Todo eso ha pasado a mejor vida y, la razón está clarísima. No hay dinero para nadie, incluso si de figuras hablamos, es el caso de Talavante que, como supimos, rompió con el que era su mentar, José Miguel Arroyo Joselito. ¿Qué pasó que Joselito no sabía rentabilizar la carrera del extremeño? Nada de eso. Lo que sucede es que, a la hora de la verdad el dinero no aparece por ningún lado, cuanto menos, la cuantía que cada cual cree que merece.
Y si eso pasa hasta con las figuras, ya podemos darnos una idea de todo lo que tienen que soportar los toreros de segunda y tercera fila que, como es notorio, al final de la temporada, son ellos los deudores para con sus apoderados. ¿Cabe dislate mayor? ¡Imposible! Pero es la triste realidad que alimenta este mundillo envilecido que, como por arte de magia, se ha perdido el dinero en el camino y, el que se juega la vida apenas puede ver un “duro” en su bolsillo.
Es cierto que, para algunos toreros, su situación clama al cielo. He sabido de un torero del que no quiero dar su nombre para no lesionar todavía más en su sangrante herida que, tras matar una corrida de Victorino Martín percibió nueve mil euros brutos. ¿Dónde está el dinero? Nos preguntamos todos. Y nadie tiene la respuesta. Pero la realidad es la que es para desdicha de tantos toreros que, tras jugarse la vida, recibir varias cornadas, como recompensa, lo único que reciben es el desprecio por parte de aquellos que les contratan. Volvemos a lo de siempre. ¿Quién tiene la culpa el torero o el apoderado? El manager lucha pero no hace milagros y, como la empresa no pague, aunque sea lo justo y necesario, el mundo de los toros, además de ser un valle de lágrimas abocará –o quizás ya estamos en ello- en un mundo de hambre y miseria.
Claro que, lo milagroso de la cuestión es que todavía quedan chavales que quieren ser toreros. Con el panorama tan desolador que estamos viviendo, que sigan existiendo hombres capaces de jugarse la vida por el precio de la nada, eso es un misterio inexplicable. Y pensar que, todavía no hace tantos años, como miles de veces conté, los segundones del toreo vivían con una dignidad admirable, nada que envidiar a los señoritos puesto que ellos vivían a cuerpo de rey gracias a su capacidad como toreros. Podría nombrar a muchos pero, por ejemplo, Fernando Cepeda, que era un gran torero sin llegar nunca a figura del toreo, con sus actuaciones, en pocos años, pudo hacer inversiones fantásticas que, en la actualidad le permiten vivir de forma opípara, todo ello al margen del dinero que ganó cuando apoderaba a Miguel Ángel Perera.
Como se comprueba los tiempos han cambiado a velocidad de vértigo, pero no para bien, todo lo contrario. Los aficionados, sabedores de las miserias con las que vive la fiesta, en este caso sus protagonistas, se nos desgarran las entrañas al saber que, años atrás, como decía, había para para todos; unos más y otros menos, como sucede en cualquier ámbito de la vida pero, que en la actualidad el pan citado sea solo para un reducido grupo de toreros, ello deja mucho que desear. Como dije, hambre y miseria.
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