aunque estuvieran mojados.
Esperar…
18 Marzo 2022
Este verbo es un consejo en sí mismo. Esperar es recomendable siempre, máxime si nos encontramos ante una corrida de toros.
Y eso pasó en la corrida celebrada en la feria de Fallas de Valencia el pasado jueves. Esperar, esperar, esperar y, para lo mejor, esperar también.
Hubo que esperar a que comenzara el festejo, también a que los toreros decidieran dar ese paso, esperar que no lloviera torrencialmente y diera al traste con todo, esperar que salieran toros para hacer el toreo y, finalmente, esperar que se pudiera ver alguna faena estimable.
Demasiadas dudas, tras pisar la terna la arena, en el patio de cuadrillas para tomar la decisión del comienzo del festejo. Toreros, autoridades y empresa en una dilatada conversación iban poniendo blanco sobre negro, o negro sobre blanco, que de todo hubo. Entre tanto, al público le tocaba esperar. Pero no con una mínima información, no, a palo seco, aunque estuvieran mojados.
Una espera que tuvo la recompensa de ver iniciarse el paseíllo. Al menos se iba a gastar el importe de la entrada comprada, aunque ya se vería si la lluvia permitiría mantener en las mínimas condiciones el ruedo. Ahora tocaba esperar que el importe pagado fuera rentable en términos cuantitativos.
Después, y de inmediato, había que esperar que fuera rentable también en términos cualitativos. Se miraba a la terna y el que más y el que menos pensaba que ante esos artistas era más difícil apostar. Hubiera sido más fácil si el paseíllo lo hubieran hecho unos gladiadores.
Esperar, por supuesto, que los toros de Juan Pedro fueran lo que todos queremos que sean y que casi nunca son. Según fueron saliendo la tónica era la misma, huidizos, descastados, sin raza alguna. Aquí si que hay que esperar más, se necesita un milagro o que el ganadero apueste por dotarles de casta y raza, en lugar solamente de una condición noble y pacífica, a la que algunos llaman ovejuna.
Esperar tenía premio pues los toreros mostraban a los aficionados que saben torear, y muy bien, con el capote. Ortega, Morante y Aguado, por este orden, saciaban la sed de los mojados espectadores, haciéndoles esperar más emociones con el manejo de la franela, pero eso eran palabras mayores con el ganado que tenían enfrente.
Pero ese paciente esperar tuvo premio finalmente. Solo faltaba que un toro, a falta de casta y raza, tuviera como mínimo recorrido y continuidad en sus embestidas para que cualquiera de sus matadores pudiera deleitar al personal. El premio llegó en el sexto tras mucho mojarse y esperar.
Pablo Aguado, quizá por su apellido identificado con la lluviosa tarde, fue el afortunado para poder mostrar muletazos seguidos, series completas de toreo lleno de despaciosidad y naturalidad. Nada del otro mundo por la falta de emoción de lo que tenía delante, pero finalmente a muchos les había merecido la pena esperar.
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